ESPECTáCULOS › QUIQUE LOPEZ EXPLICA “MANTUA”, ESPECTÁCULO DEL TSO

“El actor es una imagen más”

En La Fábrica Ciudad Cultural, el Teatro Sanitario de Operaciones lleva adelante una curiosa versión del clásico “Romeo y Julieta”.

 Por Silvina Friera

El director del Teatro Sanitario de Operaciones (TSO) parece un obrero más de la fábrica IMPA. Esta mimetización fabril de Quique López no es producto del ruido ensordecedor de las máquinas, ni de esa fragancia agridulce que emana de la mezcla del aluminio y la grasa. En el momento en que Página/12 ingresa en la sala “Corrugado”, apenas tres horas antes de la función de Mantúa, Quique lucha con una cuerda, una de las tantas que forman parte del complejo dispositivo escénico de esta obra inspirada en Romeo y Julieta, de William Shakespeare. “La historia de la fábrica nos hace sentir cómodos, por eso decidimos estéticamente estar acá”, dice mientras echa una mirada sobre las chapas grises. Después del seminario que dictó el grupo catalán La Fura dels Baus, en 1996 se formó el TSO. Su primer trabajo, Cuatro estómagos, una performance sobre la “lucha de clases” (los de arriba, comiendo; los de abajo, muriéndose de hambre), sirvió de soporte en los recitales de Babasónicos en el desaparecido Dr. Jekyll, pero también fueron teloneros de otras bandas como Divididos, Los Cafres y Las Pelotas. “Por nuestro origen, lo que hacemos está relacionado con un recital: estás parado, te movés libremente, podés fumar un cigarrillo o lo que se te ocurra, alejarte para ver el panorama y disponer de la independencia y el dinamismo que no tiene la butaca”, señala Quique.
Luego del debut crearon Aparecido, una intervención urbana realizada en el Puente del Riachuelo en la Boca y, posteriormente, Zamarra, con la que viajaron invitados al FIT, Festival Iberoamericano de Cádiz (España). Quique se ríe cuando recuerda cómo y cuándo empezaron a diseñar lo que sería Mantúa, que se presenta todos los viernes a las 22.30 en la Fábrica Ciudad Cultural (Querandíes 4295, esquina Pringles). Es esa variante de risa nerviosa que amortigua el peso de un recuerdo tenebroso. “Estrenamos tres meses antes de la catástrofe, en septiembre de 2001”, subraya cada número como si la sola mención no alcanzara para comprender el drama. “Al principio de ese año nadie tenía plata, y como conservábamos muchas escenografías de obras anteriores, empezamos a reciclarlas. A partir de una performance con el hielo, el fuego y una relación amorosa, buscamos la historia de amor por excelencia y llegamos a Romeo y Julieta”, cuenta Quique. Mantúa narra el sueño que tiene Julieta mientras descansa en la cripta, cuando todos la creen muerta. Ella, que bebió la pócima a instancias de Fray Lorenzo para reencontrarse con Romeo (exiliado en Mantúa), está esperando dormida el regreso de su esposo que nunca llegó a enterarse del plan. Aunque Romeo regresa a Verona, sin saber que Julieta aún vive, decide tomarse el veneno que le compró al boticario. “Este sueño, que no estaba en la pieza de Shakespeare, fue nuestro disparador para hacer una versión onírica”, aclara el director del TSO. Es la primera vez que el grupo elige un clásico como soporte, sin claudicar o descuidar los principios estéticos del TSO: teatro de acción, con actuaciones entre el público y abundante uso de arneses, sogas, agua, tierra y fuego.
“En el TSO tratamos de trabajar con un relato, a pesar de que el teatro de imagen casi siempre presenta una serie de cuadros que no necesariamente están unidos por una historia”, advierte Quique. “Las imágenes no tienen textos, pero el espectador las puede reconocer porque conoce de antemano el enfrentamiento entre Montescos y Capuletos y la historia de amor entre dos adolescentes de familias enemigas.” En la traslación del texto a la imagen, Teobaldo, Paris, la nodriza y la madre de Julieta, entre otros personajes, fueron suprimidos. En Mantúa quedaron Fray Lorenzo (el cura en la puesta del TSO), Romeo (el “macho”), el boticario, la imagen del padre de Julieta, Mercucio y dos Julietas, interpretadas por dos actrices diferentes: una, que es la que sueña, recostada sobre una tarima, y la otra, que es la soñada, entre el público. “La escenografía es abstracta, sólo usamos máquinas y tarimas, por eso hacer el clásico de Shakespeare se nos complicaba porque nosotros jugamos con la acción del actor que expresa una imagen. El actor es una imagen más en todo el contexto.”
–¿Cómo trabajan el ego del actor si es una imagen más?
–El teatro de imagen es muy amplio, porque además del tamaño del escenario, tenés el imprevisto de tener a los espectadores parados y desplazándose constantemente. De repente se prende una luz, hay un actor y público alrededor. Funciona como una imagen de calle, de accidente, en donde toda la gente observa qué pasa donde se encendió la luz. Para que un personaje flote recurrimos a un aparato, llevado por actores: aunque el protagonista va en la punta, hay cuatro actores que están trabajando la imagen al mismo tiempo. El ego es la obra.
–¿Mantúa termina en tragedia?
–Sí. Hay una escena de mucha descarga, que muestra las etapas de una relación sexual, en la que se rompen unos hielos y se logra la liberación. Pero en definitiva todo se vuelve trágico porque la pasión y el fuego terminan destruyendo el objeto que se ama. Es un amor adolescente que te ciega, que te lleva a enterrarte vivo.
–¿Cómo funciona la música?
–Es nuestro texto, es lo que le da el matiz a las escenas. Con la música logramos el cambio de energías. Al principio, le proponemos al espectador un relax y lo invitamos a bailar: se metió en una disco y de golpe se cortó el tema y ve Mantúa. La música es original con bases de percusión, electrónica, voces grabadas y un violín en vivo, para conseguir un registro acústico más dramático en el final.
–Dentro del teatro de imagen, ¿con quién tienen más afinidades?
–Somos más parientes de la Fura dels Baus que de De la Guarda porque manejamos más el piso, y la altura la usamos como una entrada a escena. Nos dicen “hijos” de la Fura, pero las realidades nuestras y las de los catalanes son completamente opuestas. Nuestro presupuesto es mucho menor, no tenemos superproducción, nuestro teatro es pobre en comparación con La Fura o De la Guarda. Somos los hijos pobres de la Fura.

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Según López, “en ‘Mantúa’ el ego es la obra, no los actores”.
 
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