ESPECTáCULOS › ADOLF HITLER EN EL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA

Un retrato amable del Führer

La película alemana La caída, que abrió ayer la competencia, desarrolla la épica del vencido, mostrando a un Hitler loco pero asediado por todos, haciendo de él casi un héroe trágico.

 Por Martín Pérez

“Lo conozco desde hace quince años, y ha cambiado mucho. Ahora sólo habla de perros y de comidas vegetarianas.” Quien dice esta frase es nada menos que Eva Braun, y de quien está hablando es obviamente de Adolf Hitler. Y la dice casi al final de La caída, una película con cuya exhibición comenzó ayer la muestra competitiva de la vigésima edición del Festival de Mar del Plata.
Encarnado en la película de Oliver Hirschbiegel por el actor suizo Bruno Ganz –más de dos décadas atrás uno de aquellos ángeles berlineses de Wim Wenders y ahora un jinete del apocalipsis que cayó sobre esa misma ciudad–, el Hitler al que Eva Braun describe para su secretaria personal Traudl Junge es un hombre vencido, vengativo y loco, incapaz de enfrentar la realidad de su derrota y del que todos desertan y escapan. Pero que al mismo tiempo es un decidido vegetariano y es retratado por la cámara de Hirschbiegel (más allá de sus furiosas diatribas contra el pueblo alemán, los judíos e incluso su ejército) como un hombre de trato amable con sus más cercanos colaboradores, como por ejemplo su joven secretaria Junge.
Son sus recuerdos de ese tiempo en el bunker, justamente, la base de esta polémica y claustrofóbica épica de dos horas y media que narra los últimos días de Hitler y sus colaboradores cercanos. Es a ella a quien Eva le revela también su odio por la perra de su amado Adolf. Incluso confiesa, sin poder reprimir una sonrisa: “Cuando estoy sola con ella a veces incluso le pego, y después Adolf se pregunta las razones de su extraña conducta”.
Arrastrando a cuestas la polémica de darle un rostro humano a Hitler, La caída tal vez sea la película europea de la que más se ha hablado en los últimos tiempos, llegando incluso a ser nominada al Oscar a la mejor película extranjera. Resulta sintomático que haya sido la película elegida para comenzar con las exhibiciones de la competencia oficial de Mar del Plata. Es que esta edición del festival parece haberse sacado el pesado lastre de su sección competitiva, que merced a las férreas reglas de la Fiapf, sólo podía incluir películas que no hubiesen concurrido a otro festival de cine. Y así su capacidad de selección, salvo excepciones, quedaba reducida a todo lo que los demás habían rechazado.
Pero en este año de galas de alfombra roja, Mar del Plata además cuenta a su favor con la relajación de aquellas reglas de la Fiapf, que le permiten –por ejemplo– presentar en competencia a una película como La caída, que seguramente será de lo más comentado del festival. Pero no precisamente por sus virtudes cinematográficas. Porque lo que la película termina haciendo, en realidad, es diluir el testimonio original de Traudl Junge que había presentado en su momento el minimalista pero fascinante documental Blind Spot (exhibido en el Bafici), en el que está basado la película de Hirschbiegel. Aquel relato de primera mano de la ingenuidad y la ceguera ideológica adolescente deviene aquí en la épica del vencido, mostrando a un Hitler loco pero asediado y abandonado por todos, haciendo de él casi un héroe trágico. El morbo puntilloso de su reconstrucción histórica aleja a La caída de toda posibilidad de asomarse al abismo, como lo hizo el ruso Aleksandr Sokurov en Moloch. Y de poco vale entonces el cruel retrato de la fidelidad ideológica hasta las últimas consecuencias, con la mujer de Goering asesinando fríamente a sus seis hijos, o la mirada por sobre el infierno cotidiano más allá del privilegiado bunker de su líder.
Además de La caída, la otra película presentada ayer en competencia en Mar del Plata fue Les revenants, un film francés dirigido por Robin Campillo, un asistente de Laurent Cantet, el director de Recursos humanos. Y la referencia no es gratuita, ya que su película podría ser definida como un argumento de George Romero, pero filmado por Cantet. La pregunta a partir de la cual se dispara la película de Campillo es muy sencilla: ¿Qué sucedería si los muertos volvieran a la vida? ¿Cómo responderían sus familiares? ¿Cómo respondería la sociedad? El camino elegido por Campillo para responder esas preguntas es casi naturalista y su película arranca justamente con la fascinante imagen de los muertos saliendo del cementerio. Son muertos inmaculados, que vagan casi ciegos por las calles de un pequeño municipio francés y son recibidos como si fuesen los refugiados de una catástrofe natural. “Para enfrentar semejante catástrofe lo más fácil es refugiarse en los problemas más sencillos e inmediatos: ¿Dónde ponerlos? ¿Cómo vivir con ellos?”, explicó Campillo en ocasión del estreno francés de Les revenants. “Ese problema de escala es el corazón de la película. Por eso, aunque el fenómeno es mundial, la escala municipal era la mejor forma de narrar la historia.”
Permitiendo que al comienzo de su historia el discurso político y científico sea casi un protagonista más, Les revenants circula alrededor de las historias de ciertos muertos vueltos a la vida. Pero son muertos que apenas si hablan, que no se pueden adaptar a su vida anterior y que desarman las vidas de sus seres queridos. Casi documental en su primer acercamiento a su historia, Campillo mantiene un tono ominoso durante casi todo su metraje, hasta agobiar al espectador. Y cuando el desenlace llega, no es mucho lo que sucede. Caetano Veloso decía que el rock británico de los años sesenta era un pensamiento sobre el verdadero rock, el de los negros norteamericanos. De la misma manera, la película de Campillo es un pensamiento sobre las películas catástrofe de los años cincuenta. Pero parece quedarse en eso, en la reflexión, sin saber muy bien qué hacer con sus muertos vivos.

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Bruno Ganz interpreta a Hitler, refugiado en su bunker de Berlín, donde se suicidaría.
 
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