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La voz de Cocteau, sujeto de dos ejercicios teatrales

“La voz humana”, una desgarradora pieza del dramaturgo, novelista, cineasta y poeta francés, puede verse actualmente en Buenos Aires en dos versiones que confirman su enorme poder de resonancia.

 Por Cecilia Hopkins

Poeta, novelista, dramaturgo, director de cine y hasta dibujante, el polifacético Jean Cocteau estuvo muy cerca de los artistas que en los años ‘30 fundaron el movimiento surrealista. Tentado desde siempre por probar suerte en nuevos rubros artísticos e intelectuales, ya en 1917 había concebido un ballet muy poco ortodoxo, especialmente pensado para ser dirigido por Sergei Diaguilev. Así nació Parade, con música de Erik Satie y escenografía de Pablo Picasso. El cruce de lenguajes siempre fue un estímulo importante en la producción del autor de Los muchachos terribles y La máquina infernal. Cuando escribió La voz humana, él mismo la llamó “poesía teatral para radio”. Creado para ser interpretado por Berthe Bovy, actriz de la Commedie Française, luego de su estreno en 1930 este monólogo (interpretado por Anna Magnani) fue llevado al cine por Roberto Rossellini en 1947, en tanto Francis Poulenc lo convirtió en ópera, en 1959.
La voz humana es un extenso diálogo telefónico que mantiene una mujer con el amante que ya ha decidido abandonarla para irse con otra. Se trata de una despedida formal (con promesa de quema de correspondencia y todo), en la que todavía se adivina la culpa del hombre que propició la ruptura. También se hacen explícitos algunos de los reproches que ha venido acumulando ella, aunque en parte surgen velados tras empeñarse en aparentar la fortaleza que en verdad no tiene. Sin lugar a dudas, lo más angustiante del dilatado discurso proviene del minucioso proceso de desintegración que el autor va trazando a medida que menudean los titubeos, las frases reiterativas y los silencios forzosos del personaje. A medida que esto sucede, se vuelve más impiadoso el perfil de esta mujer dueña de una vida insignificante, cuya dependencia emocional respecto del hombre amado recuerda en mucho a Monique, la protagonista de La mujer rota, de Simone de Beauvoir. Dos versiones diametralmente opuestas de este monólogo –dirigidas por dos mujeres– se ofrecen en estos días en la abultada cartelera porteña.
Interpretada por Alicia Muxó, La voz humana que dirige Marcela Grandinetti (en el Actor’s Studio, los sábados a las 22.30) bordea el humor, pero sin caer en situaciones francamente reideras. La mujer que habla por teléfono es torpe y desmañada pero luce sólida, y por momentos, casi maternal. En cambio, el personaje que compone Ruth Dobel bajo la dirección de Dora Milea (en el teatro La Carbonera, los domingos a las 20.30) es de una fragilidad extrema, desfalleciente. Mientras que la primera está sola en escena, la segunda actriz interpreta su monólogo desde una tarima rodeada de telas translúcidas, cercada por una pareja -el amante y su nueva relación, interpretados por Tobías Pratt y Ana Riveros— que concreta algunos apuntes de danza, con la intención de anclar con un tango la acción en Buenos Aires. Aunque la actriz no emplea el vos en su discurso, lo cual hubiese estado más a tono con el carácter local que persigue la puesta.
Inseguras y dependientes, ambas mujeres se expresan con urgencia y se muestran vehementes cada vez que son víctimas de las inoportunas interferencias que se producen en la comunicación. Evalúan los cinco años vividos dentro de los límites de una relación absorbente que llega a su fin, y se muestran amables y conciliadoras por astucia, aunque en la desesperación cada una toma rumbos divergentes. Sonámbula y afiebrada, Dobel concreta su monólogo en un registro dramático pero muy estilizado, mientras que Muxó juega el desmembramiento de su personaje sin perder de vista la veta ingenua que traza desde un principio. En ella, la presencia del teléfono –que para el personaje creado por Cocteau es un arma temible, capaz de causar daños irreparables– se refuerza graciosamente en los celulares que manipula con nerviosismo. Pero tomando en cuenta el desenlace previsto en cada versión, ninguno de los personajes logra expresar de modo convincente el efecto que produce en esta mujer la conciencia de la soledad que le espera apenas cuelgue el teléfono.

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Alicia Muxó, dirigida por Marcela Grandinetti en el Actor’s Studio.
Cocteau definió “La voz...” como “poesía teatral para radio”.
 
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