ESPECTáCULOS

Cinco pianos para poner en escena un problema acerca de los géneros

El grupo Piano Circus actuó en Buenos Aires. Presentó un programa ecléctico. Una de las obras, escrita recientemente por Heiner Goebbels, se emparenta con el rock en su tratamiento tímbrico y formal. Fue el cierre del Festival de Música Contemporánea.

 Por Diego Fischerman

El grupo Piano Circus y, en particular, la obra de Heiner Goebbels con la que cerró su primer concierto en Buenos Aires, pone en escena un problema. ¿Es posible escuchar una obra en sí, fuera de las normas que rigen el valor en un determinado circuito cultural? Dicho de otra manera: ¿Puede ser que lo que en un concierto de rock se escucharía como una muy buena obra, sumamente sofisticada, rica rítmica y tímbricamente y compleja en su estructura, sea oído en un concierto clásico como algo bastante simplote en sus alcances, exhibicionista y plagado de efectos fáciles? Scutigeras, escrita recientemente por Goebbels para pianos, pianos preparados, teclados, samplers y percusión, produce exactamente ese efecto. Por un lado se trataría de algo así como una muy interesante continuación de Emerson, Lake & Palmer por otros medios. Por otro, es apenas una composición demagógica en la que los intérpretes (para peor, con sonrientes caras de “cómo disfrutamos haciendo esto”) corren alrededor de los instrumentos y cambian de posiciones como en un juego infantil. Están, seguramente, los viejos defensores de la idea de que “sólo hay buena y mala música”, de que “no importan los géneros” y que esas supuestas reglas de calidad que diferencian a una de la otra son universales y alcanzan a todas las tradiciones. Sin embargo, la realidad es bastante más compleja. Sin llegar al extremo de las canciones de una cancha de fútbol o la música de bailanta, tan eficaces para aquello para lo que son utilizadas (es decir buenas) como inútiles y hasta molestas en otros contextos (o sea malas), desde la chacarera hasta el blues, pasando por la canción de salón del siglo XIX, el free jazz sueco de los años ‘70, la milonga, las sonatas barrocas, el tango bailable, el tango no bailable y la ópera italiana del Romanticismo definen sus valores en relación con normas propias y totalmente distintas unas de otras. Casi podría decirse que no hay ni buena ni mala música, que sólo hay géneros.
Pero la cuestión de los géneros cambió demasiado a partir de la aparición de los medios masivos de comunicación (y mucho más en los últimos años) como para que sean posibles las definiciones categóricas. Músicos como Goebbels y grupos como Piano Circus, precisamente, tienen entre sus objetivos confesados el romper con las clasificaciones preexistentes. Tal vez no sea cierto que sus intervenciones destruyan los géneros anteriores a ellos pero sí, en cambio, que son capaces de agregar al mapa cultural otros géneros nuevos que, en todo caso, requieren un nuevo modo de análisis. La música de Goebbels no es pop en tanto necesita de un cierto grado de atención exclusiva que la emparenta con toda la tradición escrita (eso que habitualmente se denomina música clásica). Pero el universo del pop está lo suficientemente cerca –sus timbres, sus mecánicas estructurales, más cercanas a la adición y el montaje que al desarrollo y más afines al show de efectos que al principio de economía– como para que la inclusión de sus composiciones en un concierto contemporáneo resulte conflictiva.
En la clausura de la edición de este año del Festival de Música Contemporánea del Teatro San Martín, Piano Circus dividió su concierto en dos partes. La segunda estuvo dedicada por completo a Scutigeras (que dura unos 45 minutos). En la primera, este notable sexteto de pianistas/tecladistas tocó la obra para la que se juntó por primera vez: (Six Pianos, de Steve Reich), la atractiva Carillon de Peter Bergson, en la que los teclados van perdiendo su temperamento occidental a medida que avanza la pieza, una magnífica transcripción para seis teclados del Estudio Nº 5 de Conlon Nancarrow y Transmission, de Erik-Sven Tuur, talvez la mejor obra de la noche. David Appleton, Kata Heth, Richard Saxel, Kirsteen Davison Kelly y Catherine Warren, que ayer a la noche tocaron nuevamente protagonizando una suerte de instalación cageiana en el Centro Experimental del Colón, tienen un impactante nivel de virtuosismo, cultivan una imagen de jóvenes saludables y felices (tal vez con un exceso en la dos últimas categorías) y dieron un digno broche a un festival que fue capaz de mostrar que la música contemporánea está lejos de ser una sola cosa.

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Piano Circus en acción: los cinco pianistas/tecladistas tienen un nivel de virtuosismo asombroso.
 
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