ESPECTáCULOS › PAGINA/12 PRESENTA UNA TRILOGIA FUNDAMENTAL DE FITO PAEZ

Del amor adolescente a la ciudad de pobres corazones

Del 63, Giros y Ciudad de pobres corazones, los discos que este diario ofrece a sus lectores a partir de mañana, marcan con contundencia los caminos iniciales de un artista central de la historia del rock argentino. Desde aquel debut autobiográfico a la visceralidad sonora y poética de su disco más oscuro, los CD’s explican mejor que ninguna palabra por qué Fito es Fito.

Por Claudio Kleiman

La historia habla de un pibe de Rosario que nació en el ’63 y desde un principio la tuvo clara: iba a ser músico. Y vaya si lo consiguió. Antes de haber cumplido 20 años, ya era profesional y parte fundamental –como tecladista y compositor– del suceso más grande del rock nacional de la pre democracia: Juan Carlos Baglietto y su álbum Tiempos difíciles (1982), que además de ser un éxito extraordinario de ventas, dio a conocer al público la existencia de algo que fue conocido como la “Trova Rosarina”, con gente como Rubén Goldín, Adrián Abonizio, Jorge Fandermole y el propio Páez, autores que pintaban en términos descarnados las heridas de un país en carne viva. De las diez canciones incluidas en ese álbum histórico, nada menos que la mitad había sido compuesta por un adolescente cuyas letras, con cierto aire tanguero y existencial, parecían reflejar la experiencia de un hombre ya curtido. Entre ellas, Sobre la cuerda floja, La vida es una moneda y Puñal tras puñal.
Pero el pibe ya era un músico fogueado y había atravesado desde pequeño por hechos que lo marcarían a fuego, como la muerte de su madre, profesora de aritmética y concertista de piano, cuando tenía sólo ocho meses. Rodolfo “Fito” Páez fue criado por su abuela y su tía abuela, y desde los 13 años ya andaba formando grupos y entreverándose con la bohemia rosarina, todos tipos mayores que él. Entre sus primeros grupos figuran Neolalia (con Fabián Gallardo), Staff y El Banquete, con Rubén Goldín.
Los acontecimientos se precipitaron a partir de que se instaló en Buenos Aires, en 1982. El pibe cuyo primer recital de rock –que prácticamente decidió su destino– había sido La Máquina de Hacer Pájaros en el Teatro Astengo de Rosario, recibió el ofrecimiento de tocar con Charly García. Fito se desvinculó de la banda de Baglietto –con quien grabó también los siguientes dos álbumes, Actuar para vivir, nombre de un tema suyo, y Baglietto, que incluía Un loco en la calesita, otro temprano clásico de Páez– y se incorporó al grupo de Charly para la gira de Clics modernos. Luego participó junto a García de la grabación de Piano bar (1984), un disco fundamental de esos años. Hacia la misma época, Litto Nebbia, otro de sus mayores ídolos, interpretó un tema suyo, La vida es una moneda, en el recital conocido como El Rosariazo; Fito también tocó, produjo y compuso en el primer álbum de Silvina Garré, cantante rosarina que había llegado a la Capital como integrante de la banda de Baglietto.
Cualquiera se sentiría más que satisfecho –e incluso desbordado– ante semejante cantidad de trabajo, logros y reconocimiento en un lapso de tiempo que no excede los dos años. Pero no Páez. El pibe quería más.

Del 63
Aun en las épocas en que Baglietto estaba en pleno apogeo, Páez soñaba con su propia música, su propia banda, y componía a un ritmo febril. En febrero de 1984 debutó al frente de su grupo nada menos que en el festival de La Falda, y poco después grabó –y editó– su primer álbum como solista, Del 63. Allí participan viejos amigos de Rosario, como Fabián Gallardo en guitarra y Daniel “Tuerto” Wirtz (que había tocado en Irreal, el primer grupo de Baglietto) en batería. Ya desde el tema que titula el disco, un verdadero manifiesto generacional, Fito muestra que había llegado para quedarse. “Tocaba folklore, después rock and roll, y ahí llegó Lennon hablando de amor, ¿qué pasa en la tierra que el cielo cada vez es más chico?”, se preguntaba. Tanto la música como la poesía revelaban un nivel de ambición y búsqueda absolutamente inusual. Desde ese entrañable homenaje a su instrumento inseparable que es La rumba del piano, que seduciría al mismísimo Caetano Veloso –con quien más adelante grabaría una nueva versión–, hasta su filosófica visión del mundo envuelta en arreglos corales casi litúrgicos (con Goldín) en Viejo mundo, nada quedaba inmune a la lupa poética de Páez. Tres agujas, Cuervos en casa y Un rosarino en Budapest eran otros de los temas fundamentales que engalanan su debut.
García había sido una influencia importante en ese disco, grabado luego de la gira de Clics modernos. “Para un rosarino medio intelectual y solemne, era como ir de gira con los Rolling Stones”, contaba Fito en ese momento. Por eso mismo, la aprobación de Charly fue fundamental para el novel compositor. “Me acuerdo cuando le mostré a Charly mi primer disco, ¡la cantidad de piropos que me dijo! Yo le decía ‘tengo un poco de miedo de salir a tocar solo’, y él me dijo ‘Andá tranquilo, abrís la boca y se mueren todos’”, relata en Páez, el libro de Enrique Symns.
Fito presentó el disco en el Teatro Astros, con una banda integrada por Gallardo, Wirtz, Paul Dourge en bajo y Tweety González en teclados. A fin de 1984, los lectores de la revista Pelo consagraron a Del 63 como “Disco del Año”. Pero era sólo el comienzo.

