ESPECTáCULOS › CELULAR, LA LLAMADA FINAL, CON CHRIS EVANS Y KIM BASINGER

Secuestro muy conversado

Es la más desfachatada, y la menos blumberguiana, de todas las películas de un subgénero que se puso de moda.

 Por Horacio Bernades

“¿El nombre de su hijo es Ricky, Sra. Martin? ¿Quiere decir que su hijo se llama Ricky Martin? ¿Cómo se le ocurrió ponerle ese nombre, señora?” Dentro de ese nuevo subgénero que parecerían ser las películas de secuestro –cuyas avanzadas fueron Hombre en llamas y Secretos de un secuestro–, Celular, la llamada final es la menos seria, la menos comprometida con su tema y, por lo tanto, la menos blumberguiana de todas. La más desfachatadamente divertida de un subgénero del que, con esta única excepción, conviene huir.
En Celular, el secuestro no es un tema social, sino un mero disparador narrativo, la clase de truco de guión a la que Hitchcock llamaba mc guffin. De acuerdo a la taxonomía hitchcockiana, el mc guffin es un resorte absolutamente gratuito, cuyo único valor es el de poner la trama en funcionamiento. La trama de una película de entretenimiento, se entiende, y eso –ni más ni menos que eso– es lo que Celular, la llamada final pretende ser. En el contexto de un Hollywood muy serio e ideologizado, siempre preocupado por ligar las temáticas de sus películas con “los grandes temas sociales”, la película dirigida por David R. Ellis representa el refrescante retorno a las mejores esencias de la fábrica de sueños. Una fábrica que, allá en la noche de los tiempos cinematográficos, empezó como usina de entretenimientos de feria, antes que de vehículos de ideología.
Celular no pierde tiempo en prolegómenos, va directamente a los bifes. Más que improbable profesora de ciencias, Jessica Martin (Kim Basinger) acompaña a su hijo Ricky (sí, aquel Ricky) hasta la parada del ómnibus escolar. Cuando se despiden, un plano cercano sobre el niño saludando a la mamá denota que algo va a pasar con ese chico y esa mamá. En la escena siguiente, a la profesora Jessica se la ve, en compañía de su doméstica latina, en la cocina de su despampanante caserón del barrio residencial de Brentwood. De pronto, al fondo del cuadro, un ventanal estalla en pedazos y entran tres tipos armados, como salidos de una pesadilla. Despachan de un tiro a la empleada doméstica y se llevan a la señora Basinger, entre llantos, gritos y pataleos. De allí en más, Celular se hace fuerte en el reino de la más pura improbabilidad. Difícil saber quiénes son estos bárbaros, por qué secuestraron a la señora y cómo puede ser que, después de haber partido a golpes de martillo un teléfono en el ático en el que la encerraron, la rubia se las ingenie (profesora de ciencias, al fin y al cabo) para hacerlo funcionar, atando dos cablecitos sueltos.
Celular es lo que se conoce como película “de concepto”, y el concepto es aquí el siguiente: Mrs. Martin ha logrado comunicarse con un celular y el que la atiende es un jovencito a quien lo único que le importa son las chicas en bikini que pasean por el Boulevard Santa Monica (el simpático Chris Evans). Si Ryan corta, la mujer queda incomunicada para siempre, en manos de las bestias que la tienen secuestrada. Por lo cual, la del muchacho será una batalla contra el tiempo y los contratiempos. Desesperado, robará a mano armada una batería para el celular, su auto será arrasado por un gigantesco camión mezclador, le birlará el Porsche nuevo (dos veces, a falta de una) y el teléfono móvil a un yuppie graciosísimo, encontrará el arma de un policía (William H. Macy, que, harto de sus 27 años de servicio, está a punto de poner un spa con su esposa), el policía pasará de las ridículas máscaras faciales a la heroicidad involuntaria ... Y así sucesivamente, hasta terminar donde todo empezó: en medio del gentío, las bikinis y los celulares del Boulevard Santa Monica.
Es verdad que la película no termina de asumirse como la clase B que estaba llamada a ser, conservando ciertos rezagos de drama “serio”, que en parte la retienen. Contra ello se abre paso el espíritu desenfadado e irresponsable propio de la clase B, sumado a dos o tres muy buenas vueltas de tuerca y sorpresitas del final. Todo ello es mérito del señor que en los créditos figura como autor de la historia original. No es otro que Larry Cohen, dios menor del cine más menor aún, autor y director de películas como El monstruo está vivo y la blaxploitation Black Caesar. Cohen ya había incursionado en el thriller telefónico con el guión de la anterior Enlace mortal, esa en la que un francotirador no dejaba salir de una cabina a Colin Farrell. Está claro que el chiflado de Larry tiene línea directa con los mejores mc guffins, esos que llevan para el lado de lo lúdico y absurdo. Por suerte, no parece haber quien pueda cortarle esa comunicación.

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Chris Evans no puede soltar el teléfono móvil.
 
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