ESPECTáCULOS › “EL MUSICAL”, DE LA COMPAÑIA PERIPLO

Canciones del pasado

Por C. H.

Hace dos años, Andrea Ojeda y Martín Ortiz, ambos integrantes de la Compañía Teatro Periplo que dirige Diego Cazabat, presentaban en Otra baja la historia de tres músicos que se reencontraban, años después de haber sido disuelto el grupo del que formaban parte. Tras sufrir la desilusión de haber sido abandonados por uno de sus compañeros, envejecidos y frustrados, los amigos compartían otras desdichas: quebrados tanto en lo económico como en lo afectivo, los ensombrecía la duda acerca de si podrían o no reaccionar y ponerse nuevamente en carrera. Finalmente, prevalecía en el ánimo de todos la intención de reconquistar la fe en sí mismos y volver a la canción. Así, la obra se presentaba como un retrato exasperado de tres seres que comenzaban a comprender que la construcción –o reconstrucción– del propio destino debía comenzar por la consideración de los errores del pasado.
Esta vez con dirección del propio Cazabat, El musical, canciones de amor, dicha y quebranto, retoma los mismos personajes, también delineados bajo aquella estética retro que los supo caracterizar, aunando una gestualidad ubicable entre los años ‘40 y ‘50 con un vestuario en el que priman los tonos sepia. Expertos en sufrir las penurias de la soledad, los tres reformulan aquel grupo que habían compartido años atrás realizando una suerte de “cuestionamiento cantado”, especialmente dirigido al tiempo que transcurre y que, en su andar, produce los cambios de humor y de aspecto que los intérpretes señalan en sus letras. Sin micrófonos, con buenas voces y arreglos vocales e instrumentales que parodian géneros diversos, los actores-cantantes componen sus personajes al tiempo que dan cuenta de un repertorio que, además de tangos, incluye valses, fox trot y boleros.
Afectados a más no poder en el trance de tocar y cantar para una audiencia a la que hay que seducir sin medias tintas, los personajes logran establecer una rápida relación con el público que se encuentra reunido en torno de las mesas que llenan la sala. A pesar de las promesas que asumen en su vals La espina de la rutina (“mejor que este agobio es ponerse en acción”) o de la firme determinación que anima su canto en Volveré a reír, el trío adopta un registro sentimental, cercano al patetismo, a la hora de recordar un amor frustrado. Y no pueden obviar tampoco la expresión de la rabia que surge en el recuerdo de algún mal trago del pasado, como en Olga, tango escrito para abominar los berretines abacanados de una mujer, todo un lamento sobre el tema del despilfarro.

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