ESPECTáCULOS › EL GRUPO LA BOHEMIA Y LA OBRA “EL SABOR DE LA DERROTA”

La otra guerra del cerdo

La pieza teatral se estrenará en el Teatro San Martín, con dirección de Sergio Boris, también autor del texto original. Los integrantes del grupo explican la naturaleza de la historia.

 Por Hilda Cabrera

Uno de los actores aprieta contra su pecho a un cerdo blanco, abierto en canal, con la actitud de quien protege a un bebé. Echa una mirada al director, acaso a la espera de un gesto que lo apruebe. Otro bromea y le sugiere a ese mismo director que ponga cara de pensativo, un poco al estilo de la famosa escultura de Rodin, o del surcado rostro del fallecido artista polaco Tadeusz Kantor, en conflicto con las imágenes de los despojos de un pasado que se le hacía presente. La broma provoca risa, pero también desconcierta, quizá porque la tosca y precaria escenografía por la que circulan los actores convierte en insolente cualquier artificio. La creación de un mundo es fundamental en toda disciplina artística, y lo es también en este tiempo de ensayo de El sabor de la derrota, pieza que el grupo La Bohemia viene elaborando desde marzo del 2003. Uno de los soportes de este trabajo proviene de un texto de igual título de Sergio Boris (aquí, el director), publicado en septiembre del 2001 por la editorial del Centro Cultural Rojas. Boris obtuvo por ese escrito el premio Germán Rozenmacher a la Nueva Dramaturgia. La obra, que se ensaya ahora en un ex local de armado de acondicionadores de aire en San Telmo, difiere en varios puntos de la galardonada y ya tiene sala: ocupará próximamente la Cunill Cabanellas del TSM, en Av. Corrientes 1530. Actúan Darío Levy, Martín Kahan, Laura López Moyano y Daniel Kargieman, en tanto Verónica Schneck asiste en la dirección a Boris.
Para echar luz sobre los fragmentos y las parcialidades propios de un ensayo, el grupo adelanta, en diálogo con Página/12, aspectos de una historia en la que intervienen un padre y su hijo, un peón, una muchacha y varios cerdos (no vivos sino como objetos). Se sabe así que ese padre sufre trastornos bronquiales, y que la enfermedad lo obliga a abandonar Buenos Aires y a buscar mejor clima en Ingeniero White, adonde llega acompañado por su hijo. La acción se desarrolla durante una noche, en una imprecisa fecha de comienzos del siglo XX. La historia no es exactamente así en el texto publicado por el Rojas, junto a otro de Alejandro Acobino: Continente viril. Entre otras diferencias, se cita allí el año 1870. Por detalles que anticipa el grupo se prevé una atmósfera siniestra: padre e hijo traban relación, en principio, con un peón algo extraño y, después, con una muchacha que irrumpe en la casa trayendo unos cerdos robados a sus propios desamparados hermanitos huérfanos.
–¿Cómo es eso de trabajar desentendiéndose de una historia cuando, al mismo tiempo, intentan ubicar la obra en una época?
Sergio Boris: –Para nuestro grupo, la dramaturgia está ligada a lo que surja en los ensayos, a lo que creemos saber y a lo que está en germen. Incorporamos las improvisaciones y los diálogos que, como en todo trabajo colectivo, va creando y recreando el equipo. La época no está muy explicitada, pero esos primeros años del siglo XX nos sirvieron de estímulo para razonar sobre temas rurales y sobre el destierro.
–¿Qué pasa con la relación padre e hijo y a qué se debe la alusión al ex presidente Miguel Juárez Celman?
S. B.: –Esos temas están como “escondidos” (en el caso del hijo, en el texto del 2001 se retrata un filicidio). La razón por la que el hijo quiere dejar esa casa de Ingeniero White y regresar a Buenos Aires es que vio a su tío, en un recorte de diario, caminando junto a Juárez Celman. Piensa que algo va a conseguir, pero antes debe dejar a su padre al cuidado de ese peón que no le inspira confianza.
–¿A qué se debe la predilección por los personajes marginados o marginales?
Daniel Kargieman: –Para nosotros no es una predilección sino un deseo natural trabajar sobre esas zonas de la sociedad. Nos resultan más interesantes y las sentimos cercanas. –¿Lo dicen por el lugar que ocupan en la sociedad o por la condición de artistas?
Martín Kahan: –Nos estás viendo... ¿Acaso no estamos entre los marginados?
Darío Levy: –Entre los marginados con ideas. Venimos trabajando como grupo desde 1997 y nos ha ido bien con las obras.
D. K.: –La decisión de formar un grupo empezó antes de 1997, como la de llamarlo La Bohemia, y amarnos, además.
–Eso suena muy romántico...
D. K.: –Es lo único que somos: románticos bohemios.
–¿El cerdo es aquí sinónimo de suciedad?
Laura López Moyano: –Mi personaje tiene la cara sucia y la ropa manchada porque tuvo que atravesar mucho campo antes de llegar a la casa en la que están los otros, pero no por los animales, que son el desencadenante de una situación que, en otro contexto, podría tomar la muchacha: el asunto, tan común, de una mujer que se aparece en una casa habitada por hombres. La ruptura no la produce la mujer sino los chanchos.
Verónica Schneck: –Es por estos animales que los personajes se relacionan, pero de manera forzada. Los chanchos representan el botín, la mercancía...
D. K.: –El cerdo es siempre muy apreciado socialmente...
–¿Qué papel juega el dinero?
D. L.: –Un papel importante, porque todos quieren hacer negocio.
–¿Intentan una traslación al presente?
S. B.: –Para mí no es una premisa la idea de que existen un pasado y un presente como compartimentos estancos. El pasado funciona en esta obra como un elemento poético más. Por eso no tenemos necesidad de ser fieles ni ilustrativos con el pasado ni con el presente.
–Sin embargo, a veces, el pasado y el presente pesan.
S. B.: –Nuestra intención es salirnos del marco de las oposiciones pasado y presente, mujer y hombre, peón y propietario, hijo y padre. Abandonamos esas estructuras porque somos conscientes de que estamos imbricados en una sola, donde esos opuestos que sobreviven en los ritos sociales anacrónicos y arbitrarios propician el descalabro personal.

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La Bohemia llevará al escenario un texto que obtuvo el premio Rozenmacher a la Nueva Dramaturgia.
 
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