ESPECTáCULOS

El sueño americano de un chico que camina por el lado salvaje

El film de John Cameron Mitchell puede convertirse en un clásico entre los musicales de rock. Tiene humor, ironía y grandes canciones fuera de época.

 Por Martín Pérez

“Mi casa era tan chica que mi mamá me hacía jugar en el horno”, dice el pequeño Hansel, al que inmediatamente se ve con la cabeza dentro del horno, cantando: “chup, churub”. A su lado aparece una radio, con la que el alemancito oriental Hansel aprende del rock’n’roll el mejor de los estribillos posibles para alguien nacido en Berlín el mismísimo año de la construcción del Muro. Ese estribillo que aconseja: “camina por el lado salvaje”. Criado con masivas lecciones de Lou Reed, Iggy Pop y David Bowie, Hansel será Hedwig, un muchachito cuya prematura huida del otro lado del Muro luego de un apurado (y fallido) cambio de sexo le dejará de recuerdo –allí abajo y para toda la vida– una pulgada enojada. Y una historia ídem, digna de ser contada mediante canciones que no tienen nada que avergonzarse frente a las que verdaderamente hicieron historia. Y que hicieron, también, su historia.
Premiada en Sundance el año pasado, Hedwig and the Angry Inch –”Hedwig y la pulgada enojada”, tal su completo nombre original– fue en un principio una obra de teatro. Un musical del off-Broadway neoyorquino que comenzó a llamar la atención en la gran manzana cuando se presentó en un teatro de Greenwich Village allá por 1998. Con la ayuda de Christine Vachon, la gran productora del cine independiente norteamericano, es su autor y protagonista John Cameron Mitchell, quien debuta como director con su propia obra. Y el resultado es digno de figurar en el mismo estante de clásicos de los musicales del rock como Un fantasma en el paraíso o The Rocky Horror Show. Mucho más cerca del humor y el romanticismo de estos pares que del cinismo de películas como Spinal Tap, Hedwig bien podría ser considerada como un maravilloso anacronismo. Un film fuera de época, que cuenta la historia de un chico que crece tan exiliado de su cuerpo como de su patria.
Mitad Platón y mitad David Bowie, se puede decir que el film de Cameron Mitchell ofrece todo lo que prometieron los excitantes títulos de Velvet Goldmine –”Needle in the Camel’s Eye” de Brian Eno mediante– pero Todd Haynes decidió no mostrar. Si aquel film supo ser una melancólica pero madura reflexión sobre el mejor sueño pop, Hedwig elige soñar, y también despertar en ese sueño. Su historia se cuenta a partir de la gira de su protagonista por los patios de comida de los shoppings de Estados Unidos, siguiendo el recorrido de Tommy Gnosis, el artista multiplatino al que Hedwig acusa de haberle robado todas sus canciones. Ante un público escaso e inmutable, Hedwig recreará el derrotero que lo llevó primero desde su hogar en Berlín hasta una casa rodante en Kansas, y luego de su primer banda de rock integrada por esposas coreanas de militares norteamericanos hasta esta “Angry Inch” –así se llama su banda– que lo acompaña en su gira mundialmente ignorada.
Capaz de recordar a los New York Dolls en su momento de mayor furia hasta al más entusiasta Elton John en sus instantes de una que sepamos todos, Hedwig es una historia de iniciación divertida, sensible y que se toma tan en serio y en broma como se lo merece. Ni más, ni menos. Es una auténtica sorpresa que se estrene en Buenos Aires justo en este momento decasi aislamiento, al tiempo que es una lástima que este estreno sea en formato video, algo que arruina en gran parte el disfrute visual de un film que recorre con mucha ironía la historia del pop del glam en adelante. A través de las canciones, de los nombres de las bandas (¡esos nombres!) y de los peinados de sus mujeres, casi todos representados en las pelucas que va usando Hedwig. Y que en ese mismo movimiento se asegura, y por derecho propio, un lugar dentro de esa misma historia.

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