ESPECTáCULOS › EL AÑO DEL VIDEO TRANSCURRIO A LA PAR DE LOS VAIVENES ECONOMICOS DEL PAIS

Como la Argentina, para bien y para mal

Luego del inicio de un 2002 pleno de incertidumbre, el mercado se fue acomodando a la nueva realidad: cada parte del negocio hizo lo posible por atenuar el impacto de la devaluación. Así, el negocio se mantuvo a flote. A la par, siguen creciendo la piratería y puede considerarse ya imparable el avance del formato DVD por sobre el clásico VHS.

 Por Horacio Bernades

Si no puede crecer, al menos que no se muera. El infierno más temido por la gente del negocio a fines del 2001 (que al 1 a 1 lo sucediera una devaluación gigante) se hizo realidad a comienzos del 2002, y de allí en más fue cuestión de ver cómo se hacía para que la actividad no desapareciera de un plumazo. Mientras que en otros rubros de la economía fue posible instrumentar una política de sustitución de importaciones como salida frente a la megadevaluación experimentada a comienzos de año, en el campo del video suena a quimera la posibilidad de reemplazar con componentes nacionales los insumos extranjeros. Empezando por los derechos de edición, en manos de grandes compañías extranjeras, y llegando hasta los propios materiales con los que se ensambla cada videocasete, los costos del video se manejan en dólares. Terminándose el año, los distintos sectores del negocio pueden brindar con la sensación de tarea cumplida: gracias a que todo el mundo sacrificó algo, la actividad sigue en pie.
La temporada se presentó signada por los esfuerzos conjuntos para frenar el diluvio que se venía. Con el dólar a 3,50 pesos, las editoras obtuvieron de los proveedores extranjeros refinanciación de deudas y plazos de gracia para cubrir vencimientos, única salida para evitar el default. El segundo paso para evitar que el negocio se cayera del todo consistió en no trasladar a los precios el aumento de los costos, absorbiendo buena parte de él y produciendo en su lugar subas módicas y graduales. Como resultado de tanta prudencia, al día de hoy comprar un video no le cuesta al videoclubista trescientas cincuenta veces lo que salía el año pasado sino “sólo” un 20 o 30 por ciento más. Pero, además, las editoras instrumentaron variedad de sistemas promocionales y descuentos especiales, para atenuar aún más el impacto de la suba sobre el comerciante minorista. El videoclubista copió el ejemplo y pisó también con pies de plomo, aumentando el costo del alquiler sólo en pequeña proporción.
Conclusión: de los 3 pesos promedio de años anteriores, alquilar un video pasó a costar 3,50 o 4 pesos, con lo cual el negocio en su conjunto terminó sufriendo menos que el cine o la televisión de cable, que experimentaron, a lo largo del año, una caída de entre el 30 y el 50 por ciento. En términos comparativos, el video sigue resultando un entretenimiento más barato que sus inmediatos competidores. Pero ciertas lacras parecen imposibles de erradicar. La piratería, por ejemplo, creció al compás de la pauperización general. Según los observadores, la duplicación ilegal tiende a expandirse desde las zonas menos patrulladas del Conurbano hacia el mismísimo centro de la ciudad. El incremento de los operativos antipirata que llevan a cabo las asociaciones que agrupan a las editoras y videoclubes, en conjunto con el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales, no resultó suficiente para frenar su auge, estimándose en la actualidad que por cada video legal circulan por lo menos dos que son truchos.
También creció –aunque en mucha menor medida de lo que podía esperarse antes del corralito y la devaluación– ese motor para el avance de toda la actividad en su conjunto, que es el DVD. El formato digital tiene al tiempo de su lado y está llamado a imponerse por sobre el VHS, en razón de su evidente superioridad técnica. Pero para que el DVD mantenga su penetración es necesario que crezca el parque de máquinas lectoras, y aquí también la disparada del dólar produjo un violento cimbronazo sobre el bolsillo del potencial cliente. Debe reconocerse que las grandes casas de electrodomésticos también se manejaron con prudencia a lo largo del año, cargando sobre los precios sólo una parte del sideral aumento de costos. Sumado a que, como suele ocurrir con todo nuevo producto del rubro electrónico, las máquinas lectoras de DVD bajaron sensiblemente sus precios en dólares al ritmo de la expansión del formato, hoy unareproductora de primera línea cuesta, en pesos, prácticamente lo mismo que antes de la debacle de diciembre del 2001.
