ESPECTáCULOS › “LAS VARIACIONES GOLDBERG”, EN EL SAN MARTIN, ES UN ACONTECIMIENTO

Un universo de mentiras verdaderas

Alfredo Alcón y Fabián Vena se lucen en la transgresora puesta de Roberto Villanueva de una obra notable del húngaro George Tabori

 Por Hilda Cabrera

¿Le faltó autocrítica al dios creador del mundo, o las imperfecciones surgieron después de insuflarle vida a Adán y Eva? Si se acepta que no hay imposibles en el campo de lo imaginario y se desoyen las voces de los prejuiciosos, es probable que las transgresiones de Las variaciones Goldberg se aprecien como una práctica más del pensamiento dialéctico. Tampoco incomodan si el espectador se aviene a aceptar que todo lo que ocurre en escena surge de un entramado de fabulaciones a veces ingeniosas y otras banales y estrafalarias, toscas cuando toman la forma de diatribas. Su autor, George Tabori –que nació en Budapest en 1914, perdió a sus padres en Auschwitz y escribió, además de piezas teatrales, novelas y guiones de cine–, usa en esta obra de 1991 pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento para enlazarlos fantasiosamente y, entre bromas, con pasiones y tragedias contemporáneas.
Recurriendo al pirandelliano método del teatro dentro del teatro, Tabori (el mismo de Mein Kampf, una farsa, que dirigió Jorge Lavelli, también en el San Martín) le otorga a un director de escena llamado Jay (en hebreo, vida) la oportunidad de darle forma a otra visión sobre el Génesis y la Crucifixión. Asumiendo ese papel, el hombre conforma un relato hecho de retazos, de mentiras verdaderas que desconciertan a su elenco, y por extensión al público que asiste a este singular montaje de Roberto Villanueva. Esto se debe en parte a que en la creativa puesta de este director ningún código perdura demasiado. Se pasa en segundos de la risa al lamento. El espectador queda entonces descolocado, pero puede inferir que existe más de un relato sobre un mismo asunto, y casi todos en estado incipiente. Se supone que un actor o una actriz tienen también ellos algo para contar, y lo expresan a través de una negativa o una exigencia. Porque aquí son muchos los que se resisten a las indicaciones que imparte Jay, especialmente el joven asistente Goldberg, quizás el más elíptico en sus comentarios.
Obra artificiosa, cómica y a la vez desoladora, Las variaciones... sugiere, en esta puesta, un entorno amenazante. El sonido que producen las aspas de un helicóptero en vuelo rasante y la irrupción de unos personajes trajeados de negro que impresionan como seres violentos y al mismo tiempo violentados, como marginales o marginados (¿así son los ángeles del infierno?), preanuncian un ensayo teatral donde la regla será desacralizar. El crimen de Abel (segundo hijo de Adán y Eva) por su hermano Caín se concretará tras la propuesta de este último de realizar un inocente paseo. En consonancia con el texto, el montaje de Villanueva sorprende a cada instante, a veces apelando a interferencias, a abruptos cambios derivados de las observaciones que hacen a Jay los integrantes del elenco e incluso a insertos escenográficos, entre otros el de unos paneles que, a modo de un rompecabezas gigante, muestran fragmentos de una famosa pintura del artista flamenco Van der Weyden. Otro tanto ocurre con los variados matices de la iluminación, con el contrastante vestuario y la música, rubro en el que predominan –por su función de enlace– Las variaciones Goldberg, de Johann Sebastian Bach. Las alusiones a textos de Shakespeare aportan diversidad al discurso de Jay. Apuntes que no extrañan en el húngaro Tabori, que llevó a escena versiones renovadoras de Hamlet, El mercader de Venecia y Romeo y Julieta.
La presencia del joven judío Goldberg, asistente de Jay, subraya aún más esa multiplicidad de enfoques sobre los diferentes acontecimientos bíblicos. El contrapunto es fundamental en esta obra, que pone en primer plano las deficiencias de la Creación y del mundo en su desarrollo. El sagaz Jay sabe que también él tendrá que retirarse “a babear sus memorias” y que la perfección no existe, aunque persista el deseo de alcanzarla, pues lo que abunda son los cretinos y violentos. En el papel de Goldberg, Fabián Vena se muestra sobrio al momento de expresar las contradicciones: es manso cuando acepta “la bienvenida al Calvario” y astuto cuando cree tener en sus manos la oportunidad de modificar la historia. ¿Quién traiciona a quién en este cuento? ¿Jay, especie de dios y padre, o ese muchacho que “conspira contra la ley y el orden”?
Exacerbando su humor y cinismo, el Jay que compone con tensión y sensibilidad afinadas Alfredo Alcón sabe que la peor muerte impresiona a los impíos, y por extensión a los espectadores más incrédulos. “El último grito tiene que helar de espanto a quien lo oiga”, pide Jay, aun cuando en esta puesta ese grito sea omitido. Y esto porque el autor no instala cómodamente su obra en una única zona. Las variaciones... comporta una tragedia pero funciona como una farsa, y hasta como una comedia de humor negro. Porque quién es Jay, finalmente. ¿Un embaucador, un victimario o el padre de un hijo asesinado? Cuando al promediar la obra se lo ve desvalido y casi al borde de la locura, apretando contra su pecho los zapatos de un ser al que nunca hubiera querido perder, se convierte en simbólica imagen del dolor y de las contradicciones del individuo. Entonces no bromea, pero imagina que otro (¿una víctima, un hijo o el mismo Goldberg?) acaso encuentre un lenguaje más acertado con el cual contar viejas y nuevas historias que hablen de torpezas y destrucciones, divinas y humanas.

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Tabori usa pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento para hablar de pasiones y tragedias contemporáneas.
 
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