ESPECTáCULOS › PEÑA, CAPUSOTTO Y BELLOSO, SOL NEGRO Y LA TV MARGINAL

“Afuera se va a vender mejor que acá”

Tres de los cómicos más importantes de la Argentina hablan sobre locura, fracaso y el auge de la marginalidad en la televisión 2003. La excusa fue el final de Sol negro: ¿Por qué a la TV no le fue nada bien cuando se metió con los locos?

 Por Julián Gorodischer

Es una suerte que Fernando Peña (el imprevisible Peña) esté de buen humor, que abra las puertas de su casita de Martínez con una sonrisa, que le dé un beso en la boca a su novio Juan Pablo. Se lo recuerda en la tapa de la revista 3puntos anunciando: “Vamos a tener un hijo”, junto a un novio anterior. Su propia vida (esa manía de mostrarla y mucho) compone “su obra” siempre un poco adelantada a la moda. Antes de la confesión de Juan Castro o la aparición de Gastón Trezeguet, él desatendía las reglas del coming out (decir: “yo soy...”) para ir más allá de lo que se esperaba (el bebé). “Voy un poco antes, tengo algo de Juana de Arco, abro puertas...”, dirá Fernando Peña para explicar esa compulsión a decir cosas de sí mismo (soy gay, quiero un hijo, tengo sida...) que, muchas veces, preceden a un gran destape de famosos. Pero ésta es una nota sobre Sol negro, que termina hoy, donde Peña hizo de loco, un esquizofrénico que parece haber tomado muchas cosas del actor: ese quiebre constante de tonos y muecas, esa mirada que nunca va a los ojos y de pronto se escapa, alterada por un ruido en el jardín: “¿Qué pasa? –pregunta–, ¡me desconcentro!”. Es tiempo de preguntarle sobre la locura, de por qué la jerga psiquiátrica se le cuela todo el tiempo.
–No voy a hablar de Sol negro –dice Fernando Peña–. Es pasado, ya está, ya fue, me harta, a nadie le gustó, nadie compró, fue un bodrio, fue un bluff, yo no estuve tan conforme. No sé qué es lo que falló: el guión o haber puesto tantos nombres importantes. No podés hacer una rica ensalada si ponés diecisiete verduras deliciosas. No sabés qué es lo que estás comiendo. No quiero hablar más.
–Sobre la locura aunque sea...
–Me chupa un huevo que se termine el programa. ¿Por qué no hablamos de La burlona tragedia del corpiño, la obra que voy a hacer en Mar del Plata? No hablará, entonces, de Sol negro, tal vez porque el programa se anunciaba como el sucesor de Tumberos, la última y osada incursión marginal de la tele, y terminó con menos rating y peores críticas que sus precursores. La excursión a los locos clausuró, por fin, la tan mentada moda de 2003 que narró en el burdel, el loquero y la cárcel, que se lanzó a las villas y redescubrió la miseria con edición apresurada y pintoresco fondo de cumbia. A Fernando Peña, esa moda le da asco. “Es como la tendencia a comer en fondas en Palermo Hollywood”, dice. “Es el antifashion que es aún más fashion. Contra eso, yo haría reinar a dos palabras: capricho y antojo. Lo demás está errado, si lo pensaste un segundo antes de hacerlo está mal. El problema del ser humano es irse a dormir diciendo: Yo no soy éste.”
–Bueno, hablemos de la obra...
–Pero ahora siento que no te interesa.
En el escenario se verá el batacazo final de una larga carrera de exhibición constante. Peña, el que recorrió todos los matices del desnudo, será esta vez todos sus personajes pero también él mismo cuando ponga en escena a su propia pareja, cuando reproche a su novio cuestiones del día (“¿Por qué no apagaste la cortadora de césped?”) o escuche al otro protestar por el maltrato dedicado durante una entrevista con Página/12. “La sociedad necesita ver que él es mi pareja de verdad”, dice Peña. “Se llama Juan Pablo, y es actor. Voy a abrir una puerta: ya no basta con decir ‘tengo sida’. Yo no soy Juan Castro, que piensa su confesión durante diez horas en su casa. Lo mío es mi pelea real en el escenario. Mis propios amigos homosexuales me dicen: para qué... Pero eso es miedo.”
Otros locos acceden con mayor fluidez. A Carlos Belloso, su personaje Lito lo integró finalmente al sistema de estrellas, con tapa de revista incluida (ayer mismo, en Viva) y un cierre para su tradición de excedidos (desde el Dr. Peuser del teatro al vasquito de Campeones y, por supuesto, su preso de Tumberos). A todos ellos, Belloso les dedicó el gesto crispado, como si cada pliegue del rostro estuviera al límite del estiramiento, como si los ojos se hicieran huevos duros por el hervor. Pero esta vez –dice– tuvo más autocontrol, una búsqueda de “la expresión” exacta, que no es el desborde ni la manía, sino la piedad.
–Pude graduar el tono –dice–, ponerlo bajo control, aunque el personaje hirviera por dentro, como una bomba a punto de descargarse, siempre a punto de matar a alguien pero sin concretarlo. Todo el tiempo quise llegar a una gestualidad que transmitiera compasión. No hay que pegarles patadas a los locos, como dice Charly. Más allá de cualquier medicamento, la locura necesita un abrazo, algo de afecto.
–¿Queda la frustración de no haber “pegado” en el público?
–Afuera se va a vender mejor que acá. Tal vez, en algún momento, por tratar de hacer subir el rating la historia quedó desvirtuada: iba a ser central, en Lito, la obsesión por las antenas de teléfonos celulares, y después eso podía estar o no. Los deseos iniciales no se plasmaron en su integridad.
–¿Y cómo se vivió, desde adentro, la caída libre del rating? –se le pregunta a Diego Capusotto.
–Es que de hecho los números evalúan un producto –dice–, pero yo soy actor y a mí no me corresponde preocuparme por eso. Hay mucha gente que, por ahí, no se lo bancó. O que creyó que el tema de lo marginal se había agotado. Todo x 2$ medía dos puntos de rating, y fue exitoso en términos televisivos.
Esta, sin embargo, fue la historia errante de unos locos que recorrieron todos los caminos de lo “ya dicho”. Actuaciones “espectaculares”, en un equipo de los sueños, no alcanzaron para darle dramatismo o –en versión mundana– “gancho” a una trama que se fue haciendo cada vez más thriller, mechando al delirio del esquizo y el paranoico con las intrigas de una herencia y un asesinato. Sol negro, que quiso ser un cuadro de caracteres, un espacio dedicado al solo actoral, terminó embarcando a sus bestias en un policial clásico aderezado con “loquitos”. En cualquier caso, el que termina hoy fue el último gemido de la TV marginal, la que se deslumbró mostrando lo que estaba ausente, la que se volvió orgullosa de sus protagonistas “diferentes” que borraron culpas. Fue una TV satisfecha por integrar extraños como un misionero que limpia conciencias y extiende una religión: fama para el loco, el preso, el villero y el paciente terminal...
–No tengo idea de por qué se preocuparon tanto por hacer una TV marginal –dice Capusotto–. Pero el año que viene, seguro, estarán hablando de terror. Y el próximo será una obsesión nueva. Cuando hay una exacerbación, queda sólo la búsqueda del efecto. Pero hasta eso mismo se puede hacer con mayor o menor elegancia.

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Sol negro comenzó como una colección de “solos” actorales, y fue derivando en un relato policial más clásico.
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