ESPECTáCULOS › “SABOR A FREUD”, DE JOSE PABLO FEINMANN

Boleros en el diván

Luisa Kuliok y Ulises Dumont explican cómo volcaron en el escenario sus propias percepciones sobre música y psicoanálisis, los temas sobre los que gira la obra que estrenan esta noche en Multiteatro.

 Por Hilda Cabrera

Dentro de una escenografía de paneles blancos se recortan un sillón y un diván tapizados de negro. “Esta puesta nos expone”, dice la actriz Luisa Kuliok, sonriente y en apariencia liberada de miedos. El escenario de una de las salas de Multiteatro (en Corrientes y Talcahuano), donde esta noche se estrena Sabor a Freud, luce aséptico y sobrio. Una escultura en color glauco representando al sabio vienés completa el cuadro que animarán durante un único acto Ernesto Kovacs, el psicoanalista que interpreta Ulises Dumont, y Lucía Espinosa, la paciente que sufre las imposiciones de su alter ego, Dolores Durán, fogosa dama atrapada por el mundo del bolero, el baile cuerpo a cuerpo y los juramentos de amor eterno. La terapia que practica Kovacs no es precisamente ortodoxa. Algo inmanejable sucederá entre la señora elegante que busca desprenderse de su otro yo apasionado (y de un marido adinerado e insensible) y el médico que descubre recién ahora el rechazo materno que padeció en su tierna infancia y, a raíz de eso, el propio rencor acumulado. La puesta que “expone” a Kuliok y Dumont es obra de la escenógrafa y directora María Julia Bertotto. El texto pertenece a José Pablo Feinmann, escritor y periodista, autor de ensayos y de guiones para cine, y quien en 1998 estrenó una pieza de corte político, Cuestiones con Ernesto Che Guevara.
En el prólogo a la edición de Sabor a Freud (Grupo Editorial Norma), el autor da cuenta de su arrebato al escribir esta obra en tiempo record, que entregó, confiado, al productor Carlos Rottemberg, dueño, entre otras salas, de Multiteatro. Colaboran en este montaje Beatriz Di Benedetto (vestuario), Félix Monti (luces) y Martín Bianchedi (música). En la entrevista con Página/12, Kuliok y Dumont hablan sobre sus respectivas relaciones con el psicoanálisis y el bolero, materias en torno de las cuales gira esta historia de dos seres que se trasmutan, acaso para paliar con el cambio una angustia existencial. En Sabor a Freud, el bolero que da título a la obra fue creado por la misma Bertotto. Los otros pertenecen al reino de los clásicos y son desmenuzados cómicamente por el psicoanalista Kovacs en la secuencia en que Dolores Durán (el otro yo bolerista de Lucía) iguala una reflexión de Freud en El malestar en la cultura con un bolero de amor y odio.
De terapias Kuliok dice tener experiencia: “Me he psicoanalizado frente a frente y con diván. Conozco el mecanismo, y soy de las que opinan que un buen tratamiento puede ayudar a resolver muchos problemas”. La estructura de esta obra –apunta– propicia el contacto entre los personajes sin relegar el texto dramático. “Porque ésta –dice– no es una sesión de psicoanálisis, sino una comedia negra, divertida y muy plural en ideas. Es también como un espacio de la memoria.” Dumont intenta a su vez hallar coincidencias entre lo académico, que surge de tanto en tanto en la pieza, el temperamento del personaje y su misma persona. Pone atención en aquello que le “resuena”, y se lanza en esa dirección hasta encontrar “un espacio donde ubicarse”. De ahí la necesidad de “extremar” la actuación. “Esta es una obra color azabache .-describe–, pero descubrí que mi contacto con Kovacs y con Feinmann es siempre a través del humor.”
El hecho de que en esta pieza la libertad de unos signifique la muerte de otros les resulta significativo, pero no extraño: “Suele ser así, porque la realidad es compleja y difícil, mucho más de lo que nos cuenta el más exagerado de los boleros”. Para la actriz, el cuerpo a cuerpo que propone el bolero es “una forma legal de ser feliz”. Dumont, en cambio, desconfía: “Una canción de amor no explica la condición humana, no la abarca en su totalidad. Tampoco nos hace totalmente felices. El sadismo es parte del amor y de la sexualidad”.
“Cada uno tiene una percepción diferente de la obra –apunta Kuliok–, pero coincidimos en que este material de Feinmann se tradujo en aprendizaje para todos. Es cierto que el trabajo para un intérprete es mássencillo cuando el elenco es numeroso, pero esta experiencia de dos sobre el escenario ha sido muy feliz.” Será porque “en este momento de miseria material e intelectual, poder crear nuevos vínculos de trabajo y hacerse cargo de la situación con las herramientas que uno maneja y que le permitieron formarse es un lujo y una respuesta de vida”.
“Yo también aprendí, pero lamento que hoy no exista la posibilidad de organizar una gran producción –rezonga Dumont–. Hoy no podríamos encarar un clásico de autor nacional, ni siquiera obras contemporáneas argentinas con más de cinco personajes. Las dificultades terminan imponiéndose siempre, aun cuando el teatro siga siendo el único espacio de autogestión que nos queda, porque el cine está cercenado. Al Instituto del Cine llegan continuamente nuevos proyectos, pero ¿cómo realizarlos si el dinero no alcanza siquiera para pagar al personal administrativo?”

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Dumont y Kuliok están al frente de una comedia negra.
 
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