Giros
Su álbum siguiente, Giros, publicado sólo un año más tarde que su antecesor, mostraba un crecimiento formidable. “Me sinceré más conmigo mismo”, decía en la revista Cantarock. “Yo hago folklore, soy rockero, me gusta el tango y hago canciones. Me las banco todas.” Giros, el tema, es una especie de tango de fines del siglo XX, con su solo de bandoneón desde los teclados de Tweety y una letra que refleja a un artista en transición, siempre buscando: “Dar media vuelta y ver qué pasa allí afuera, no todo el mundo tiene primaveras/ Estoy imaginándome otro lugar, estoy juntando información, estoy queriendo ser otro”. Había una nueva seguridad en Páez, que le permitía pasar desde un rock como Taquicardia a un tema folklórico como la bellísima Yo vengo a ofrecer mi corazón, pasando por 11 y 6, donde cuenta de una historia con la maestría de un narrador consagrado, o el casi profético Cable a tierra, del que no cuesta mucho darse cuenta que fue inspirado por Charly, aunque Fito prefiere decir que la canción se dirige a muchos de sus amigos, incluyendo también sus propias experiencias con las drogas. Después de pintar la guerra de Malvinas con afilada pluma en Decisiones apresuradas (“Generales, mataron media generación/ vienen y van al baño y toman apresurados la decisión”), finaliza con una “baguala electrónica” como D.L.G. (según el propio Páez, “Día de los grones”) donde imagina un “Apocalipsis de abajo”, o como explicaba en una entrevista, “un momento en el que todos puedan estar mejor y no haya tantos desequilibrios”.
Páez ya era un artista establecido, y en la producción de este álbum, además de su banda estable (Wirtz, Dourge, González, Gallardo), contó con algunos invitados de lujo, como Pedro Aznar y Mono Fontana, que aportaron todo su gusto y experiencia en los arreglos de 11 y 6 y Cable a tierra, respectivamente, y Osvaldo Fattoruso en percusión. También aparecía en los coros Fabiana Cantilo, la cantante que había conocido durante las giras de García, con la que mantuvo un tormentoso romance que alimentó la prensa de la época con sucesivas peleas y reconciliaciones.
Con sólo 22 años, Fito presentó Giros en el Luna Park ante 12.000 personas, el 6 de diciembre de 1985. Poco antes de Navidad, se produjo el fallecimiento de su padre. Era la primera señal de que el año que se avecinaba traía consigo acontecimientos trágicos.

