ESPECTáCULOS › “INTIMIDAD”, DE PATRICE CHEREAU, SOBRE TEXTOS DE HANIF KUREISHI

Crónica de un amor desesperado

El director francés de “El hombre herido” vuelve
a narrar una pasión extrema, la de una pareja que vive su relación al margen de la realidad.

 Por Luciano Monteagudo

Un hombre duerme tirado en el piso, incómodo. Tiene la barba crecida, el pelo revuelto, la piel muy pálida, como un sudario. Todo a su alrededor está en desorden. Se escucha una música, que parece provenir de su sueño, o de su pesadilla. De pronto, se despierta, sobresaltado, y va hacia la puerta. Allí está una mujer, con la mirada expectante. “¿Habíamos quedado en algo?”, le pregunta él. “No”, contesta ella. El instante de duda se disipa inmediatamente. El le franquea la entrada; ella pasa. Se desvisten y, sin mediar palabra, comienzan a hacer el amor, nerviosa, encarnizadamente. La franqueza con que la cámara registra el acto sexual tiene que ver con la franqueza de esa relación casi abstracta, en la que no parece haber pasado ni futuro. Lo que Jay (Mark Rylance) y Claire (Kerry Fox) todavía no saben –además de sus nombres– es que terminarán abrumados por ese puro tiempo presente.
Ganadora del Oso de Oro a la mejor película en la Berlinale 2001, Intimidad es el primer film que Patrice Chéreau –el director de La reina Margot y Aquellos que me aman tomarán el tren– rueda fuera de Francia. A partir de un par de textos del británico-paquistaní Hanif Kureishi (el autor de Ropa limpia, negocios sucios y Sammy van a la cama, que filmó Stephen Frears) Chéreau se cruza a Londres y ofrece un retrato en crudo de ese amor mudo, ciego, desesperado, que terminará sucumbiendo al peso de la realidad exterior. Si la urgencia de los amantes –limitados a una única, fugaz cita semanal, los miércoles por la tarde– y la pasión de sus encuentros remite al segundo film de Chéreau, el ya lejano El hombre herido (1983), la luz agónica que baña constantemente la imagen, la exasperación de los cuerpos que se funden en formas insospechadas, la sensación de recóndita soledad que transmiten los personajes hacen pensar quizás en la pintura del inglés Francis Bacon, a quien el director pareciera haber recurrido en busca de una referencia plástica.
La ciudad, Londres, se empieza a hacer presente –con una presencia física y sonora que le debe tanto a la magnífica fotografía de Eric Gaultier como a la banda de sonido, que reúne temas de David Bowie, Nick Cave y los Tindersticks– a partir de la curiosidad de Jay. ¿Quién es esa mujer que una vez por semana parece dar todo de sí sin pedir nada a cambio? ¿Dónde vive? ¿Qué vida lleva? ¿Es feliz, acaso? Jay la sigue, primero como un juego, como una travesura, pero a medida que se interna en laberinto se pierde, ya no es capaz de encontrar una salida que no la incluya. Tanto ha pasado a significar para él Claire.
Aquí Chéreau –uno de los más importantes régisseurs de ópera y directores teatrales de Europa– le da un giro particular al personaje de Claire, cuando Jay, para su sorpresa, la encuentra en la piel de Laura Wingfield, la patética heroína de El zoo de cristal, la obra de Tennessee Williams. ¿Es posible que Claire, esa mujer tan intensa como enigmática, sea la misma que de pronto se convierte en ese manojo de nervios y temores que imaginó Williams? La realidad autárquica, circunscripta de la pareja deja paso a una realidad más amplia, quizás más banal –la del trabajo, lafamilia, las obligaciones– pero también más sorprendente, en la medida en que se multiplica en sentidos impensados.
Hay algunos flashbacks que ilustran ciertas zonas de la vida de Jay que son sólo eso, ilustraciones, y que por lo tanto dan la impresión de sobrar en un film tan apegado al tiempo presente. Por lo demás, Mark Rylance –en una actuación muy vívida, que reniega saludablemente de su linaje shakespeariano– no necesita de ninguna muleta para darle a su personaje un historia que se haga sentir sin explicar nada. A su vez, Kerry Fox (la revelación de Un ángel en mi mesa, de Jane Campion) logra hacer de Claire un personaje cada vez más profundo y complejo, como la película toda.

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El hombre y la mujer se encuentran sólo una vez a la semana y ni siquiera saben sus nombres.
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