ESPECTáCULOS

“Cinco sentidos”, un nuevo caso del peligroso “Síndrome Altman”

El segundo, solemne largometraje del canadiense Jeremy Podeswa entrelaza, un poco a la manera de “Ciudad de ángeles”, las historias de distintos personajes en crisis, que descubren tardíamente las posibilidades que les ofrecen sus sentidos.

 Por Luciano Monteagudo

Cuando en su momento aparecieron Nashville y luego Un matrimonio no se podía suponer todavía la propagación de lo que hoy puede llamarse “el síndrome de Altman”, esos ambiciosos films corales, que entrelazan múltiples historias simultáneas, con personajes que van cruzando sus vidas de manera indiferente, muchas veces sin siquiera conocerse, pero que parecen responder a un orden superior: el que el director les impone, como un demiurgo cruel. El mismo Altman fue víctima de su propio síndrome en Ciudad de ángeles, pero las manifestaciones más graves de esa tendencia (que también tuvo su expresión local en Felicidades, de Lucho Bender) fueron Magnolia, de Paul Thomas Anderson, y Cinco sentidos, una de las películas canadienses más viajadas por festivales internacionales, que ahora llega a su estreno en Buenos Aires.
A diferencia de lo que sucede con el cine de Altman, sin embargo, que tiene siempre una alta dosis de improvisación e incluso de humor, Cinco sentidos comparte con Magnolia una rigidez y una solemnidad extremas, la pretensión de ser una cosa seria, con la que no se juega. Todo en el segundo largometraje de Jeremy Podeswa –como sucede también con el cine de su vecino Atom Egoyan– está tan abrumadoramente elaborado desde el guión, tan pasado de horno se diría, que cuando los personajes llegan a la pantalla parecen meras marionetas sin sangre, intentando transmitir el “mensaje” que el director tiene para ofrecer sobre aquello que se supone que es la alienación de la vida urbana contemporánea.
Tal como lo sugiere su título, la película trabaja a partir de las epifanías que pueden brindar la vista, el tacto, el gusto, el oído y el olfato y que, en el trajín de la rutina diaria, tienden a ser olvidadas (no deja de ser una paradoja que un film que se pretende tan sensorial elija un diseño de imagen tan frío, casi clínico). Cinco son también los personajes que tiene la posibilidad de redescubrir sus sentidos: Ruth, Rachel, Robert, Rona y Richard. Todos empiezan con “R”, pero el significado de este detalle permanece más bien oscuro, quizás porque tenga que ver con algún sexto sentido.
Todos, a su vez, están atravesando alguna crisis que los lleva a replantearse drásticamente sus vidas. Crisis de identidad, de relación, de afecto. Entre tantos dilemas, una niña se pierde en un parque y permanece desaparecida por tres días. Quizás lo mejor sea dejarle la palabra final al director, que tiene mucho para decir al respecto: “Todos estos personajes están en una encrucijada y necesitan algo que los empuje hasta el borde para poder divisar su potencial nuevamente. La niña perdida se convierte en un símbolo de ese potencial. Todos estos personajes, de cierta manera, están buscando su niño perdido. Están buscando la inocencia y el optimismo que tenían antes de que el cinismo entrara a sus vidas”. Amén.

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Si se presta atención a los placeres sensoriales, la vida puede ser mejor de lo que es, sugiere el film.
 
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