ESPECTáCULOS

Títeres para una fábula sobre paraísos perdidos

Un grupo de titiriteros dirigido por la búlgara Antoaneta Madjarova hace de “Calidoscopio”, una obra infantil de calidad poco frecuente.

 Por Silvina Friera

La propuesta del grupo de teatro negro Kukla se inscribe en un tratamiento riguroso de las imágenes, originadas por diferentes objetos y títeres, que adquieren una fuerza poética ideal para estimular el universo lúdico de los niños. Calidoscopio, con puesta en escena y dirección de la titiritera búlgara Antoaneta Madjarova, prescinde del texto. El cuadro de la Primavera funciona como un disparador de este singular montaje. Las flores, los árboles y las plantas se multiplican, el sol alumbra a criaturas tan disímiles como los pájaros, los conejos, las orugas y otros insectos, otorgando una gama de atractivos colores a la oscuridad reinante en la sala de Liberarte, al ritmo de “Peer Gynt”, de Edward Grieg. Una cigüeña “abandona” a un bebé en medio de ese paisaje reconfortante y bucólico.
En la música (una cuidadosa selección de grandes compositores clásicos), reside el fundamento de la creación de las imágenes, de la acción y de la propia historia, contundente a partir de su propia sencillez y depuración estética. Porque este bebé se convierte en el “protagonista” de las acciones, se atreve a auscultar con ingenuidad ese mundo que lo rodea, explora esa fascinante geografía primaveral con la ternura de alguien que no apela a la violencia, pero que la sufrirá en carne propia, porque de algún modo, “crecer” consiste en desentrañar primero la complejidad y los atropellos de las convenciones de los hombres, para posteriormente rebelarse. Sin embargo, aun ajeno a estos menesteres, el protagonista de esta fábula disfruta de la naturaleza que lo circunda, baila y juega con los animales, impulsado por la música de “Cascanueces”, de Chaikovski.
Si la primavera representa el paraíso perdido, el cuadro siguiente, el ingreso del niño a la ciudad, se impregna de una realidad tan urbana como reconocible. Las plantas y los árboles desaparecen, reemplazados por edificios, rutas y autos. La ciudad despliega sus seductores y ambiguos artificios para este niño que juega a la pelota mientras sortea los peligros de un ámbito mucho más hostil y salvaje. El vértigo urbano, sus tensiones insoportables, las injusticias y desigualdades, las impresiones, los temores y emociones prematuras del niño tienen su correlato musical, como sucede en cada uno de los cuadros, en la versión de “Rhapsody in Blue”, de George Gershwin. El grupo de titiriteros, integrado por Mariela Pita, Laura Samid, Rocío Campos, Hernán Maccagno y Josefina Chocobar, demuestra una aceitada y armoniosa manipulación de los títeres, objetos y elementos escenográficos, sustentados en las técnicas del teatro negro de Praga.
Este ágil relato visual capta minuciosamente el imaginario infantil, al funcionar como una radiografía acerca de la manera en que se acumula aprendizaje a partir de las experiencias sensibles, la aventura de crecer y superar obstáculos. El niño no deja de sorprenderse (la manipulación a cargo de Pita subraya esta actitud) porque sus ojos están ávidos de novedades. Cuando se sumerge en el fondo del mar (nada más adecuado que “La Mer”, de Claude Debussy como trasfondo), el niño parece regresar al encanto inicial: los peces, los hipocampos, las medusas y los pulpos le devuelven el placer de entretenerse. El cambio de paisaje transporta alprotagonista hacia la soledad de la montaña. Las casas y los montes se tiñen de blanco; la inclemencia del invierno potencia esa sensación de soledad infinita. La atmósfera desolada se transforma con la aparición inesperada de una niña. Adán encuentra a su Eva, y la pareja danza al compás de “Sueño de amor”, de Franz Liszt.
La obra remite, desde el título, a ese entrañable tubito mágico de la niñez (calidoscopio deriva del griego kalós, que significa bello, y de eidos, que alude al aspecto) repleto de figuras asimétricas y vistosas que se descomponen y modifican al girarlo. El itinerario de este niño está signado por la presencia de este extraño juguete que se erige como una metáfora de la naturaleza.

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La pieza dirigida por la búlgara Antoaneta Madjarova puede verse los sábados en Liberarte.
 
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