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“K-19”, un submarino ruso tripulado por marinos que hablan en inglés

Apoyándose en dos personajes bien diferentes, el film argentino gana altura con una rara gramática visual y una trabajada banda de sonido. “K-19”, de Kathryn Bigelow, no consigue llegar nunca a la superficie, un problema similar al que sufre “Tres pájaros”.

 Por Luciano Monteagudo

Corre el año 1961 y la Guerra Fría está más caliente que nunca. La carrera armamentista entre los Estados Unidos y la Unión Soviética se encuentra en su apogeo: entre ambos, concentran tantas cabezas nucleares que son capaces de destruir al mundo más de diez veces, si fuera necesario. En ese contexto, el Kremlin está particularmente apurado por hacer a la mar al flamante submarino K-19, que debería ser el buque insignia de la flota soviética, el arma más potente y sofisticada sobre la tierra (o más bien, bajo el agua). Pero sucede que el K-19 nunca termina de estar listo, las piezas no llegan a tiempo o son de mala calidad y el Soviet supremo se impacienta, porque quiere que los aviones espía del gobierno de John F. Kennedy lo fotografíen navegando amenazante rumbo a Washington. El submarino no salió del astillero y ya varios de sus mecánicos y tripulantes han muerto, por negligencias y fallas varias. Para colmo, la mañana en que el Politburó asiste a su botadura, la tradicional botella de champagne que debería estrellarse contra su quilla, rebota... “Estamos condenados”, murmura uno de los marinos que lucen la estrella roja en su pecho. Por algo el K-19 ha sido apodado “el fabricante de viudas”.
No parece casual que después de la tragedia del sumergible ruso Kursk, que se convirtió en una tumba submarina para sus decenas de tripulantes y que sigue siendo una oscura amenaza atómica oculta en el mar, el cine norteamericano haya decidido desempolvar la historia real del K-19, que hasta ahora no había salido a la luz pública. Parece que el K-19 estuvo en su momento a punto de estallar en medio del Atlántico, con toda su carga atómica, lo que hubiera provocado el comienzo de una tercera guerra mundial, que seguramente habría sido también la última, la definitiva. La película dirigida por Kathryn Bigelow –una directora con más testosterona que la mayoría de sus colegas masculinos de Hollywood– utiliza ese punto de partida como núcleo dramático, pero se deja ganar por todos y cada uno de los lugares comunes de las películas de submarinos, motín a bordo incluido.
Desde su fulgurante debut en Cuando cae la oscuridad, que cruzaba audazmente el film de vampiros con el espíritu del western, Mrs. Bigelow fue siempre una cineasta a seguir. Lo demostró con las violentas fábulas políticas Punto límite y Días extraños e incluso con un rutinario thriller como Testigo fatal, donde se regodeaba con todos los símbolos fálicos que era capaz de portar en su uniforme una mujer policía. De más está decir que toda esa imaginería fálica no falta tampoco ahora en una película cuyos materiales de trabajo son misiles, torpedos y periscopios. Pero en K-19 no hay demasiado lugar para las lecturas ambiguas o las sutilezas políticas. Se trata aquí lisa y llanamente de exaltar el heroísmo de unos marinos –soviéticos, eso sí, cuando hasta ahora el heroísmo parecía privilegio de los estadounidenses– que están dispuestos a dar su vida no sólo por la Madre Patria sino también por la paz mundial. En ese sentido, todo es tan lineal, tan estereotipado en K-19 que hasta el prometedor enfrentamiento entre los dos comandantes de la nave (inverosímilmente interpretados por Harrison Ford y Liam Neeson) se diluye para dar paso auna celebración del valor militar, al interminable son del repertorio completo de la música rusa, saqueada convenientemente para dar una cierta idea de identidad nacional a unos marinos soviéticos que hablan todas las variantes del idioma... inglés.



(K-19: The Widowmaker) Estados Unidos, 2002.
Dirección: Kathryn Bigelow.
Guión: Christopher Kyle, basado en un argumento de Louis Nowra.
Intérpretes: Harrison Ford, Liam Neeson, Peter Sarsgaard, Christian Camargo.
Estreno de ayer en los cines Hoyts Abasto, Village Recoleta, Cinemark Palermo, Patio Bullrich y otros.

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Harrison Ford y Liam Neeson, un improbable par de oficiales rusos.
 
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