ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A LEON GIECO, QUE DESDE HOY PRESENTA EN VIVO SU DISCO “BANDIDOS RURALES”

“Nunca me sentí tan popular y tan reconocido”

En medio de la crisis, el santafesino concretará cuatro funciones en el Luna Park, por lo que más de treinta mil personas aplaudirán las canciones de su notable último disco, un homenaje a los bandidos populares argentinos. “La gente se conecta con los artistas porque no ve corrupción en ellos.”

 Por Fernando D´addario

León Gieco llegó hace dos días de España y esta noche comienza una serie de actuaciones en el Luna Park, que seguirán mañana, el domingo y el viernes próximo. Su propia vorágine parece una proyección del ritmo vertiginoso que la realidad económica y política le impone al país, pero, también, certifica su momento de enorme popularidad. “Nunca me había sentido tan popular ni tan reconocido”, dice Gieco en la entrevista con Página/12, después de corroborar con su representante que la demanda de entradas (que tienen precios de entre 7 y 15 pesos) obliga a seguir agregando funciones. Parece otra Argentina, o quizás es la Argentina que explotó y se desahoga de este modo. “La gente se conecta con los artistas porque no ve corrupción en ellos. No le cree a nadie, pero a los artistas sí. Por eso fueron un éxito el Festival de Cine Independiente y la Feria del Libro”, señala el músico de Cañada Rosquín.
De su viaje a España, donde actuó en Madrid y en la Gran Canaria (en un festival de solidaridad con Africa y Latinoamérica), se trajo una imagen simbólica: el tren de ida iba lleno y el de vuelta vacío. El, sin embargo, reconoce, sintió una suerte de plenitud al volver: “Me siento necesario acá. No me iría a vivir a España ni a ningún otro lugar, salvo por una catástrofe, como podría ser un golpe militar. España es un país que funciona bien, y creo que me iría bien allá, pero mi lugar es éste. Desde allá ven esto que vivimos como el apocalipsis, tal vez porque es lo que se muestra, lo que llega. Porque mirá que estamos mal, pero desde lejos se ve peor. Yo trataba de explicarles que en este país, a pesar del desastre económico, también se vive. No es un país muerto, y una prueba es la reacción espectacular de la gente, en las asambleas barriales, los cacerolazos, las movilizaciones”.
–La gente necesita volcar expectativas en los artistas, está bien. Pero, ¿cuatro Luna Park en esta época no es mucho?
–Se dan varios factores. Vengo con un disco que fue bien aceptado, ponemos las entradas baratas y también se da el hecho de que, creo, soy más popular que en otros tiempos del país. Deben ser los años, o eso que llaman vigencia.
–Muchos, cuando hablan de usted, mencionan la palabra “coherencia”. ¿Siempre es bueno ser coherente?
–Coherencia es una palabra un poco rara, no me gusta autodefinirme como coherente. Siempre hice canciones sociales, y también musicalmente he seguido una línea, pero prefiero hablar de vigencia, algo que conseguí porque nunca transé con nadie ni me metí en alguna cosa rara para vender más discos. Esto es lo que soy, y parece que la gente lo percibe. También hay otra realidad: en la década pasada, la gente podía ver a Paul McCartney, y si no tenía ganas, al mes siguiente venía Peter Gabriel y al otro los Rolling Stones. Ahora me pueden ver a mí. Hay una diferencia. La situación de entonces era ficticia. Había una cosa de omnipotencia, de decir “dame dos”, a ver, quién puede venir de soporte de los Rolling Stones, ¿Bob Dylan? Que venga Bob Dylan. Hoy el público, o tiene que ver a los artistas nacionales o se tiene que conformar con la visita de Fred Bongusto...
–¿Ir a un show de Gieco significa desconectarse o meterse aun más en la realidad?
–Hay una cuestión de identificación con lo que uno dice y piensa. El que me va a ver a mí no va a ver a Shakira, y viceversa. Pero para mí, cualquier espectáculo implica desconectarse, salir un poco de la realidad. ¿A qué vas al cine? A tratar de pasar un buen momento. Aunque te muestre una realidad dolorosa. A mí me pasó viendo Bolivia. Eso es cine de verdad. Fui y disfruté, y eso no significa que haya visto algo pasatista, sino todo lo contrario. Como estamos hoy, un show de rock son tres horas de terapia.
–El que escucha “El embudo” en medio de un recital lo disfruta como canción, pero le están contando cómo se robaron el país...
–Claro, el público la pasa bien, pero también viene a sufrir con uno. Gustavo Santaolalla me decía, con buen criterio, que yo acostumbro a hablar de la realidad, que es problemática, con un ritmo alegre. Y decía él que es coherente, porque la realidad es dura, y hay que contarla, pero a través del baile, del movimiento, se la puede comunicar mejor. Todos los días convivimos con la tragedia y la diversión.