Ciudad de
pobres corazones
Durante 1986, Fito viajó a Brasil y grabó La rumba del piano junto a Caetano Veloso y músicos de ese país, que inicialmente sería publicada en un maxi titulado Corazón clandestino. Pero el proyecto más sustancioso de ese año sería el que lo reunió con quien –junto a García– era su ídolo más grande desde la adolescencia y una influencia fundamental en su música: Luis Alberto Spinetta. El Flaco se sintió atraído desde el comienzo por las canciones de Páez, y cuando escuchó Giros dijo que “es la mejor música que se está haciendo”, entre otros conceptos sumamente elogiosos. La admiración mutua derivó en amistad, y ésta se concretó en un proyecto conjunto, el álbum doble La La La, de Spinetta/Páez, obra de rara belleza que permanece hasta hoy como una de las obras conjuntas más contundentes del rock nacional.
Pero mientras Páez se encontraba realizando unas actuaciones en Brasil, recibió la noticia de un siniestro hecho de sangre en Rosario, el asesinato de su abuela y su tía abuela (junto con la mucama de éstas), las mujeres que lo habían criado. Como era de esperarse, la tragedia afectó enromemente a Fito, quien tras superar el shock inicial decidió “alejarse del mundo”, tomándose unas vacaciones en Tahití junto a su amigo y asistente, Alejandro Avalis, mientras dejaba que las heridas fueran cerrando lentamente.
Como exorcizando su dolor a través de la música, fueron surgiendo una serie de canciones que reflejaban las conmociones que estaba atravesando, envueltas en un ropaje musical diametralmente opuesto al de Giros. El resultado de esta catarsis marcaba un vuelco fundamental en la carrera de Páez. Se llamó Ciudad de pobres corazones, apareció en 1987 y está considerado uno de los mejores discos de toda su trayectoria. La música era más directa y rockera, con elementos de funk y un importante protagonismo de las máquinas de ritmo; el clima era oscuro, denso, casi cortante (“todo muy deforme y con un toque medio psicodélico en la onda de Prince”, definía Fito).
El álbum estaba estructurado como si fuera una película, con un fuerte elemento visual (de hecho, poco después Fernando Spiner dirigiría un video argumental). El clima de relato cinematográfico de sus canciones era explicado así por Páez, en diálogo con Symns: “Creo que empecé a transitar ese camino a partir de Ciudad de pobres corazones, a raíz del asesinato de mis abuelas. Suena el teléfono y la muerte me pregunta, ‘¿Tenés más?’. Le digo que no y se empieza a reír. ‘Todos tienen más’, me dice. En el primer tema, en De 1920 presento la tragedia. Estas mujeres han sido asesinadas; hay alguien a caballo que lleva veneno por todo el mundo; la muerte se muerde la cola, saca los dientes, ‘como una alimaña viene y se va. Eran dos muchachas de 1920, lejos del ruido, lejos del mar’. Termino diciendo que ‘alguien cortó el lazo, alguien hizo track-track’ y ‘no se pasa el tiempo, al menos para mí, ya tomé pastillas y sigo sin dormir’”.
El chico que venía a ofrecer su corazón se había transformado en el que increpaba “¿Qué es lo que quieren de mí?, ¿Qué es lo que quieren saber? Matan a pobres corazones”, en el tema que titulaba el álbum, arropado en un riff urgente y pesado que martillaba desde la guitarra de Gabriel Carámbula. A quienes le reprochaban estas aparentes contradicciones, Fito retrucaba: “No podés vivir de una manera toda tu vida. Yo soy así. No tengo que dar explicaciones a nadie, ni rendir tributo a nada. Lo que siempre quise generar con mi música es esa libertad. Si tengo contradicciones es porque las ejerzo. ¡Viva la contradicción!”.
Otras de las canciones descollantes de un álbum sin desperdicio eran Gente sin swing, De 1920, Dando vueltas en el aire, Track-Track (que sería conocido luego a través de la excelente versión que hizo Herbert Vianna con Paralamas) y una de las más bellas y enigmáticas del repertorio de Fito, que aparece como un remanso de calma en medio del vendaval: Ambar violeta, la fábula de una muchacha cuyos ojos cambian de color mientras le crece un cuerno bajo el corazón. Además de su banda estable (Gallardo, Wirtz, González y Fabián Llonch en el bajo), en este álbum aparecen Fabiana Cantilo, Carámbula, Osvaldo Fattoruso, Andrés Calamaro y Viuda e Hijas De Roque Enroll, en un rol atípico (nadie reconocería como suyas las fantasmales voces en Track-Track).
Por supuesto, la carrera de Páez continúa hasta hoy con la misma intensidad que lo ha convertido en un artista discutido y admirado por partes iguales, con numerosos hitos como El amor después del amor, un éxito sin precedentes que se tornaría en el disco más vendido en la historia del rock nacional. Pero en esta trilogía inicial están planteados los caminos que luego seguiría desarrollando y expandiendo, expuestos con un nivel de compromiso que hace que aún hoy, cuando ya pasaron 20 años, su escucha sigue siendo conmocionante, al margen de ciertos detalles de producción que atan el sonido a una época determinada. Muchos temas (Tres agujas, Ciudad de pobres corazones, 11 y 6) siguen presentes hasta hoy en el repertorio de Fito en concierto, además de haber sido versionados por artistas que van desde Mercedes Sosa a Catupecu Machu. Las canciones del pibe de Rosario se convirtieron en clásicos. De eso no cabe ninguna duda.

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