ESPECTáCULOS › LA SEPTIMA VICTIMA, DEL ESPAÑOL JAUME BALAGUERO

Otra casa poseída por el mal

 Por Horacio Bernades

Coproducida con Dimension Films (división de Miramax dedicada a productos de terror) y hablada en inglés por un elenco internacional, La séptima víctima es la tercera película del catalán Jaume Balagueró. De treinta y pico, Balagueró había debutado a fines de los ’90 con otro film de género, Los sin nombre, que en Argentina circula en video. Tanto en términos temáticos como de tono y tratamiento, hay muchos puntos en común entre aquélla y la que ahora se estrena. Ambas muestran a un cineasta que se toma el terror en serio (a veces demasiado, hasta caer en la solemnidad lisa y llana) y que pone mucho cuidado en atmósferas, tiempos dramáticos y estilo visual. Aunque para lograr una buena película, todavía le anda faltando un buen guionista.
Variante del tópico “casa poseída”, en La séptima víctima una familia ocupa una antigua residencia, en un paraje de la campiña española. Que hablen en inglés está más o menos justificado por el hecho de que vienen de Estados Unidos, aunque todos sabemos que la verdadera razón son las exigencias de coproducción. Algo pasa en la casa y algo le pasa a papá (Iain Glen), a quien ciertos recuerdos terribles le provocan reacciones extrañas, que irán derivando peligrosamente hacia la violencia familiar desatada, estilo El resplandor. Frente a la pasividad de su esposa (una Lena Olin que todavía se defiende) y la condición del hijo menor como víctima de misteriosos incidentes (lápices que caminan solos, luces que se apagan súbitamente, ciertas sombras que toman cuerpo), la que se convertirá en heroína es la hija mayor (Anna Paquin, la niña de La lección de piano). Tras dirigir su rebelión adolescente contra la mamá, la muchacha le pondrá el cuerpo a la entera –y siniestra– historia familiar, saliendo a develarla.
Incluyendo novio de la chica que pronuncia muy mal el inglés (Fele Martínez, el mismo de Tesis y La mala educación) y abuelo médico que tampoco lo hace muy bien (ese especialista en coproducciones babélicas que es Giancarlo Giannini), como ya lo hacía en Los sin nombre, Balagueró convierte a los niños en víctimas propiciatorias y tiende alrededor de ellos la sombra del mal, representada por cierta secta y sus rituales, perversos y sangrientos. Cuarenta años atrás y durante un eclipse lunar, un grupo de niños sufrió en esa misma casa un destino espantoso. Cíclicamente y ante un nuevo eclipse, el único sobreviviente de aquel hecho también deberá ser cruelmente sacrificado.
Como sucedía en Los sin nombre, en La séptima víctima las partes son mejores que el todo, gracias a una pausada creación de climas e indicios. El problema es que a Balagueró no se le dan muy bien las progresiones dramáticas. Por lo cual lo pausado se hace moroso y lo moroso, estirado. La película anterior levantaba en los últimos tramos, gracias a que allí el representante del mal (una suerte de Menguele argentino) exudaba perversidad. Cosa que no sucede aquí, por un problema de casting: el actor elegido para encarnar ese rol se pasó la vida haciendo papeles tiernos y queribles, y aquí confirma que asustar nunca fue su fuerte. Jamás lo será.

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