ESPECTáCULOS › OPINION

Un sol para los locos

 Por Eduardo Fabregat

¿Sol negro fue sólo un ejercicio de “TV marginal”, un plan de marketing con loquitos, una Idea del Sur que mandó al muere a Paula Robles, inevitablemente perdida frente a tanto actor de verdadero fuste? Es una verdadera pena que el programa no haya prendido fuerte en las preferencias del público televisivo, condenado a los 3 puntos de rating. Pero los responsables de la serie tuvieron su parte de responsabilidad: los primeros capítulos demoraron demasiado en desarrollar la historia, regodeándose en lo visual y dándole espacio a una serie de unipersonales de los actores que tuvo sus valores, pero atentó contra la necesidad de generar interés en cómo seguiría el asunto. Pero a medida que el argumento ganó densidad, la miniserie dirigida por Alejandro Maci alcanzó un nivel que merecía mejor suerte. La historia de Ramiro (Rodrigo de la Serna) arrancó como la del típico niño rico con tristeza, pero en ese psiquiátrico afloraron cuestiones como el estado de la salud pública en la Argentina, la utilización de cobayos humanos para experimentar con drogas prohibidas en el Primer Mundo, el tráfico de órganos, la corrupción en la Justicia, la indefensión del diferente, del loco, del perdido.
Así, Sol negro se fue apartando del prejuicio de otra serie de loquitos y entregó una buena historia, atrapante, bien narrada, novedosa en lo formal y visual y, ante todo, con un nivel actoral de excelencia infrecuente. En el episodio del lunes pasado, Diego Capusotto terminó de demostrar que lo suyo va mucho más allá del sacado de Todo x 2$, con una escena en la que su Laucha, intoxicado terminal por los experimentos de la Dra. Glezer (Rita Cortese), fue tan creíble como emocionante, un lento desvarío que cerró hundiéndose en su cama con un desgarrador “ahora... ahora me tengo que ir de a poquito”. Ese, al cabo, fue sólo uno de muchos momentos genuinos, sostenidos por el trabajo de Capusotto, De la Serna, Cortese, Carlos Belloso, Alejandro Urdapilleta, Fernando Peña, Carlos Santamaría, Pedro Segni, Carola Reyna, Julieta Ortega. Gente que le puso el cuerpo a una trama que, cuando encontró el ritmo, fue revelando sus verdades con buen pulso, lo mínimo que se le pide a una ficción. Sería injusto que Tumberos, que sí terminó disparándose hacia las tomateras, fuera mejor recordada que la serie que finaliza esta noche. Pero no será la primera injusticia de la historia de la TV argentina, que supone que Operación triunfo o Gran hermano, por citar sólo un par de dislates, fueron éxitos resonantes. Nada de qué alarmarse: la planilla del rating, como estas mismas páginas, estará mañana envolviendo una media docena de huevos.

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