SOCIEDAD › OPINION

Raros peinados nuevos

 Por Horacio Cecchi

La empleada de la escuela 2 Islas Malvinas, de Carmen de Patagones, enfrentaba a la cámara del movilero como si lo hubiera hecho toda la vida. Debajo, el texto en pantalla ponía en situación al espectador (“Masacre en la escuela”, o algo por el estilo). El movilero preguntó a la empleada si conocía a Junior. La portera respondió que sí, que “lo veo todos los días”. El movilero preguntó qué sabía de él y la mujer respondió que era un chico muy estudioso, muy aplicado, callado. El movilero insistió con que a lo mejor es que lo veía un poquito raro. Y la portera entonces comprendió hacia dónde iba la pregunta:
–Sí, algo raro lo veía los últimos días –no hizo falta más para desatar la curiosidad del periodista.
–¿Y por qué lo veía raro? –preguntó el movilero.
–Yyy... se ponía un saco...
–¿Qué tenía de raro?
–Era un saco largo, le llegaba casi hasta las rodillas.
Confieso que después de cubrir el caso durante varios días en la misma Carmen de Patagones donde sucedió todo, regresé a mi casa y lo primero que hice fue abrir el placard y mirar si, por casualidad, tenía algún saco largo hasta las rodillas. Respiré tranquilo cuando descubrí que el más largo era un piloto. También me cercioré de no llevar aritos. Tuve dudas con MM. Nunca escuché a Marylin Manson, pero en mi casa tengo alguna foto de Marylin. Me refiero a la Monroe. ¿Por qué tanta vuelta para sentirme fuera de toda sospecha?
En Carmen de Patagones, los medios volvieron a ser el brazo tranquilizador del sistema. Había ocurrido algo terrible (la muerte real siempre lo es), impensable (en una escuela) y especialmente sorpresivo (uno de los nuestros nos está matando). Sorpresa porque no había explicaciones. ¿A quién culpar si el culpable es como nosotros? Los medios, inmediatamente, desmenuzaron en partes lo que es entero: que la música de MM, que el arito, que el saco negro, que es buen alumno pero retraído, que no es violento pero no se integraba al grupo. Cada una de esas partes por sí sola no explica (en caso contrario, serían cientos de miles los Patagones, tantos que ya no serían noticia). Pero es suficiente para construir el monstruo que parte de la sociedad reclama para culpar, para pedir castigo y, lo peor, para cargar sobre él y sus semejantes (los adolescentes ajenos) todo el peso de la sanción y el revanchismo. Ahora, será más fácil. Si es diferente, es raro. Y si es raro, se lo sospecha. Se puede reclamar justicia (aunque el caso en sí esté resuelto), se puede reclamar la baja de la edad de imputabilidad de los menores (los menores raros, se entiende, no los nuestros).
No soy joven, ni cartonero, ni piquetero. Pero, por las dudas, y hasta tanto todo esto no pase al olvido, voy a volver a revisar el placard y a hacer un enorme esfuerzo por mostrarme integrado y dicharachero.

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