SOCIEDAD › MISTERIOSO ASESINATO DEL PRESIDENTE DE LA FUNDACION CARDIOLOGICA

Cuatro balazos en el consultorio

José Martínez Martínez era un prestigioso cardiólogo que dirigía la unidad coronaria del Clínicas. Ayer fue encontrado muerto en su consultorio de Barrio Norte. Estaba atado a una silla. No hubo robo. Los investigadores creen que fue un crimen por encargo.

 Por Horacio Cecchi

Un reconocido cardiólogo, José Martínez Martínez, presidente de la Fundación Cardiológica Argentina y titular de la Unidad Coronaria del Hospital de Clínicas, fue hallado asesinado en su consultorio de la Recoleta. Para total sorpresa de sus colegas, familiares y amigos, la muerte de Martínez Martínez guardó las trazas de un crimen por encargo: lo encontraron sentado en una silla, atado de pies y manos, y con cuatro disparos a quemarropa, uno de ellos en la nuca. El caso está envuelto en el más oscuro de los misterios. A la víctima no se le conocía doble vida, no llevaba un nivel de vida fastuoso y no existen por el momento hipótesis fuertes sobre los motivos del crimen, aunque existe una pista: la cerradura del consultorio no fue violentada. El cuerpo de Martínez Martínez fue descubierto por una de sus hijas y un médico amigo, alrededor de la medianoche del martes pasado, después de que la familia se preocupara por su ausencia a las clases particulares de inglés, que tomaba en el mismo consultorio, y a una serie de reuniones en la fundación que presidía.
Si hay algo que agita la adrenalina de los investigadores es un caso en el que no aparece el motivo. Y en éste, el motivo por el momento es desconocido. Los que siguen son los datos que han ido reuniendo los investigadores, intentando armar una pista que dé con el o los asesinos.
José Martínez Martínez, de 57 años, era un eminente cardiólogo titular de la Fundación Cardiológica Argentina y de la Unidad Coronaria del Hospital de Clínicas (ver aparte). Atendía, además, en su consultorio particular, los lunes, miércoles y viernes. Los martes, a las cuatro de la tarde, tomaba también clases de inglés particular.
El martes pasado, después de concurrir al Clínicas, pasó por la fundación, ubicada a pocas cuadras, en Marcelo T. de Alvear y Azcuénaga. A las dos de la tarde, se retiró de allí y se dirigió al consultorio, ubicado en el departamento de la planta baja B de Junín 1276, en la Recoleta. Dos horas más tarde, allí mismo, recibiría la habitual clase de inglés. Nadie sabe aún si había concertado una reunión con alguien, o si acostumbraba concurrir a esa hora al consultorio.
Lo cierto es que a las cuatro de la tarde, la docente tocó el timbre de la planta baja B y nadie respondió. Insistió durante unos minutos y después llamó a la casa del médico, ubicada en Independencia al 2000. Los familiares desconocían el motivo de su ausencia y llegaron a imaginar que debería estar “atendiendo alguna urgencia”. Alrededor de las ocho hubo un nuevo alerta. En la fundación habían pactado una reunión a la que Martínez Martínez se había comprometido a concurrir. Pero tampoco estuvo allí.
Alrededor de la medianoche, su familia, preocupada, comenzó a rastrearlo. Una de sus hijas se dirigió al consultorio. En la puerta se encontró con un médico amigo, también preocupado, quien imaginaba que su colega había sufrido muerte súbita. La hija tenía llave del consultorio. Cuando abrieron la puerta descubrieron la escena: Martínez Martínez se encontraba acostado en la camilla, empapado en sangre. Los pies los tenía sujetados con un guardapolvo y las manos libres.
La autopsia determinó que había recibido cuatro disparos, aparentemente del calibre 3.80, que se corresponde con una pistola 9 milímetros corta. Uno lo había recibido en el pecho. Otros dos en la espalda y el cuarto, en la cabeza. Previamente recibió un golpe en la boca. Los peritos imaginaron la siguiente escena: el médico recibió el golpe que lo dejó indefenso. Le sujetaron las piernas con lo que encontraron, su guardapolvo. “No estaba atado –reveló una fuente de la investigación–. El guardapolvo lo tenía sujeto, pero no habían hecho un nudo que resistiera”.
Consideraron también que el primer disparo fue el que impactó en el pecho. Un detalle permite deducirlo: Martínez Martínez tenía quemado el antebrazo derecho por la deflagración de la pólvora. Los expertos imaginanque cuando le acercaron la pistola, el médico estaba en condiciones de tener un gesto de defensa reflejo y levantó el brazo. Después le pegaron los dos tiros en la espalda. El último, en la cabeza, lo deducen porque es el que menor hemorragia presentó. Martínez Martínez ya había muerto.
“Es un trabajo de profesionales –reveló la misma fuente–. La forma en que lo mataron, el remate, todo nos lleva para ese lado.” Aunque semejante ausencia de motivaciones no deja demasiado espacio para descartar hipótesis, la del robo resulta endeble. Es cierto que en el departamento contiguo, el A, funciona una feria americana, lo que hacía que la puerta de calle del edificio no fuera cerrada con llave. Pero el trabajo profesional y la ausencia de indicios de robo desvían esa hipótesis. “No faltaba nada, el celular estaba en el escritorio, había algo un poco revuelto en el escritorio, pero no parece que faltara nada.” Otro detalle que llamó la atención fue la puerta del consultorio. La cerradura no había sido violentada. “Es una puerta que se abre con llave de adentro y de afuera, por lo que pensamos que o tenía la llave, o era alguien conocido, o invocó a algún conocido”, sostuvo el experto.
Fuera de esto, no existen más indicios. Un dato que circuló en los ámbitos médicos abrió la puerta a una versión que, por el momento, parece arrastrar más películas de espionaje que otra cosa. Como presidente de la Fundación Cardiológica Argentina, Martínez Martínez intervenía en un debate que se había abierto en la comunidad científica: el desfibrilador automático, un aparatejo que los médicos utilizan para casos de arritmia cardíaca que deriva en la muerte y que en los países más desarrollados ya es utilizado por paramédicos o personas entrenadas sin ser especialistas. La idea es introducirlo en forma masiva y colocarlo hasta en los floreros. Martínez Martínez se oponía a esa introducción. Sostenía que era poner el carro delante del caballo y que era mejor educar a la población en los masajes cardíacos y la respiración artificial. Según esa versión, el médico cerró la puerta a un negocio millonario. Fuentes médicas confirmaron a este diario lo absurdo de la versión y de la existencia de una supuesta mafia de los desfibriladores. El investigador fue terminante: “No descartamos nada, tampoco hacemos hipótesis con versiones”.

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Está comprobado que el asesino entró al consultorio de Junín 1276 sin violentar la entrada.
 
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