EL PAíS › PRIMERA VUELTA PORTEÑA EN
COMICIOS DE FUERTE COMPONENTE NACIONAL

Elección con gusto a plebiscito

Como en el 2000, cuando se enfrentaron Ibarra y Domingo Cavallo, los dos principales candidatos representan un proyecto de centroizquierda en sintonía con Kirchner y Carrió y, del otro lado, la apuesta más fuerte para reciclar al menemismo disperso.

 Por Martín Granovsky

Por segunda vez en tres años los porteños votarán para elegir jefe de Gobierno en elecciones polarizadas donde no se juega un simple espacio de poder local sino una visión completa de la política argentina. Si las encuestas previas tienen razón Aníbal Ibarra y Mauricio Macri arañarán hoy una mitad del 70 por ciento de los votos y el ballottage será inevitable. Con un agregado más que probable: habrá una presencia mayor de Néstor Kirchner en la campaña.
Las apuestas de los principales candidatos no podrían ser más distintas.
Mauricio Macri quiere ganar para pasar de Boca Juniors al manejo del Estado. El área no es nueva para el ex directivo de Sideco, la empresa de obras públicas del Grupo Socma. Desde allí Macri participó de las obras de la General Paz, aquí, y en Morón celebró el acuerdo de cloacas por el cual terminó renunciando el hipermenemista Juan Carlos Rousselot. Sabe, como todos, que no superará el 50 por ciento y busca triunfar hoy con una diferencia mayor a cinco puntos para instalar luego esa distancia como algo insalvable. Macri llega a esta elección luego de no haberse animado a disputar la última presidencial, un gesto que alentaba Francisco de Narváez, el votante de Luis Zamora que se encandiló con Carlos Reutemann y terminó financiando a Carlos Menem.
El negocio de Aníbal Ibarra es el triunfo que, supone, demolería a Macri para el ballottage, por más pequeña que fuese la diferencia de hoy, o una derrota honrosa en primera vuelta. Su confianza, en ese caso, es que Macri se habrá acercado a su techo y no puede avanzar hacia la superación del 50 por ciento en solo tres semanas. Puestos contra las cuerdas, sus funcionarios no dramatizan la segunda vuelta ni siquiera con una diferencia mayor.
Para Patricia Bullrich no hay un escenario malo, salvo una improbable licuación del 9 por ciento que le otorgan las encuestas con excepción de Julio Aurelio, generoso en un 13 por ciento. Nunca compitió por un puesto de tanta exposición como la Jefatura de Gobierno y quedará instalada con la cantidad suficiente de votos como para disputar un espacio en el centroderecha porteño, huérfano desde la huida de Domingo Cavallo.
Luis Zamora ya ganó dos veces una diputación en 20 años de democracia pero es la primera vez que se presenta fuera de una estructura de la izquierda tradicional. Creció con el auge del “Que se vayan todos”. Su desafío inmediato, si no se pronuncia sobre su candidato para el ballottage, será cómo evitar el choque con la mayoría de sus votantes, que en segunda vuelta seguramente se inclinarán por Aníbal Ibarra. Su desafío desde diciembre será resolver si amplía la construcción política a partir de una banca de legisladores locales que tendrá una presencia interesante o encuentra una forma de estimular al movimiento de asambleas que terminó de agotarse el último verano.
Cristian Caram hará la peor elección en la Capital Federal desde la fundación del radicalismo. ¿Sufrirá, además, el corte de boletas en favor de Nito Artaza, que pasó de líder de los acorralados a candidato a diputado nacional? Y de paso: si Macri no termina como jefe de Gobierno y Caram hace sapo, ¿Enrique Nosiglia dejará de ser un lobbista y dirigente político para ser solo un lobbista?
Izquierda Unida tratará de salvar algo de la ropa que le quitará Zamora. Su esperanza tal vez sea un módico corte de boletas que al menos le asegure una representación en la Legislatura porteña.
