ESPECTáCULOS › NOVELA DE C. GAMERRO, MAÑANA CON PAGINA/12

Los sueños del poder

El sueño del señor juez es un relato disparatado y brillante sobre la relación entre un despótico ex coronel de fortín devenido en caserío y los maltratados pobladores que lo padecen.

Por Angel Berlanga

Como si las arbitrariedades de la vigilia del señor juez no fueran suficientes, Carlos Gamerro propone que, además, los sueños de este ex comandante devenido en mandamás de un caserío que alguna vez fue un fortín lo lleven, apenas despierta, a tomar decisiones sobre la realidad. Así, cuando sueña que un borracho le mea la única pared de su juzgado –no acaban de llegarle los materiales para construir las otras tres–, a la mañana siguiente le dicta al desgraciado una condena de un mes de trabajo voluntario. Ese es el amable comienzo: con el correr de las páginas, la paranoia y los castigos irán recrudeciendo y la justicia deriva en cepo, cardada, estaqueamiento, surtido de crímenes y humillaciones. El hombre quiere que, cueste lo que cueste, Malihuel termine llamándose como él, Urbano Pedernera, y que en la plaza haya una estatua suya; las pretensiones que muchos “fundadores” consiguieron para quedar en la historia. Pero en El sueño del señor juez, la novela que publica este diario mañana, el octavo libro de la colección Literatura fantástica y ciencia ficción, Gamerro también despliega, sobre todo y bien diferenciadamente en cada una de las tres partes que componen el relato, posibles conductas ante los mayores o menores padecimientos que dispone su señoría. “¿Cómo escapar cuando uno está atrapado en la pesadilla de otro?”, se preguntaba desde la contratapa de la primera edición, publicada en el 2000.
“Leer esta novela es también reír a carcajadas”, anota Elsa Drucaroff en el prólogo, y destaca su contexto fundacional: la historia transcurre en 1877, sobre el final de las campañas al desierto y los personajes son “los antepasados de los excluidos, la raleada indiada sobreviviente, la soldadesca desposeída, desgastada por las guerras, sumergida en la barbarie”. Gamerro nació en 1962, es licenciado en Letras y profesor universitario, dicta cursos literarios y escribió Las islas, El secreto y las voces y La aventura de los bustos de Eva, publicado el año pasado y protagonizada por un personaje que tendrá continuidad en Un yuppie en la columna del Che Guevara, por estos días en su etapa preliminar. Con El sueño del señor juez, sostiene Drucaroff, construye “una leyenda tan fantástica y disparatada como política, tal vez porque la política, para quien pertenece a la generación de Carlos Gamerro, sólo puede ser tomada en serio cuando se vuelve fantástico y disparate”.
–En cuanto a la relación entre quien ejerce el poder y los vecinos, ¿qué puntos de contacto hay con la historia reciente?
–A diferencia de otras novelas mías, que empiezan con un tema histórico político concreto, como la guerra de Malvinas en el caso de Las islas y los ‘70 en La aventura de los bustos de Eva, ésta nació de una idea: una persona sueña que la gente que conoce le hace maldades y cuando despierta los quiere castigar. A partir de ahí me dije que esta persona debía tener un poder absoluto y regiría a una comunidad aislada, sin contacto con el exterior, para que la lógica de que el poderoso tome sus sueños por realidad terminara afectando a toda la comunidad. Pensé en Europa medieval, China, y de repente dije: “No, claro, la pampa argentina, siglo XIX, la figura histórica del juez de paz, que tenía todos los poderes en su mano y era señor absoluto de vidas y hacienda”, que me permitió casi naturalmente una evolución hacia algo que podía acercarse a una alegoría política. El relato también me dio la posibilidad de hacer un homenaje a una tradición política del pueblo que me parece muy poderosa y nuestra: la pueblada. Desde el fin de la dictadura hasta ahora hemos vivido esos fenómenos: desde las puebladas de Catamarca y Santiago del Estero hasta la caída de De la Rúa. Digo alegoría en sentido genérico, no es que la novela represente algún episodio particular de la historia reciente.
–¿Por qué Malihuel como escenario para diversos relatos suyos, situados en diversas épocas?
–Mis novelas transcurren básicamente en dos escenarios: Malihuel y Buenos Aires. Eso me da la posibilidad de trabajar por un lado la gran ciudad, con todo lo que implica para las relaciones de las personas que viven en ella, y por otro lado el pueblo chico, que es totalmente otra lógica. Entre los dos escenarios se da un panorama de cómo es nuestro mundo y nuestra literatura. Esta novela me permitió reflexionar a través de la ficción qué implica fundar un pueblo, porque en nuestra tradición tenemos la idea de que lo hacen los generales, los grandes hombres, cuando por ahí en realidad la verdadera fundación es la que hacen los pobladores cuando sienten que son un pueblo y una comunidad. En sus sueños, el coronel quiere fundarlo casi como una propiedad suya, una prolongación de su persona, y esos sueños se contraponen a los de algo compartido y comunitario. El momento de la pueblada se da cuando el pueblo se reconoce a sí mismo como tal.
–¿Qué historias lo rondaban mientras escribía esta novela?
–Por un lado hay una presencia dentro de la tradición estrictamente literaria nuestra de la gauchesca, sobre todo de ese subgénero que es la literatura del desierto, de los fortines. Me pasé las tardes en la Biblioteca Nacional con documentos, sobre todo de la fundación de los pueblos. Y después leí materiales nefastos desde lo político, pero muy útiles desde lo histórico y literario: los libros sobre la campaña de la conquista del desierto, el genocidio de las tribus del sur, que se publicaron justamente durante el Proceso, cuando se cumplieron los cien años, todo un homenaje de los genocidas del siglo XX a los del XIX. Ahí di con datos y detalles reales que jamás podrían imaginarse; leí, por ejemplo, que cuando venía un malón los pobladores ataban a las mujeres a las camas porque los indios se las llevaban como de corridas, sin bajar del caballo: si estaban atadas por ahí zafaban. Es maravilloso: ¿a quién se le podía ocurrir, salvo a la realidad?

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Carlos Gamerro ubica su historia en 1877.
 
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