ESPECTáCULOS › UN COMPILADO PARA DESCUBRIR AL MUSICO MAS ALLA DE “THE OSBOURNES”

Ozzy, supremo sacerdote del metal

El doble CD “The essential” recorre buena parte de la carrera solista del prócer rockero, una manera de asomarse a todo lo que hizo antes de convertirse en una estrella bizarra de la señal MTV.

 Por Fernando D´addario

Una flamante y muy completa compilación, llamada The Essential, dibuja el sinuoso recorrido musical de Ozzy Osbourne en los últimos veinte años. El doble CD pretende ser una guía, una introducción accesible para las nuevas generaciones que vinculan su nombre con las excentricidades del reality show “The Osbournes”. No serán defraudados: encontrarán en ese puñado de canciones algunos códigos genéticos que adoptaron sus ídolos de hoy, los atormentados héroes del nü metal. El disco, no obstante, reserva otros encantos, destinados a un público no siempre bien atendido, acaso por su inconsistencia en términos de marketing: el de los “ex”. Encontrarse hoy, por la vía que sea —préstamo, compra, regalo, copia pirata— con los grandes éxitos de Ozzy, lleva a abrir una carpeta del disco rígido que permanecía inhibida. Lleva, también, a recuperar grandes éxitos propios, pasibles de ser releídos con una mirada misericordiosa, que convierte en simpático lo que podría ser tildado de patético.
Parafraseando una idea aplicable a múltiples aspectos de la vida, puede decirse que mucho mejor que ser heavy es haberlo sido. Haber pertenecido, aunque sea tangencialmente, a ese ghetto de fundamentalistas que agotó su adolescencia en la militancia en los géneros duros confiere autoridad para abordar ciertos personajes desde otra perspectiva. En el caso de Ozzy, supremo sacerdote del heavy metal (el título es vitalicio, con lo que todo intento de descanonización resulta inútil) la advertencia para los advenedizos sería: “Hoy lo vemos como un payaso, pero ojo que este tipo es un grosso”. El aviso debe ser complementado con hechos, datos de la realidad. Pueden elegirse apuntes biográficos, historiografía metalera, detalles que rozan lo sociológico. Un slogan infalible y muy pedagógico podría ser: “A fines de los ‘60, en pleno flower power hippie, Black Sabbath (la banda de la que Ozzy fue cantante y algo más) reflejó el lado oscuro y pesimista de la humanidad”. También podría agregarse algo de sordidez, como que en lugar de la bucólica California, Ozzy y Tony Iommi (guitarrista y líder del grupo) caminaron las calles de la posguerra en la brumosa Birmingham, asfixiados por el humo de las fábricas y el contexto de desocupación y pobreza. Y decirse, además, que mientras los hippies experimentaban con el LSD, Ozzy y los suyos buceaban en otro más allá, también trascendente y peligroso, pero más oscuro: el de la magia negra.
Las anécdotas ilustrarían al neófito, que no tardaría en figurarse su radiografía del personaje a partir de unos pocas historias: la del murciélago mordido “accidentalmente” por Ozzy en uno de los éxtasis que lo asaltaban en vivo; la del chico fanático que se suicidó tras haber escuchado “Suicide solution”; el glorioso Randy Rhoads, su guitarrista (el solo en “Mr Crowley” sigue conmoviendo en 2003) que se mató en un accidente en su mejor momento; el intento de asesinato que sufrió su esposa, la abnegada Sharon, a manos de un Ozzy que consumía seis gramos de cocaína al día. Todo esto, sin sofocar con alusiones a su desequilibrio psíquico y físico. Y sus canciones de voz chillona y desafinada, aullidos de dolor y frustración, invocaciones a entidades infernales que no siempre subían a socorrerlo en sus necesidades terrenales.
Pero ni la descripción más minuciosa alcanzaría para transmitir lo que Ozzy significó para miles de “ex”, a quienes la vida fue dispersando en otras direcciones musicales y existenciales. En ese detalle está el núcleo de la imposibilidad: diseccionar a Osbourne es abrirse al pasado de uno mismo, desentrañar una autobiografía difícil de oficializar, por grotesca. Si hoy todos ven a Osbourne como un payaso simpático, es probable que siempre lo haya sido. Pero los “ex” prefieren mentirse por un ratito (fundamentalmente si se está bajo los efectos de haber escuchado recién joyas como “Diary of a madman”, “Crazy train” o la versión en vivo de “Paranoid”), perdonar las concesiones y reivindicar los años locos como “la verdad”. La confusión quizás encuentre su nudo en una característicaque podría definir las oscilaciones artísticas, los hallazgos estéticos, el éxito, la reconversión en estrella de TV: en 35 años de carrera, Ozzy siempre hizo de su infierno personal un circo. En algún momento, ese circo fue el heavy metal. Hoy es un reality show. Ninguno de los dos afecta su autenticidad ni disminuye la jerarquía de sus fueros. Lo único que cambia es la perspectiva de quien escucha o mira.
Frente a este Essential que se presenta de golpe, como un cachetazo del tiempo, una camada de “ex” dirá que el disco que cuenta es el primero, que recupera discos como Blizzard of Ozz, Diary of a madman o Bark at the moon. Otros, más jóvenes, reivindicarán el segundo, menos denso, con temas como “No more tears” y “I’don’t want to change the world”. No faltará quienes pontifiquen que el Ozzy músico murió el día que se fue de Black Sabbath. En el centro de la escena, Ozzy. Alzando su coca diet, que resalta aún más sus heridas de guerra, brinda por todos. Es demasiado grande, demasiado bizarro, como para dirimir racionalmente las minucias dogmáticas de los mortales.

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Osbourne fue el cantante de Black Sabbath, grupo fundacional.
 
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