ESPECTáCULOS

Brian De Palma, una mujer fatal y una declaración de amor al cine

El realizador estadounidense reactualiza sus pasiones hitchcockianas, en una historia de suspenso que se reescribe todo el tiempo.

Por M. P.

Una mujer está mirando una película. Pero no cualquier película. Se trata de Pacto de sangre, un clásico del policial negro, dirigido por Billy Wilder y protagonizado por la femme fatale Barbara Stanwyck. La mujer está desnuda y tirada en una cama y su imagen se refleja en la pantalla del televisor donde mira la película, mientras sobre esa imagen aparecen los títulos de esta otra película que recién está comenzando. Una en la que una mujer desnuda, tirada sobre una cama, está mirando a esa otra mujer en una película blanco y negro decir eso de que “nunca he amado a nadie, estoy podrida hasta del corazón”. Cuando se terminan los títulos, se apaga el televisor y entra en escena un negro de traje que le explicará el plan a la mujer desnuda, mientras le ordena que se vista. Una vez que ha terminado con el repaso, de pronto el negro le pega una cachetada. “¿Estás drogada?”, pregunta, enojado. “¡Despertate, mierda! Esto es importante, hay gente que puede morir”, le dice a su propia femme fatal, en colores, fuera del televisor y ya fuera de la cama, en camino a un destino en el que, efectivamente, hay gente que puede morir.
La ejecución de un complejo golpe en busca de diez millones de dólares en diamantes marca el comienzo de Mujer fatal, el primer film con guión propio que el director estadounidense Brian De Palma rodó en una década.
Pero esos diamantes tan eternos no están en una caja fuerte, sino que forman parte de una joya con forma de serpiente, la única prenda que cubre el torso de una despampanante modelo que camina por la alfombra roja del Festival de Cannes, al lado del director francés Regis Werner. Tras una precisa coreografía que incluye un traidor en las cámaras de seguridad, un hombre vestido de negro colgando de un tubo de ventilación y una escena lésbica en un baño, el plan saldrá mal pero todo terminará de una manera tan fluida como comenzó. Con la femme fatale del presente entregada a una huida permanente de su destino fatal.
Regresando a sus más recurrentes obsesiones hitchcockianas, De Palma entrega en su nuevo film un fascinante ejemplo de malabarismo cinéfilo. Distrayendo y atrayendo la atención del espectador con planos y escenas que son como los juegos de manos de un prestidigitador experto, De Palma lleva su historia en movimiento como un mago mantiene una bola en el aire casi sin tocarla. Nada por aquí, nada por allá, pero sin embargo las cosas suceden una y otra vez. Con la despampanante Rebeca Romijn-Stamos —a la que se pudo ver en toda su gloria, pero pintada de azul, en las dos X-Men— siempre en el centro de la pantalla, Mujer fatal cuenta cómo los giros de un destino muy caprichoso la llevarán por un camino largo e imprevisible. Una ruta que le permitirá escapar pero al mismo tiempo la hará regresar al punto de partida, lista para enunciar casi la misma frase que escuchó en la televisión: “Soy una chica mala, muy mala, y estoy podrida hasta del corazón.”
Con mucho más cine en un solo plano que muchas películas del Hollywood más reciente en todo su metraje, es una lástima que a la copia local de Mujer fatal le falten inexplicablemente unos minutos de metraje. Y que se haga sufrir a sus espectadores con un rollo virado a un tono verdoso, obra y gracia de unos laboratorios locales que parecen descuidar cada vez más su trabajo y que le debería regalar una copia en DVD del film a cada espectador que eleve una queja por su trabajo. Pero no por el de De Palma, que se vale sin reparos de la ingenuidad de Antonio Banderas (encarnando a un fotógrafo apellidado Bardo) y la espectacularidad de su Rebeca para no detener jamás su marcha, conduciendo a su(s) protagonista(s) ante revelaciones, testigos, dobles y toda clase de recursos inverosímiles. Regalando en el camino a la mujer más mala que dio la pantalla grande en mucho tiempo.
Producto final de las fantasías más misóginas del cine de acción, el personaje de Romijn-Stamos es el de una mujer tan libre de cualquier remordimiento que no puede menos que estar condenada de antemano. Si Hitchcock decía que sus actores eran como vacas, ¿qué se puede decir de las esculturales protagonistas femeninas exhibidas una y otra vez ante la cámara de De Palma? Distrayendo la atención y regalando pistas a la vez, Mujer fatal es una obra maestra del vacío, una película hecha con partes de nada, un largometraje de suspenso que se reescribe todo el tiempo a sí mismo, lleno de tensión y mujeres desnudas. Pero que, finalmente, no es más que una película romántica. Una declaración de amor a esa mentira tan enorme que es el cine, y su capacidad de ordenar el mundo y cambiarlo todo en un instante. Después de todo, no deja de ser una película que cree en la posibilidad de que el sol termine saliendo hasta para la mujer más fatal de todas.

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Antonio Banderas y Rebecca Romijn-Stamos, en un film enigmático.
 
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