ESPECTáCULOS › MARATON INGRID BERGMAN EN LA SEÑAL EUROPA, EUROPA

¡Juventud, divino tesoro!

Siete films de su primer período sueco y el esencial Stromboli, de Roberto Rossellini, hacen de mañana un domingo de clásicos a descubrir de quien fuera la legendaria protagonista de Casablanca.

 Por Luciano Monteagudo

La belleza y la sensibilidad de Ingrid Bergman siempre estuvieron asociadas a sus clásicos indestructibles de Hollywood, empezando por la eterna Casablanca, para no hablar de Luz de gas, Cuéntame tu vida o Bajo el signo de Capricornio. Pero su carrera se había iniciado, de manera más modesta aunque igualmente radiante, en el cine sueco, a mediados de los años 30. Son esos comienzos –el retrato del artista cachorro, como diría Dylan Thomas– los que explora el magnífico maratón de ocho títulos que programó para todo el día de mañana, en continuado desde las 11 hasta las 22, la señal de cable Europa, Europa, en coincidencia con un nuevo aniversario del nacimiento de la actriz (el 29 de agosto de 1915, en Estocolmo) y también de su fallecimiento (exactamente el mismo día y mes de 1982, a los 67 años, en Londres).
La muerte siempre llegó temprano para los Bergman. Ingrid se quedó huérfana de madre a los 2 años y de padre a los 12, lo que habría determinado su crónica timidez, que de chica le producía incluso sarpullidos y temblores. Pero paradójicamente la Escuela de Arte Dramático la ayudaría a sobrellevar todas las inhibiciones. Alumna brillante, no tardó en pasar al legendario Teatro Real de Estocolmo, donde fue descubierta por el cineasta Edvin Adolphson, quien la convocó para su primer papel en El conde de la ciudad vieja (1935), una suerte de thriller sueco de la época, que narra las andanzas de una banda de contrabandistas refugiados en Gamla Stan, la ciudad vieja de Estocolmo. En su debut cinematográfico, Ingrid es Elsa Edlund, la hija de la dueña de la pensión donde se esconde la banda. La crítica local reparó en su actuación, pero fue cautelosa: “Es una muchacha digna y hermosa, pero la promesa que muestra como actriz todavía debe ser confirmada”, señaló con prudencia el Svenska Dagbladet.
Bajo contrato con la principal compañía productora sueca de la época, la Svensk Filmindustri, Bergman pasaría a convertirse en la actriz fetiche del director estrella de la empresa, Gustaf Molander. Primero le asignó un papel secundario en La familia Swedenhielms (1935), el de Astrid, la prometida del hijo de una familia aristocrática pero sin dinero, que sufre de un sentido exagerado del honor y no se atreve a casarse con ella. Luego Molander la cedió en préstamo a su colega Gustaf Edgren para La noche de Walpurgis (también de 1935), un melodrama desencadenado al que no le falta nada –aborto, chantaje, asesinato, suicidio, Legión Extranjera– y en el que la actriz interpreta a una joven secretaria enamorada de su jefe, un hombre casado. “Ingrid Bergman crece todo el tiempo como actriz y en esta película está mejor que nunca”, se animó a aventurar el periódico Social Demokraten.
Fue con Intermezzo (1936) que Gustaf Molander haría de Ingrid Bergman una estrella internacional, de exportación, al punto que Hollywood no tardaría en apropiársela. El affaire amoroso entre un célebre violinista, casado, y su joven protégée –otra vez la adúltera noble y sufrida, una figura recurrente en los melodramas protagonizados por Bergman– se convertiría en una de las historias románticas más famosas de la historia del cine, sobre todo a partir de que el productor estadounidense David O. Selznick volvió a filmar la película tres años después en Hollywood, con Ingrid en el mismo personaje. En su libro Memo from David O. Selznick, Rudy Behlmer recuerda una anécdota ilustrativa del grado de desconocimiento con que el famoso productor inició las tratativas para atraer a su nueva estrella. En un telegrama a su secretaria, Selznick se preguntaba ansiosamente: “... el cartel más importante de Intermezzo lo ocupan Gösta Stevens y Gustav Molander. Un sudor frío me acaba de atravesar, considerando que quizás estamos negociando con la chica equivocada. Quizás detrás de quien estamos es Gösta Stevens. Lo mejor sería confirmarlo”.
Pero antes de cruzar el Atlántico, Ingrid tuvo tiempo de seguir filmando para Molander. En La que vendió su alma (1938), es Anna Holm, una mujer víctima de una grave quemadura de infancia, que le dejó una horrible cicatriz en el rostro y odio en su alma. Su forma de vida es el chantaje, hasta que conoce a un cirujano plástico que la transforma en una mujer bellísima (si el argumento suena familiar se debe a que la Metro lo rehízo en 1941, con Joan Crawford, bajo el título Un rostro de mujer). En Esta noche contigo (1939), también de Molander, Ingrid interpreta a una intelectual moderna, licenciada en economía, que se enamora del hijo ilegítimo de un aristócrata que pretende ascender en la escala social. La película no fue de las más celebradas en su momento, pero la crítica sueca ya tendría oportunidad de arrepentirse. Con motivo del estreno de Noche de junio (1940), un nuevo melodrama que Bergman volvió fugazmente a filmar a Estocolmo para cumplir con su contrato sueco antes de radicarse en Holly-wood, el periódico Social Demo-kraten publicó un panegírico que decía: “... Su voz es musicalmente adorable: por momentos, suave como la brisa, en otros cálida como un viento del desierto, o violenta como una tormenta de primavera. Permítasenos enviarle un saludo a través del océano y rogarle que regrese a casa nuevamente”.
Organizado cronológicamente, el ciclo de Europa, Europa se cierra con un film que no pertenece al período sueco de Ingrid Bergman, pero tampoco al de Hollywood. El final del homenaje queda para Stromboli (1948), una película clave en desarrollo del cine moderno –se anticipó tanto a la nouvelle vague como al realismo abstracto de Antonioni– y que marcó a fuego la relación de la actriz con el director Roberto Rossellini, con quien realizaría otros cuatro clásicos y con quien tendría tres hijos, Robertino, Isotta e Isabella Rossellini, actriz por derecho propio. Siempre se dijo que la tormentosa pasión que vive la refugiada Katia en esa isla volcánica no es sino una paráfrasis de la que la misma Bergman vivía en ese momento con Rossellini, un romance en la época considerado escandaloso porque ambos estaban abandonando a sus respectivos cónyuges, lo que le valió a la actriz la repulsa de Holly- wood durante casi una década. Visto hoy, Stromboli no sólo impresiona como un film excepcional sino también como una de las expresiones más intensas de ese amor absoluto con que la cámara siempre se dejaba arrastrar por la belleza de Ingrid Bergman.

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Ingrid Bergman en Estocolmo, circa 1935.
 
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