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De sexo, mentiras y videos

1 Un poderoso empresario televisivo quiere contratar a toda costa a una conductora. Ella, con mohínes casquivanos, le dice que no, una y otra vez. El empresario se enoja con su negativa, que entiende como un desplante. Ella no se da cuenta del volumen del enojo de ese señor que se ha convertido en poderoso con velocidad llamativa: cree que es parte de una negociación saber decir no más de una vez. El empresario habla, entonces, con un testigo incómodo de una vida que la conductora tenía hace mucho tiempo, de la que decidió alejarse poco antes de un escándalo de proporciones, uno de esos caso de sexo, locura y muerte que parecen salidos de un cuento de Horacio Quiroga. El empresario es muy claro y directo, que ésa es una de las marcas de su estilo: le pregunta a su interlocutor si tiene copias de aquellas cámaras ocultas de los años ‘80, cuando la por entonces joven comunicadora mantenía un romance con un compañero de trabajo. Cuando obtiene un sí como respuesta, le ofrece el oro y el moro por una copia. Si la obtiene, tendrá dos cartas a jugar. La primera será amenazar a la conductora con difundir sus imágenes si no acepta el ofrecimiento laboral. La segunda, difundirlas si no llegan a un acuerdo.
Las imágenes de estas cámaras ocultas son de sexo apasionado y fueron tomadas a pedido de uno de los dos que lo practicaban. Ese era su vicio, por entonces. El que las tomó, con un sistema que hoy parece primitivo, cámaras fijas en una habitación de un hotel prestigioso, guardó una copia no tanto por indiscreto –que en rigor es una persona que calla más de lo que dice, pese a que dice mucho, a veces demasiado– como por precavido. El empresario, un maestro en el arte de la extorsión, no puede entender que aquel fisgón profesional de entonces se niegue hoy a ponerle precio a su sucio tesoro. La conductora, que a su modo es una estrella, lejos ya de las borrascas de entonces, no sabe que tiene esa espada de Damocles pendiendo sobre su cabeza profesional. El día que se entere, que acaso sea hoy, se sentirá doblemente traicionada. Y no podrá creer la cobardía de aquellos que extorsionan a partir de la información sobre la vida privada de las personas, mientras, a su vez, son celosos custodios de su propia intimidad familiar.