Si bien la incidencia del DVD es todavía pequeña en relación con el volumen total del negocio, alquilar disquitos digitales grabados se va haciendo costumbre para el habitué de videoclub. La costumbre se ve favorecida por el hecho de que, hoy en día, alquilar un DVD cuesta prácticamente lo mismo que un VHS. Sin embargo, por razones de costos y rentabilidad, las grandes editoras tendieron a reducir la cantidad de lanzamientos a lo largo del año, tanto en formato magnético como digital. Si el año pasado una compañía major lanzaba una veintena de nuevos títulos mes a mes en VHS, hoy esa cifra se ve reducida casi a la mitad. Por el lado del DVD, a partir del segundo cuatrimestre del año las grandes firmas prácticamente abandonaron la edición de clásicos y ediciones especiales, para limitarse a replicar –en simultáneo con el VHS– las novedades más fuertes de cada mes. Antes de que eso ocurriera, ciertas ediciones de colección, como las de Chinatown, Casi famosos y las primeras temporadas de Los Simpson y Los expedientes X –así como sendas series dedicadas a espectáculos de Les Luthiers y la troupe canadiense Le Cirque du Soleil– dejaron sentado hasta dónde puede llegar el aporte del DVD, en la medida en que las editoras mantengan alta la apuesta por el formato.
En términos generales, el terror de las grandes editoras a “clavarse” con todo aquello que no represente un ingreso seguro llevó a frecuentes cambios de programación y postergaciones de lanzamientos. Se trata de una mala costumbre, que genera en el público consumidor una inevitable sensación de incertidumbre, desconcierto y escasa confiabilidad. El mismo temor llevó a reducir la oferta de títulos lanzados directamente en video, rubro que constituye una de las ventajas diferenciales de este campo. Pero también se verificó a lo largo del año el fenómeno inverso, al pasar directamente a video muchas películas que las distribuidoras cinematográficas decidieron no estrenar en salas. Un poco sin quererlo, el video terminó convirtiéndose en relevo del cine, al estrenarse en cajita películas como las últimas de John Carpenter (Los Fantasmas de Marte) y John McTiernan (la remake de Rollerball), además de la más nueva de Robert Redford (La última fortaleza), una gran producción europea como Vatel (con Gérard Depardieu y Uma Thurman), la última de la superestrella de artes marciales Jet Li (El único) y ciertos inesperados exotismos, como la superproducciones indias Lagaan (candidata al Oscar 2002 al Mejor Film Extranjero) y Misión en Cachemira.
Otra de las importaciones exóticas fue el thriller coreano Shiri, que venía de romper records de concurrencia en su país de origen y terminó por confirmar el poderío alcanzado por esa cinematografía asiática. De la producción original para televisión que a lo largo del año llegó al video, se destacaron netamente Band of Brothers –la mesurada miniserie sobre la Segunda Guerra Mundial que produjeron Steven Spielberg y Tom Hanks–, así como la colección completa de los micros televisivos protagonizados por Mr. Bean, el genial personaje cómico del inglés Rowan Atkinson. Dentro del panorama de retracción generalizada (tanto en términos de cantidad como de calidad) debe destacarse la apuesta del grupo integrado por los sellos SBP, Transeuropa y Primer Plano Video. Como parte de una cuidada política de edición, este pool editorial independiente lanzó al mercado buenos productos de género (thrillers y terror, sobre todo), mucho cine de calidad (previamente estrenado en cines o no) y oportunas reediciones que sirvieron para rescatar clásicos perdidos u olvidados.
El ejemplo más notorio de esta política de rescate lo dio la recuperación, por parte de Primer Plano Video, de ese campeón de la prohibición que es la japonesa El imperio de los sentidos, lanzada hacia fin de año en copia completa y flamante. Además de los directos a video, la otra línea que le da al video-home una ventaja comparativa por sobre elcine es la de los clásicos. De por sí limitada a un reducido grupo de acólitos y seguidores, al acentuarse la pauperización general este rubro aparece como el eslabón más débil del negocio. Pero es también –eso no hay quien lo dude– uno de los más imprescindibles, en términos cinematográficos y culturales. Las ediciones de Maridos (J. Cassavetes), Por dinero casi todo (B. Wilder), Trafic (J. Tati), Martha (R.W. Fassbinder), Flesh (P. Morrissey) y varias de ese maestro absoluto del melodrama que es Douglas Sirk (desde Palabras al viento hasta Tiempo de vivir, tiempo de morir) confirmaron, a lo largo del año, la buena salud y relevancia que el rubro sigue teniendo en la Argentina.
Conscientes de que no les sobra margen de maniobra y librados a su propia suerte, los editores de clásicos mantuvieron firme su apuesta con total mesura, manteniendo los precios congelados como durante el 1 a 1. Al mismo tiempo, intentaron compensar las pérdidas en el mercado interno con algunas exportaciones a países hispanohablantes, aprovechando el enorme desarrollo cuantitativo y cualitativo que el video argentino supo alcanzar en el curso de su historia. Si los más optimistas destacan que durante el año el video se mantuvo vivo, algún pesimista podría dictaminar que, si no se murió, sí se empobreció. Se confirma así que la suerte del rubro va atada a la del país en su conjunto, para bien o para mal.

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“Maridos”, un clásico en la inspirada filmografía de John Cassavetes.
 
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