–¿Hay otro modo de convivir con la realidad?
–Sí, podés hacer como que la realidad no existe. O inventarte otra realidad. Para algunos, es comer o no comer. Para otros, ver si el año que viene podrán llevar a sus hijos a un colegio más caro. Para millones de personas, su realidad está al margen de si en este país hubo 30 mil desaparecidos o de si la derogación de la ley de subversión económica va a dejar impunes a los delincuentes.
–“Bandidos rurales” se entendió también como una alegoría de otros bandidos...
–Pero nunca imaginé que se iba a llegar a tanto. Lo que pasó después de diciembre me descolocó. Inclusive en el último disco, en la canción “Idolo de los quemados”, yo decía que la gente es medio tonta y se la banca. Después quedó claro que esta vez no se la bancó. Por eso, cuando canto esa canción le adapto la letra y pongo “La gente siempre irá para la plaza”. No lo hice por especulador ni oportunista, sino como una forma de resaltar mi error. Reconozco que mi versión anterior era más pesimista.
–¿La indiferencia generalizada contribuyó para que el país haya quedado como está?
–Sí, porque esto viene desde hace mucho. Voy a ir bien lejos: desde que Perón echó a “los imberbes” de la plaza. Yo estuve ahí. Yo fui a esperarlo a Ezeiza. Era muy joven, y cuando lo escuché que echaba a toda esa gente sentí una gran decepción. Todo lo que vino después fue consecuencia de eso. Llegaron los militares, Alfonsín, Menem, De la Rúa, cambiaron las figuritas pero la política económica fue siempre la misma, y con la gente sin involucrarse. Espero que el cambio que se vislumbra, se concrete.
–¿Es optimista?
–Es difícil ser optimista. Pero está en la naturaleza de las cosas que todo lo que llega bien abajo, en algún momento tiene que subir. Qué sé yo. Pueden pasar tantas cosas. Cada vez veo más lejos un cambio profundo, estructural. Pero por suerte también veo lejos una salida militar, por ejemplo. En otros tiempos, la gente apoyó los golpes militares. Ahora nadie los quiere. Porque además, no tendrían ningún plan, salvo el de reprimir el descontento social. Lo que me da miedo es que, en esta democracia, la Argentina sea cada vez más caldo de cultivo para la xenofobia, que les echemos la culpa a los extranjeros de lo que no somos capaces de solucionar nosotros. Ahora más que nunca se está sintiendo la ausencia de los 30 mil desaparecidos, porque si la dictadura no hubiese cometido esa masacre, hoy tendríamos a lo mejor cinco mil dirigentes políticos, sindicales, culturales de primera línea. En cambio ahora tenemos que bancarnos que se reciclen los mismos de siempre, Alfonsín, Barrionuevo. En otros países, los dirigentes cumplen ciclos. Terminan y se van. Acá no se van nunca.
–¿Ve a la música popular argentina más cercana a la realidad o en su propio ghetto?
–Es que hoy la música popular es una cosa tan amplia que no se puede generalizar. Aun dentro de cada género, hay subdivisiones. La cumbia, por ejemplo. Tenés a Ráfaga, que parecería que viven encapsulados, sin tener noción de lo que pasa alrededor. Y tenés la cumbia villera que es lo que más se puede rescatar, porque retrata una realidad muy dura, con sus propios códigos. Uno dirá, le falta denunciar las causas de esa realidad dura, pero es una música que refleja esta época. En el rock es mucho más complejo todo. Las letras del Indio Solari son tomadas por los pibes como algo religioso. ¿Pretenden ser eso? No, pero para el público ricotero funcionan así, encuentra algo que lo conecta.
–Ser el “noticiero del rock”, como alguna vez lo definió Spinetta, ¿no es una mochila demasiado pesada de llevar, más en esta época?
–No, porque tengo claro que cada vez que me pongo a escribir una canción, soy el periodista del rock. Y que afuera del escenario tengo que ratificar ese compromiso. Por eso, para mí sigue siendo mucho más importante una actuación mía para un comedor infantil o para solventarle una operación a una nena, que hacer cuatro Luna Park. Porque hacer uno, tres o cinco Luna Park no es trascendente. Mañana vienen Los Nocheros y hacen diez shows, y con esa lógica, entonces, te pasaron por arriba. Lo que hay que dejar es otra cosa.
–¿La situación del país hizo crecer los pedidos para hacer shows a beneficio?
–Se multiplicaron los pedidos. En cada lugar que voy, recibo 35, 40 cartas pidiéndome tal o cual cosa. No se puede con todo. Aprendí a no morirme de impotencia, porque antes realmente sufría cuando no podía responder. Creía que tenía la obligación de cambiar el mundo. Ahora hago lo que puedo, en la medida de mis posibilidades.

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