ESPECTáCULOS

Un laboratorio de lenguaje musical

La Fundación Royaumont, en Francia, coronó su proyecto con una creación colectiva que integró a músicos populares argentinos.

 Por Diego Fischerman

Página/12
en Francia
Desde Royaumont

“En la música de tradición oral hay una energía, una temporalidad distinta que en la música escrita”, explica Frédéric Deval, director del departamento de músicas orales e improvisadas de la Fundación Royaumont y motor de un proyecto que nació en Salta, en encuentros con músicos en la Casona del Molino y en viajes a Cangrejillos, a Humahuaca y a Purmamarca, que siguió aquí, en una abadía cisterciense construida en la campiña francesa en el siglo XIII y que tendrá su punto final (provisoriamente) en Buenos Aires. También un molino, en este caso de agua –resto de los tiempos en que la abadía se convirtió en hilandería–, gira en Royaumont. Junto a él, Deval conversa con Página/12 y confía, con sencillez, en que “la base está en la imaginación”. Le toca a él, que fue director de una de las colecciones discográficas más importantes dedicadas al flamenco, descubrir lo que llama “músicos barqueros”. Intérpretes capaces de llevar tradiciones de un mundo estético a otro y provocar acercamientos entre culturas diversas.
La idea del viaje formó parte de este proyecto desde el comienzo (y para algunos de los músicos convocados significó el primer viaje de su vida fuera de la Argentina) y estuvo presente también en la creación colectiva, presentada como colofón en uno de los conciertos del sábado. Esa especie de tejido de cuerdas diseñado por Gerardo Gandini (apenas unos acordes con armónicos, tocados por el Rosamunde Quartet, el grupo alemán que ya había tocado con Dino Saluzzi su obra Kultrum, y un nuevo septeto, que incluye también a su hermano Félix en clarinete y al notable guitarrista Pablo Márquez) sirvió de fluido a través del cual atravesaron la noche fragmentos, gestos de baguala o de carnavalito, algunas frases del genial bandoneonista, las voces de las cantoras Balbina Ramos y Melania Pérez y los solos de los distintos intérpretes, entrando y saliendo de ese mundo extraño en que lo disgregado y las evocaciones enmascaradas de la rica tradición del Noroeste argentino dieron el tono.
La distancia fue real, por otra parte, en tanto las cantantes, situadas sobre una especie de balcón, cantaban literalmente desde más allá de ese espacio contenido por Saluzzi, Gandini y Márquez. El toque exquisito del guitarrista y, en particular, la manera de manejar el ritmo del bandoneonista, sus fantásticos adelantamientos, el swing que habita cada uno de los sonidos que toca, consiguieron varios puntos altos. Lito Nieva, Rubén Pérez Bugallo, Rubén Jesús Pérez y Rafael Jiménez aportaron, en ese paisaje tenue, el pie en tierra. El final, sin embargo, fue tan sorprendente como efectivo; allí hubo un cruce real de tradiciones, algo de lo que Deval atribuiría a los músicos barqueros. Si hasta allí los instrumentos folklóricos se habían manejado más bien dentro de los límites de esa tradición y el piano de Gandini, junto al cuarteto de cuerdas, era quien los englobaba en una música diferente, el último sonido estuvo a cargo de Rafael Jiménez en un siku. Pero ese instrumento, en ese momento, se desprendió de sus referencias populares y tocó, puramente, sonidos, como tomándose de los armónicos que el cuarteto de cuerdas había dejado flotando.
Antes de esa obra colectiva que, originariamente, iba a incluir sólo a Saluzzi, Gandini y Márquez y que terminó involucrando a todos los presentes, hubo una muestra de música popular de Salta, que fue desde la baguala a la zamba y la chacarera, un concierto excelente de Márquez, en el que tocó –con un fraseo de gran calidad y expresividad y un timbre cristalino– obras del Cuchi Leguizamón, Gandini y Ginastera (un auténtico músico barquero, desde ya) y el recital de Saluzzi con el cuarteto Rosamunde. Después, fue el turno de Gandini solo, improvisando sobre tangos, e invitando para el cierre a Neli Saporiti, una muy buena cantante que interpretó con calidez “Los pájaros perdidos”, de Piazzolla y Trejo(y, según, Gandini, de Messiaen, que aportó “pajaritos” al arreglo del piano), “Milonga triste”, de Piana y Manzi y “Soledad”. Deval define estos encuentros como “laboratorios de cruce de lenguajes”. La primera edición había tenido en su centro al flamenco y había generado el contacto entre el músico de jazz Jean-Marc Padovani y una de las grandes artistas flamencas, Esperanza Fernández. La próxima vez estarán Kudsi Erguner, un magnífico intérprete de nay, de la tradición sufi de Estambul, y el percusionista Chemirani, junto a Anouar Brahem en oud. Royaumont apuesta al riesgo, al encontrar “algo nuevo para un público contemporáneo” y, sobre todo, “al tiempo”. Frédéric Deval aclara: “No somos ni un festival ni un sello discográfico, más allá de que más adelante tal vez encaremos un proyecto de ediciones en conjunto con el sello ECM. No estamos urgidos, no debemos cumplir con una agenda regida por cuestiones comerciales. Nosotros invertimos en el tiempo para que los creadores puedan crear y para que estos encuentros puedan germinar”.

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Dino Saluzzi materializó un cruce real de tradiciones.
Royaumont busca “algo nuevo para un público contemporáneo”.
 
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