2 El viernes pasado, Jorge Rial rebotaba contra las paredes del tercer piso del edificio de América, el canal de cuya programación es responsable. Su problema no eran las mediciones sino la explosiva repercusión de la cámara oculta en que incurrió en su programa “Intrusos” para demostrar que el ganador del primer “Gran Hermano”, Marcelo Corazza, oculta su supuesta condición de gay. La noche anterior, invitado a “TVR”, Jorge Guinzburg se había pronunciado de manera elocuente sobre el episodio. “Cagarle la vida a un pibe es tristísimo”, puntualizó Guinzburg. “Como viene la televisión –agregó–, le puede pasar a cualquiera que le hagan una cámara oculta.” Eso era más o menos previsible, y es lo que, de alguna manera u otra, se había expresado el miércoles en el programa “Indomables”, en la propia pantalla de América. Pero Guinzburg guardaba para el final un bocadillo que a Rial le quedó atragantado. El bocadillo fue: “Yo no intentaría pegarme un tiro sino que trataría de pegarle un tiro en las rodillas al que lo hizo, de manera que se pueda arrastrar el resto de su vida”. Rial no entró arrastrándose al programa del viernes, ni lo hizo Luis Ventura, su adláter, pero las cosas estaban al rojo vivo en su equipo. De hecho, por el conflicto interno que esa cámara oculta desató, Camilo García renunció a su puesto de notero estrella y las dos damas del equipo, Marcela Coronel y Viviana Canosa, se sintieron presionadas a ser parte de una puesta en escena con la que no simpatizaban.
Rial no rebotaba por las paredes por haber caído en cuenta de que se equivocó sino porque se sentía traicionado al ser criticado, en un canal que considera propio, desde dos programas de una misma productora. Una de sus frases favoritas para pelearse con Canal 9 es que la gerencia a sucargo “cuida” a las figuras de su canal, o a aquellas que tienen que ver con las empresas relacionadas. Lo que no advirtió entonces es que el problema no eran los palos que recibiese sino la lógica ética del episodio. El problema real fue que “Intrusos” usó una técnica que en ciertas ocasiones puede servir al periodismo para descubrir y mostrar casos de corrupción... para adentrarse en los secretos sexuales de un muchacho común y corriente, que hace un tiempo fue conocido por participar de un reality show. Es decir, utilizó una herramienta siempre a disposición de las producciones no para meterse con un poderoso desde un lugar de debilidad sino para meterse con un ser indefenso desde un lugar de poder. Hacer una cámara oculta es la mar de fácil: América y Canal 9 pagan 250 pesos de alquiler por una jornada completa de uso de esas cámaras que, curiosamente, no poseen. En el caso de Corazza, parece evidente que contrataron a un pibe para que hiciese caer al chico que ganó el “Gran Hermano 1”. ¿Le habrán pagado más de 250 pesos al taxi boy que les permitió gritar a los cuatro vientos que Corazza a veces sale con chicos?
Rial, que no tiene ni un pelo de zonzo, sabía cuáles eran los riesgos de su nota, que supuestamente sería un maná de rating, cuando comenzó a presentarla, en dosis homeopáticas, hace una semana. Puntualizó que su problema no era que Corazza fuese gay sino que lo ocultase, y se empeñó en parecer un jefe de familia tolerante, que no critica a nadie por su elección, que sólo espera que se admita en público la verdad. La tolerancia se le fue al diablo, claro, cuando el participante declaradamente bisexual de “Gran Hermano 1”, Gastón Trezeguet, le recordó en cámara, invitado al programa, que esas filmaciones clandestinas constituían un delito, porque invadían la intimidad de una persona, lastimando penosamente su imagen pública. Los que vieron el programa, el jueves, no olvidarán con facilidad el lobo que pareció brotarle al conductor tolerante, que no dudó en decirle “pelotudo” y “drogadicto” a Trezeguet cuando, enfrascados en la discusión imposible, lo notó empeñado en defender principios, cuando lo habían invitado pensando que se burlaría del macho caído.
El tema de que muchos de los “escrachados” por estas cámaras ocultas sean gays no es menor. “Intrusos” considera como un acierto haber deschavado el año pasado que aquel chico violado por el entrenador de fútbol Héctor “Bambino” Veira se convirtió, de grande, en un travesti, al que llaman Malena Candelmo. Otra vez un razonamiento penoso: convertir a la víctima –en este caso, nada menos que de la violencia sexual– en objeto de burla. Esto no invalida, vale la pena aclarar, un programa que en lo suyo sigue siendo un peso pesado televisivo. Se trata apenas de una reflexión sobre un costado perverso que a la perfección podría eliminar sin perder su potencia. Es la televisión, siempre, la que ofrece su material a la gente: la gente no clama a gritos por ver a Corazza de levante. El programa “Kaos”, de Juan Castro, se entretuvo varias semanas a principios de la temporada presentando cámaras ocultas que deschavaban usos y costumbres gays. Una nota de este diario se empeñó en subrayar que el hecho de que Castro hubiese proclamado su verdadera identidad sexual recientemente no le daba autoridad para revelar alegremente la de terceros. Castro recogió el guante: eliminó las cámaras ocultas y eso no le impidió hacer un muy buen programa, uno de los mejores de la temporada 2002. En el camino no sólo no perdió rating sino que cada vez midió mejor.

3 Algunos medios gráficos suelen pedir a los programas televisivos una reflexión sobre las herramientas y sus usos que, a veces, suena paternalista, y crea divisiones que, está dicho, son ficticias. Los productores de Canal 9 que ejecutaron una cámara oculta que terminó “descubriendo” que la esposa del animador Héctor Larrea está internada en un neuropsiquiátrico no ignoraban que cometían una faena sucia, de la que jamás podrían enorgullecerse en público. Lo hicieron porque estáncondenados a una lógica, excitante pero perversa, según la cual la única legitimidad televisiva la da el rating, y lo demás son rascadas. Pensar así no sólo es escupir para arriba sino también convertirse en material descartable a mediano plazo. Hace ya algunos años, en ese mismo canal, Mariano Grondona sacó del aire su propio programa, luego de una sugerencia de Horacio Verbitsky, presente en el piso, cuando un accidente cardíaco acabó con la vida del dirigente político Carlos Auyero, luego de una discusión con su par Eduardo Amadeo. En la lógica que hoy mueve un porcentaje de la televisión, da la impresión de que el programa no sólo habría seguido sino que habría transmitido primeros planos de los infructuosos esfuerzos médicos por salvarle la vida a Auyero. Y que después se hubiera debatido a fondo el tema, repitiendo una y otra vez, aunque con mohínes de espanto, las imágenes de la tragedia.

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