ESPECTáCULOS

Un triángulo de vértices oscuros

Fanny Ardant, Gerard Dépardieu y Emmanuelle Béart hacen de Nathalie X un juego de máscaras sobre las fantasías de un matrimonio.

 Por Luciano Monteagudo

Todo empieza como una confusa venganza, pero se va convirtiendo en un juego, algo perverso. Una mañana, Catherine (Fanny Ardant) descubre que su marido, Bernard (Gerard Dépardieu), la engaña. Un mensaje indiscreto en el teléfono celular lo delata y él no lo oculta ni lo niega: Bernard se conforma con asegurarle a Catherine que allí no ha pasado nada, que fue apenas algo fugaz, sin importancia. Y que él la ama. Claro que no hace mucho por demostrarlo. Pareja burguesa bien instalada, de buen pasar, padres de un hijo que está dejando atrás la adolescencia, Bernard y Catherine parecen cansados, no sólo el uno del otro sino también en relación con la vida. Nada parece vibrar entre los dos ni con el mundo exterior. Alguna chispa, sin embargo, impulsa a Catherine a internarse en un camino oscuro, peligroso: en un night club, al que ingresa como si hubiera entrado a otro mundo, conoce a una prostituta, Marlene (Emmanuelle Béart), y le propone que busque a su marido. Que lo seduzca. Que se haga pasar por una chica cualquiera. Y que luego le cuente los detalles, todo. Pareciera que para Catherine no hay otra forma de recuperar a Bernard –de saber qué piensa de ella, qué lo apasiona en la vida, cuáles son sus fantasías y deseos, de qué disfruta en la cama– si no es a través de esa impostura, de una ficción que ella imagina para su actriz. Porque Marlene (un nombre ya de por sí ilusorio, cinematográfico) debe convertirse en un personaje, pasar a ser la simple Nathalie... Y Marlene, como la excelente profesional que es, dice que sí, que siempre que le paguen no tiene problema en hacerse cargo del asunto. “Mi trabajo es mentir”, afirma ambiguamente. ¿Mentir a quién?
La directora Anne Fontaine es casi desconocida en Argentina (donde solamente se estrenó su sombrío film anterior, Cómo maté a mi padre, con Michel Bouquet) pero lo suficientemente valorada en su país como para haber logrado reunir para Natalie X un elenco con tres primerísimas figuras del cine francés. De Ardant aprovecha esa elegancia mundana, ese aire distante que ahora –ya lejos de los tiempos en que François Truffaut la había consagrado como la apasionada heroína de La mujer de la próxima puerta, donde también compartía cartel con Dépardieu– la convierten en la antítesis del personaje que le toca en suerte a Béart, el de una mujer sensual, vulgar pero a su manera sensible, misteriosa. De Dépardieu, en cambio, explota no tanto al actor como a su sombra: es relativamente poco lo que su personaje aparece en la pantalla, pero es tanto lo que se habla de él y lo que se lo evoca que era necesaria una figura de su talla para mantener esa expectativa a lo largo del film.
Inspirada levemente en aquella legendaria simbiosis que se operaba entre Liv Ulmann y Bibi Andersson en Persona, de Ingmar Bergman, aunque muy lejos de sus resultados, Mme. Fontaine va mimetizando a sus dos actrices, cruzando sus personalidades, hasta que sus respectivos personajes se van haciendo cómplices y comparten sus secretos e intimidades, como dos hermanas (tal es la sugestiva escena en casa de la madre de Catherine). Hay también una innegable corriente de erotismo entre ambas, pero Fontaine se cuida muy bien de caer en la mera explotación de esa veta o de jugar al voyeur. Se diría que todo en Natalie X pasa más bien por la imaginación, por lo que se sugiere antes que por lo que se ve. Aun así, se extraña en la directora la voluntad de transgredir algún límite, de ir más allá de este educado juego de salón en el que finalmente se convierte el film, tan cuidadoso de las buenas maneras que termina pareciéndose, demasiado peligrosamente al aburrido matrimonio que pretende redimir.

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Ardant y Béart van cruzando de a poco sus personalidades.
 
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