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“La noche del crimen”, un Al Pacino algo desaliñado

Proveniente del teatro, donde puso su marca en obras nunca complacientes, León hace un interesante debut cinematográfico. El estadounidense Dan Algrant, en tanto, se apoya exclusivamente en la legendaria figura de Pacino.

 Por Martín Pérez

Despeinado, desaliñado y casi sucio, Eli Wurman –cuyo nombre se pronuncia, una y otra vez, como Elai– es un veterano agente de relaciones públicas neoyorquino que supo tener su gran momento allá hacia fines de los años sesenta y comienzos de los setenta. Eli caminó junto a Martin Luther King, fue un pionero de los derechos civiles dentro del mundo de las estrellas del espectáculo y su oficina está llena de viejos recortes que hacen honor a sus antiguos éxitos. La actualidad muestra al viejo Eli en decadencia, con su diezmado talento puesto al servicio de un musical condenado al fracaso, pero aun así se niega tanto a comprarse un teléfono celular como a darse cuenta de que sus tiempos se han ido para siempre. Personaje trágico pero con cierto aliento épico, Eli es el centro de un film titulado originalmente The People I Know, algo así como La gente que conozco. Un título que ubica convenientemente en el medio a la interpretación de Al Pacino, el motor indudable de un film que sin embargo trastabilla aquí y allá, jamás logrando encontrar un rumbo.
El título elegido para su estreno local se esfuerza por transformar al film en un policial que no es, aun cuando efectivamente en él haya un crimen e incluso un misterioso complot. Pero la gente que conoce Eli es la que en realidad cuenta en este film de Dan Algrant, que funciona cuando el personaje de Pacino insiste en ser el que es, y tropieza cada vez que su entereza se disuelve, por lo general en busca de un efectismo antes que por la lógica de la historia. Envuelto en la difícil producción de un evento público tan a contramano de los tiempos que corren como el propio Eli, a su alrededor orbita su médico de cabecera –al que llama Dr. Feelgood–, una rubia hermosa que quiere sacarlo de su trágico destino urbano (encarnada por Kim Basinger, mucho más estrella que cualquier otro personaje del film), un sufrido asistente y toda clase de gente a la que él intenta saludar o que intenta saludarlo.
La trama criminal se dispara cuando su único cliente fijo y legendario, un veterano actor exitoso con veleidades políticas (encarnado por Ryan O’ Neal), le pide que le solucione un pequeño escándalo con una modelo. La noche se hará demasiado larga para el personaje de Pacino, que tiene sus mejores momentos sacándose chispas con la modelo encarnada por Tea Leoni (aun cuando Basinger hubiese estado mejor en ese papel). Como un quejoso Woody Allen, pero con mayor tendencia al drama y al llanto que al chiste y la ironía, así transita Pacino por una película que es suya todo el tiempo, para bien o mal. Una tragedia fallida y tal vez demasiado autocomplaciente, que bien se podría subtitular como “La muerte de un RR.PP.” sin que eso tenga demasiado que ver con el crimen del título –aun cuando sí lo tenga–, y que carga como una cruz y como el único elogio posible ese apego a tiempos pasados más difíciles, pero que parecen mejores en el recuerdo.

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Kim Basinger y Pacino son los motores de un film de tono nostálgico que tiene sus tropiezos.
 
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