ESPECTáCULOS › MURIO ISIDORO BLAISTEN, UNO DE LOS MEJORES CUENTISTAS ARGENTINOS

Libros cerrados por melancolía

Se fue el sábado, a los 71 años, víctima de una afección pulmonar. Acababa de publicar su primera novela, Voces en la noche. Hombre de gran sentido del humor, el autor de Dublín al sur rechazaba la solemnidad en la vida y en la literatura.

 Por Silvina Friera

Chéjov decía que la brevedad es hermana del talento. A Isidoro Blaisten, que publicó 14 libros, le gustaba repetir –con un tono de voz pausado, como si estuviera murmurando un secreto– esta frase para justificar por qué no era un escritor “prolífico”, de esos que publican un libro por año. En vez de inundar al “mercado” con materiales previsibles, tediosos o aburridos, él prefería, ante todo, la discreción y el humor: decía que la culpa de todo la tenía su parsimonia entrerriana. En la entrevista que Página/12 publicó anteayer, por la aparición de su primera novela, Voces en la noche, Isidoro sostenía que era fiel a lo que sugería el poeta latino Horacio: “Deja el manuscrito nueve años en la cartera para después retomarlo”. El sábado a la noche, a los 71 años, víctima de una afección pulmonar, murió uno de los mejores cuentistas argentinos. La literatura argentina, parafraseando el título de uno de sus mejores relatos, está “cerrada por melancolía”.
Isidoro había nacido en Concordia (Entre Ríos) en 1933, pero se radicó tempranamente en Buenos Aires. El pudor y la ironía de su literatura son típicamente porteños, aunque el escritor supo ensamblar, también, la melancolía judía y la lentitud entrerriana. Era el menor de los Blaisten, y creció rodeado de mujeres: cinco hermanas, más la madre, las primas y tías. Con esa sinceridad que lo caracterizaba, y ese peculiar sentido del humor que aplicaba tanto en la vida como en la literatura, el escritor confesaba: “Todo lo que tengo de bueno se lo debo a las mujeres que pasaron por mi vida. Lo que tengo de malo me lo debo a mí mismo”. Su padre, un ex constructor con una holgada situación económica, un buen día decidió vender parte de la empresa Blaisten Hermanos, para dedicarse a criar ganado cebú en Entre Ríos. Su emprendimiento fracasó y la economía familiar declinó hasta la miseria. El hombre de ojos melancólicos y sonrisa sarcástica fue fotógrafo, redactor publicitario, periodista y librero. Pero con la literatura, Isidoro pudo cantar “jaque mate” a todos sus fracasos desde su condición de autodidacta y lector apasionado. Para él, la literatura fue un modo de salvación. En su escritura (a modo de introducción, puede empezarse con sus notables cuentos A mí nunca me dejaban hablar, Mishiadura en Aries o El tío Facundo, entre otros) se puede rastrear la influencia de escritores como Antón Chéjov, el uruguayo Felisberto Hernández y Mark Twain.
Blaisten publicó su primer libro de poemas, Sucedió en la lluvia, en 1965, y fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes. Pero el bautismo con el género del cuento, que le daría un prestigio y reconocimiento no sólo en el país sino en el exterior (sus relatos se han traducido al inglés, francés, alemán, griego y serbio), comenzó en la revista literaria El escarabajo de oro. Unos años después, en 1969, aparecería su primer libro de relatos: La felicidad. Ya en esos cuentos precoces se vislumbraba la calidad literaria, la originalidad y la gracia de un narrador excepcional. “Soy de los que opinan que cuanto más corto es un cuento, mejor –decía Blaisten–. Porque la eternidad está cerca.” En 1972 llegó el turno de La salvación y dos años después El mago, un libro de cuentos cortos, parodias e inclasificables textos de humor, por el que obtuvo el Premio Nacional Municipal de Narrativa en 1977. “El mío es un humor un poco adolescente. No es frívolo, oscila entre lo adolescente y lo estúpido”, señalaba Blaisten en 1991, cuando se reeditó este libro en una versión corregida. En 1980 publicó Dublín al sur, considerada una de sus obras maestras.
“A lo mejor escribir no sea más que una de las formas de organizar la locura –escribió Isidoro en la contratapa de Cerrado por melancolía (1982)–. Este libro no es más que una forma de organización o entendimiento (para el caso es lo mismo) de mi historia personal. Creo que si pudiera escribir cinco cuentos perfectos mi vida estaría justificada. ¿Qué es un cuento perfecto? Un cuento que permanece. Sobrepasa el resentimiento y la lucidez; toca el corazón de la gente. Es decir, lespuede gustar a Barthes como a los muchachos de San Juan y Boedo. De cualquier forma quien abra este libro se encontrará con que está dedicado a mi analista. Quizá, como el loco aquel, yo también podría escribir: ‘no me cure de la locura, doctor, es lo único que tengo’.”
El novelista chileno José Donoso definió a Blaisten como uno de los más importantes narradores argentinos de su tiempo. Hace tres años, el Fondo Nacional de las Artes le dio un premio por su trayectoria artística, que incluye, además, Anticonferencias (1983), Carroza y reina (1986), Cuando éramos felices (1992) y el último libro de cuentos Al acecho (1995). Blaisten, que era miembro de número de la Academia Argentina de Letras, acababa de publicar su primera novela, Voces en la noche, que empezó siendo un cuento, pero que se extendió hasta alcanzar las 300 páginas. “El cuentista es como un mujeriego: así como éste ve a una mujer y sólo piensa en llevársela a la cama, el cuentista percibe una situación y sólo piensa en convertirla en un cuento.” Isidoro, que se divertía anotando en una libretita las frases que escuchaba en los bares, en la radio o en la televisión, rechazaba la solemnidad en la vida y en la literatura. Mientras hay escritores que enturbian las aguas para que parezcan más profundas, Isidoro –un “loco lindo”– transparentaba su prosa para perdurar en la palabra. Con la “brevedad” de su obra, Isidoro les robó la más hermosa sonrisa a sus lectores: la risa de la eternidad.

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Autodidacta, antes de publicar, Blaisten fue fotógrafo, publicista, periodista y librero.
 
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