ESPECTáCULOS › KAPANGA, CATUPECU MACHU Y BABASONICOS SE LAS ARREGLAN PARA BRILLAR EN EL QUILMES ROCK

Batalla entre la música y la bola de ruido

Con 22 mil personas poniendo color en Ferro, la cuarta fecha osciló entre las buenas performances artísticas y un sonido que jugó en contra, casi un atentado a los tímpanos.

 Por Roque Casciero

Durante la segunda mitad de los ’90, el escenario del rock argentino estuvo dominado por el rock barrial, que instaló desde rituales hasta sonidos en el inconsciente colectivo de una generación. Los Piojos y La Renga, como herederos (más por actitud que por música) de los Redondos, consolidaron paso a paso un crecimiento que hoy los ve instalados en grandes estadios y dando vida a una prole de continuadores/imitadores. Sin embargo, pese a que esas bandas casi siempre tuvieron la pelota al pie, hubo otras que pasaron del potrero a la canchita y que, en algunos casos, lograron entreverarse en la Primera División del Rock Nacional. La fecha del sábado del Quilmes Rock fue una confirmación de que los chicos de los ’90 están bien: ante veintidós mil personas, Babasónicos hizo gala de su poder de seducción trash, pese a que su show sonó como si se lo escuchara por teléfono; Catupecu Machu convirtió al estadio de Ferro Carril Oeste en un pogo gigantesco a fuerza de una electricidad desbordante; Kapanga se ganó a todos con su encantador cocoliche de hard rock, cuartetazo y otras yerbas; y Arbol se propuso como una mirada fresca para el rock postalterlatino.
La idea de adelantar una hora la grilla de los escenarios más chicos probó ser efectiva: aunque no haya tanto público más temprano, el que está se va directamente hacia la cancha auxiliar de Ferro. El sábado, eso sí, hubo una competencia impensada, porque en la impactante pantalla de plasma del escenario Quilmes se podía ver cómo la Selección de José Pekerman debutaba con cuatro goles frente a Uruguay. Pese a semejante rival futbolero, ganó Cuentos Borgeanos: la banda de Abril, ex batero de Catupecu Machu, tenía más público (y más entusiasmado) que la Selección. Con rápidos y precisos cambios de equipos, todavía fue posible ver a Baobab y al revival ochentoso de Capri antes de que Robi Draco Rosa pusiera un pie en el escenario principal del festival y diera una de las grandes sorpresas de la tarde/noche.
La mayoría se acercó a ver a Robi con curiosidad, más motivada por la reciente ronda de entrevistas que hizo el puertorriqueño que por su pasado como integrante de Menudo y como compositor a sueldo (millonario) de su ex compañero Ricky Martin. ¿Livin’ la vida loca? Nada de eso. Draco y su banda, todos de riguroso negro, salieron con un sonido que podría ser descripto como dark grunge: bajos hiperdensos, guitarras a la Stone Temple Pilots y letras con paisajes de oscuridad, palacios de fuego y dragones. Todo eso con un frontman que parecía encenderse y entrar en estado de chamanismo morrisoniano cuando la batería marcaba cuatro. “Arriesgá todo, no te arrepientas de nada”, se leía (en inglés) en la pantalla durante el show: el puertorriqueño parece haberle hecho caso al consejo y eso lo convirtió en un artista valorable, aunque tal vez gane menos que como hitmaker de Ricky. Para quienes se hayan quedado con las ganas de más, Draco toca mañana en La Trastienda.
Si de atmósferas cargadas se trata, Los Natas saben mucho del tema: el trío electriza con su rock pesado y psicodélico. No mucha gente pudo advertirlo, lamentablemente, porque les tocó estar en el escenario 1 a la misma hora que Arbol demostraba su ascenso en el principal. Por si hacía falta, el quinteto de Haedo demostró que es cosa seria y no un producto de la cadena de montaje de rock alternativo made in Santaolalla. La actuación del grupo fue contundente pero también sensible, con lugar para charangos y violines: en su cóctel caben desde los Red Hot Chili Peppers hasta León Gieco. La banda adelantó dos temas de su disco Guau y terminó con esa versión bien festivalera de Jijiji de los Redondos adaptada a coral de Bach (que también estará en el nuevo álbum). Mientras las cinco voces se combinaban, en la pantalla aparecía la nena de la tapa de Chapusongs sosteniendo la ricotera cadena del arte de Oktubre, y los Carajo en pleno se sumaban con sus instrumentos.
Kapanga aprovechó la energía que había en el estadio para ofrecer una actuación explosiva, a puro desenfado, buen humor y polenta. Los momentos más altos de los quilmeños fueron el mashup entre el cuarteterísimo Me mata y Hey Ya! de Outkast, y el final de Ramón, la canción que adapta el estribillo de De música ligera: cual Gustavo Cerati en su últimos momentos como miembro de Soda Stereo, el Mono dijo: “Sin ustedes no hubiéramos sido nada... gracias... ¡totales!”, para luego descorchar un champagne. No todos captaron el chiste, pero sí se divirtieron con el show, que terminó con El mono relojero. La eclosión rockera de la noche fue con Catupecu Machu, quienes cortaron seis meses de ausencia escénica a la manera catupequense: esto es, a lo bestia, sin guardarse ni una gota de sudor. Resulta imposible desconectarse de lo que propone el ahora cuarteto de Villa Luro: cada vez que los hermanos Ruiz Díaz pisan un escenario, salen dispuestos a no tomar prisioneros, como si no pudieran soportar que una sola persona en todo el lugar esté sin saltar desenfrenadamente. Su set fue demoledor, salvo por el lapso en el que a Fernando se le dio por cantar a capella Cuadros dentro de cuadros y el exceso de entusiasmo lo hizo aullar como un gato en celo.
Difícil salir a un escenario que la banda anterior deja en llamas. Sin embargo, los Babasónicos tienen suficientes hits y solvencia como para ser capaces de remontar eso y más. El público ya no se dedicó a saltar, sino a bailar Y qué, Irresponsables y Deléctrico. Y si hubo menos movimiento no fue tanto porque Dárgelos y compañía estuvieran en una noche poco inspirada (de hecho, no fue así), sino porque el sonido tipo pelota de agudos convertía la simple escucha en una tarea titánica. La ventaja con la que corrieron los Babasónicos es que ya no tienen que salir a matar, confiados en una carrera sólida en su camino al reconocimiento. Una lástima, de todos modos, no poder disfrutar de un show como la banda y su público se merecen.

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Aunque sonó como “por teléfono”, Babasónicos volvió a demostrar sus virtudes.
 
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