ESPECTáCULOS › “CACERIA”, CON LUIS LUQUE Y CLARIBEL MEDINA

Erase una vez en Formosa

 Por Horacio Bernades

Segunda película del treintañero Ezio Massa luego de la inexcusable Más allá del límite (1995), Cacería muestra a este cineasta formoseño fiel a sus apuestas, sus orígenes y sus limitaciones. Formado en la Escuela de Cine de Avellaneda, y contando en esta ocasión con una producción levemente más generosa que la de su opera prima (que se filmó en sistema de cooperativa), Massa sigue siendo consecuente al cine de género. Si la anterior era un policial urbano, ésta es algo así como un western disfrazado de thriller, filmada en la Formosa natal, cerca de la frontera con el Paraguay.
Posible actor fetiche del realizador, Luis Luque (siempre con aspecto de Ozzy Osbourne de acá a la vuelta) es aquí Daniel, un tipo que por alguna razón va a parar con su hijo a Redención, el pueblito de alegórico nombre donde nació y se crió. Algo esconde, pero el hecho de que el propio guión esconda, hasta bien avanzado el relato, qué es lo que Daniel esconde, no ayuda en nada a interesarse por su suerte. Se sabe que, en la ciudad, unos pesados lo buscan. Aunque esta condición surge más de la función que el relato les asigna que de lo que en verdad inspiran Juan Palomino (que hace como de yuppie asesino), el realizador Carlos Gallettini en un cameo y, sobre todo, Carlos Roffé, cuya especialización en personajes más bien patéticos (El acto en cuestión y otras películas de Alejandro Agresti; el estanciero zoófilo de Animalada) lo convierte inevitablemente en matón de cartón.
A la película le ocurre lo mismo que a Roffé. Como si se tratara de una versión norteña de A la hora señalada o de Erase una vez en el Oeste, Cacería sigue, en paralelo, los movimientos de Daniel en Redención y los de los matones acercándosele, hasta la encerrona final y la consecuente sucesión de duelos a tiros. El problema es que las intenciones del realizador parecen reducirse a imitar modelos dados, como si una película pudiera armarse como quien arma un modular. Así, lo primero que aparece a mano para rellenar el vacío son clichés (la pinta de malo de Luque, los anteojos negros de los matones, el tema de la segunda oportunidad para el héroe) o transposiciones que, de tan mecánicas, hacen que el mueble cojee. Por poner un ejemplo: en un western de Sergio Leone, donde todo es operística desproporción, se justifica que seis tipos viajen, portando un arsenal gigantesco, para atrapar a un gordo que se les quedó con un vuelto. Pero en una película filmada como de entrecasa el despropósito queda en evidencia. Un modelo de cine-bricolage, donde sólo Claribel Medina, ex novia y mujer golpeada, salva con dignidad su sufrido papel.

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