ESPECTáCULOS

La santa inquisición de las hermanas irlandesas

El actor escocés Peter Mullan demuestra en “Magdalene Sisters”, sobre las iniquidades de la Iglesia Católica, que como director tiene la mano un poco pesada.

Por L. M.

Cuando en agosto del año pasado The Magdalene Sisters tuvo su bautismo de fuego en el Festival Internacional de Venecia, no tardó en provocar la ira del Vaticano: al día siguiente los diarios italianos ya daban cuenta de la condena oficial de la Iglesia Católica, en el mejor golpe de publicidad que tuvo la película a menos de 24 horas de su estreno internacional. Diez días después, el segundo largometraje como director del actor escocés Peter Mullan (a quien los espectadores argentinos sin duda recuerdan como el intérprete emblemático de Ken Loach, en Riff Raff y Mi nombre es todo lo que tengo) se llevaba el León de Oro de la Mostra, extendiendo la polémica hacia la comunidad católica irlandesa, que es el blanco de los principales dardos de la película, y disparando su denuncia sobre la naturaleza represiva de las instituciones religiosas en general.
Para Mullan se trata de “un film de ficción, que desafortunadamente se ocupa de algo verdadero”. En Irlanda, los asilos de María Magdalena, manejados por monjas de la Iglesia Católica, funcionaron durante décadas y hasta hace muy pocos años (1996, para ser más exactos) como prisiones para mujeres jóvenes y adolescentes, adonde sus familias las enviaban a raíz de sus pecados cometidos. Esos pecados incluían no sólo el que era considerado el más grave de todos: ser madre soltera. También haber sido víctima de una violación y haberse atrevido a denunciarla, o ser demasiado rebelde frente a la custodia paterna, o demasiado bella como para provocar la lujuria, o demasiado fea como para encontrar marido.
La película informa que unas 30.000 chicas habrían pasado por estos tristemente famosos campos de trabajos forzados (hay incluso una canción de Joni Mitchell titulada “The Magdalene Laundries”), donde debían lavar ropa durante toda su vida como quien lava sus culpas, en un siniestro purgatorio terrenal. Muchas de estas reclusas, sin juicio ni condena y sometidas a una disciplina brutal, nunca pudieron evadirse y otras murieron en el intento. De eso se ocupa el film de Mullan, concentrándose en la ordalía de cuatro convictas, allá por los años ‘60, cuando algunos signos de modernidad comenzaban a filtrarse en un país de una obstinada cultura atávica, que el film refleja desde su primera escena, cuando la celebración de una boda parece remitir al rito medieval de una tribu perdida en el tiempo.
Bajo la invocación de la más célebre de las pecadoras, inmortalizada por el Nuevo Testamento, esos asilos de María Magdalena son expuestos por la película a la manera de campos de concentración nazi (es particularmente significativa la escena en que las internas son desnudadas para evaluar sus cuerpos) y la madre superiora, interpretada con la máxima severidad por Geraldine McEwan, es retratada como una suerte de Kapo, con atribuciones para decidir sobre el destino de cada una de sus pupilas. Se diría que la sutileza no es precisamente el fuerte de Mullan como director. Como si fuera un boxeador peso pesado, lanza un golpe detrás de otro, a cual más contundente, y la película poco a poco pareciera quedarsesin aire, hasta que esa acumulación de injusticias e iniquidades que sufren las chicas va perdiendo, paradójicamente, su buscado efecto revulsivo. En este trayecto, el realismo inicial se va diluyendo hasta contaminarse poco a poco de una impensada atmósfera de terror gótico, que parece corresponder a otro proyecto.

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Tres pupilas estrechamente vigiladas por una madre superiora con atribuciones siniestras.
 
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