ESPECTáCULOS › RICHARD LINKLATER Y JACK BLACK SE LUCEN EN UN FILM PARA INICIADOS

El rock como una escuela de la vida

Aquel obsesivo vendedor de discos de Alta fidelidad es ahora un fracasado que termina enseñando los secretos del género en una pulcra institución, en un film lleno de guiños. Alguien tiene que ceder, en tanto, descansa en el encanto de su pareja protagónica y un guión convencional, pero atractivo.

 Por Martín Pérez

Después de hacer un solo de guitarra con los ojos cerrados, patear su amplificador y sacarse la camisa ante la mirada desaprobatoria del resto de los integrantes de su grupo, un petiso émulo de Jimmy Page con problemas de sobrepeso se lanza entusiasta a los brazos de un público impávido y escaso, que se corre para dejarlo caer al piso. “Nadie me sostuvo: qué patético”, es lo último que alcanza a reflexionar Dewey Finn antes de perder el sentido entre los vahos del alcohol. Rocker frustrado que sólo sueña con ganar el premio en efectivo de un concurso local de bandas para celebrar su revancha ante quienes lo consideran un fracasado, Finn despertará resacoso al mundo real para descubrir que ha sido echado de su propio grupo, y que el amigo con el que comparte alojamiento –empujado por una novia castradora– está decidido a echarlo de su casa si no paga de una vez por todas su parte del alquiler. “Nosotros tenemos trabajos y contribuimos a la sociedad”, le dicen su amigo y, especialmente, su novia. “Yo contribuyo a la sociedad con el rock”, responde muy serio el cada vez más patético Dewey, que en un manotazo de ahogado terminará usurpando el rol de maestro de escuela primaria ante niños estudiosos a los que terminará convirtiendo al rock and roll.
Apropiadamente descripta por el crítico J. Hoberman en el semanario neoyorquino Village Voice como “una especie de La jungla del asfalto a la inversa”, Escuela de Rock es un vehículo ideal para el lucimiento de Jack Black, aquel apasionado vendedor de discos de Alta Fidelidad, luego devenido en enamorado perdido de una obesa Gwyneth Paltrow en Amor Ciego, de los Hermanos Farrelly. Dirigido por Richard Linklater –autor de Antes del amanecer y Rebeldes y confundidos, dos perfectas películas generacionales–, Black por fuerza de la necesidad pasa de ser un rocker a punto de abandonar sus principios a maestro resacoso que les roba comida a sus alumnos, los llama por apodos de su autoría y exhibe un total desprecio por el sistema educativo hasta que, de golpe, descubre que sus pacíficos y esmerados educandos son dignos de atención. Algo que sucede tras escucharlos tocar de manera brillante el Concierto de Aranjuez en clase de música, a partir de lo cual decide tratarlos como iguales e intentar armar una banda de rock con ellos, a pesar de que a la hora de nombrar a su música preferida sólo atinan a mencionar a Christina Aguilera o Liza Minnelli. “¿No conocen a Led Zeppellin?”, pregunta Dewey, y el silencio en la clase es tan absoluto que se escucha el canto de los pájaros del parque que rodea la distinguida escuela. Pero el desubicado maestro continúa con sus preguntas, enojándose cada vez más: “¿Black Sabbath, AC/DC, Motorhead? ¡¿Es que no les enseñan nada en este lugar?!”.
Una de las mejores y más completas descripciones del especial talento interpretativo de Jack Black es obra del novelista estadounidense Daniel Handler, que escribió: “Como actor cómico, Black hace equilibrio entre la honestidad y el sarcasmo, y nunca falla: realiza actos vergonzantes pero nunca avergüenza a la audiencia, está dispuesto a hacerse el tonto pero nunca lo parece, y se burla de gente y fenómenos para los que la burla es el tributo más alto”. Por todas estas cosas es que Black –acompañado por Linklater, que parece dedicarse más que nada a no arruinar una historia perfecta– es el protagonista ideal para un guión que por momentos ubica a su protagonista, y al espíritu que pretende representar, muy cerca del abismo de lo patético. Pero regresa casi mágicamente de esa cuerda floja reverenciando un espíritu de rock clásico que, a juzgar por los rumbos de la música actual e incluso del universo de la juventud y MTV, parece estar cerca de sus últimos días. Devenido en maestro de un grupo de alumnos básicamente nerds, Black terminará encarnando lo mejor del espíritu de un estilo que ha sido tan absorbido por la cultura contemporánea que ya casi no significa nada por sí mismo.
Sencillo, previsible y casi tonto en su construcción, pero muy hábil al diseccionar su materia prima, el film de Linklater es una suerte de La sociedad de los poetas muertos, pero sin pretensiones de ningún tipo. El Club de los Rockeros Vivos de Jack Black se manifiesta en su mejor forma cada vez que el maestro les da clases a sus alumnos, como la magistral en que les enseña cómo componer una canción. O aquella en la que habla de “Metérsela al hombre”, una metáfora de rebeldía ante la autoridad. Repasando apenas los posibles conflictos pero ateniéndose a su fantástica historia rocker sin pretensión de verosimilitud, Escuela de Rock tal vez sea la película del año, si se trata de mencionar a una que sea capaz de cambiar el estado de ánimo –para mejor– del espectador más desprevenido. Como corrige Dewey en aquella escena en la que les enseña a sus alumnos que una banda siempre debe tocar las canciones de sus integrantes y uno de los chicos llega con una letra en que asegura que “el rock tiene ritmo, el rock tiene rima”, en realidad “el rock no tiene ritmo, el rock no tiene rima”. Lo que tiene es una integridad limítrofe con la ingenuidad y un contundente entusiasmo capaz de, efectivamente y como también asegura el personaje de Black, cambiar el mundo con un recital. Por lo menos el mundo tal y como lo concibe cada uno de quienes hayan estado ahí.

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En Escuela de rock, Black es un músico patético que hace de sus alumnos una banda de rock.
 
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