Pero las elecciones encierran, sobre todo, un enorme plebiscito nacional del cual los porteños vivirán hoy solo el primer capítulo. No es que se trate de un referéndum sobre la gestión de Kirchner pero sí de una evaluación sobre el espacio de centroizquierda en sus distintas variantes.
Ibarra concentra en su candidatura las dos expresiones políticas del centroizquierda. Por un lado el propio Kirchner, que lo apoyó sin vueltas aun lanzando al ruedo a su mujer, la senadora Cristina Fernández, y apadrinando una de las dos listas a diputados, la que encabezan MiguelBonasso y Alicia Oliveira. Por otro lado Elisa Carrió, que caminó los barrios con Ibarra y también tejió una alianza que se plasmó en una lista, la que para diputados pilotea Claudio Lozano. Kirchner y Carrió tienen una coincidencia de hecho, o en hechos. Los unen la renovación de la Corte y el espanto al menemismo. Pero no hubo ningún acuerdo explícito, ni en público ni entre bambalinas. El lugar de encuentro es la candidatura de Ibarra, como tal vez lo sea en parte la del socialista Hermes Binner en Santa Fe, donde Kirchner pone unas fichas mientras no descuida al peronista Jorge Obeid.
El Presidente imprimió un sesgo ideológico fuerte a su gobierno. Si Macri llegase a ganar habría un nivel de convivencia decorosa pero de ningún modo una adaptación mutua. Para Kirchner, Macri representaría, junto con Daniel Scioli, una de las formas en que el menemismo reciclado podría buscar su vuelta al poder pleno. Por eso su apuesta fuerte para hoy. Por eso la probabilidad de que esa apuesta se haga aún más jugada y nítida a medida que se acerque el ballottage. Kirchner necesita ganar espacio propio permanentemente, como una bicicleta obligada al pedaleo continuo. Una forma es garantizar y asociarse al triunfo de otros, como sucede con la candidatura de Felipe Solá en la provincia de Buenos Aires, donde Hilda “Chiche” Duhalde va de primera candidata a diputada nacional. Otra es compensar el peso del aparato peronista con perfil propio y guiños a izquierda.
Si Ibarra queda hoy en camino hacia la segunda vuelta se habrá consolidado como un líder político importante de la Capital Federal. Lo fue Fernando de la Rúa. Lo fue, sin duda, Carlos “Chacho” Alvarez. La paradoja es que Ibarra sobrevivió a los dos a pesar de que se desplomaron en el camino la alianza que integraba, el gobierno nacional al que estaba conectado, su propio partido, su jefe partidario y la economía incluyendo al sistema financiero, principal fuente de ingresos brutos de la ciudad. Ibarra pasó la crisis y llega a las elecciones de hoy en condiciones políticas competitivas. Si su candidatura funciona bien hoy y triunfa en el ballottage se abrirá una etapa de alianzas nuevas, ya sin el aparato radical de por medio.
La vuelta de la política, la existencia de proyectos y trayectorias diferentes y el distinto tipo de relación con los sectores de negocios sirvió para que Ibarra duplicara su intención de voto en los últimos tres meses y para que Macri, que subió raudo, terminara estancándose.
Más allá de las elecciones de hoy, el enigma es qué harán los porteños con su proceso completo. Si no están desencantados con Kirchner, ¿ayudarán a crecer a Macri, que será uno de los núcleos de oposición al Presidente, solo para probar? Macri, como un Alberto J. Armando joven, se juega entero a que los porteños se imaginen campeones y, como es obvio que no desean frenar a Kirchner, supongan que hoy se dirime solo un problema burocrático, un cambio de administradores en el consorcio. La estrategia de Ibarra es clara: que los votantes acompañen, con él, la ola nacional. En ese dilema está centrada una elección apasionante cuyo primer capítulo quedará develado esta misma noche.

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Mauricio Macri disputa la Jefatura de Gobierno a Aníbal Ibarra, tratando de disimular un proyecto político detrás de una apariencia burocrática.
 
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