ESPECTáCULOS

“Pan, trabajo, y muchas siliconas”

En Lagarto blanco el humor de Favio Posca sigue siendo agrio y rabioso, pero el marco de la perfomance es su espectáculo más cuidado.

 Por Hilda Cabrera

En 1996 el actor Favio Posca ya había forjado un público para sus espectáculos. Lo conquistó con El Perro que los parió, disparando desde el escenario frases violentas, que eran y siguen siendo festejadas por una platea que le es adicta y que poco o nada tiene en común con el universo marginal de ese personaje. El desafío de las convenciones atrapa siempre, y más todavía cuando se lo muestra de forma tan incisiva y contundente, como sucedió y continúa sucediendo con este Perro cojo. El teatro es el principal resguardo del actor y de su público. En escena todo es posible. Es el lugar de los partos, también de aquel Perro y de Angelito, de Myriam, Pancha y el Paraguayito, y de todos los personajes que suma Posca a este Lagarto... donde el entusiasmo por la Ricarda que no llega convulsiona el ambiente.
“¿Qué pasó? —se preguntan— ¿El dealer se equivocó de barrio?” Posca es un artista audaz, aunque en algún momento parece frenarse, como si se asustara de lo que se dice, pero ésa es probablemente sólo una impresión. El actor machaca con el tema de la Ricarda y con una andanada de frases escatológicas, en las que se amenaza con poner la nariz en el orto o el orto en la frente. “Cerebro: atajáte ese penal”, previene de tanto en tanto. También músico, el marplatense Posca ganó años atrás popularidad en televisión participando de los programas De la Cabeza y Nico, medio en el que se desempeña hoy conduciendo Los Osos, junto a Lalo Mir y Alejandro Fantino. A tono con la marginación y marginalidad actual, no matiza su espectáculo con alguna que otra palabra en francés, idioma del que se sirvió en sus primeros trabajos (en un recital sobre poemas de Jacques Prévert, por ejemplo). En Lagarto blanco es más directo. Nada de “puto de merde”, como insultaba uno de sus personajes en Boster Kirlok (de 1996), un linyera provocador que, al igual que los otros desquiciados de aquel unipersonal, representaba “la desolación más desolada, la alienación y la locura”.
Comparado con sus anteriores espectáculos (El perro que los parió, Boster... y Mamá está presa), Lagarto... cuenta con mayores recursos técnicos y profesionales. En esta puesta no faltan el brillo ni los buenos oficios de un escenógrafo destacado como Alberto Negrín y un iluminador de trascendencia internacional como Ariel Del Mastro. Pero esa ambientación, característica de los shows más ambiciosos, no cobija a personajes complacientes. El humor de Posca sigue siendo agrio y rabioso, provocador y escatológico. Los títulos de los cuadros que componen este nuevo mapa de marginales son ilustrativos: ¿Llegó la Ricarda?, La ñata en la cola, Caldo de concha, La draga de José y Culo y sus amigos, donde el actor, de espaldas al público y bajándose los pantalones, deja al aire su trasero y lo convierte en personaje. Porque no hay excluidos en este universo de alcohólicos de tetrabrick y aficionados a la merca que huyen de la yuta,marginales todos, concebidos por el intérprete en colaboración con su mujer María Luisa Callau, actriz y psicóloga.
Los que viven de la basura eran ya personajes en el Boster... de 1996, de modo que no se puede tildar a Posca de oportunista. Entonces declaraba que lo fálico y lo obsceno le servían para meterse en zonas prohibidas. Por eso Lagarto..., que es un espectáculo también cómico, pero sólo para el público que acepte los códigos que este actor propone, escapa a cualquier clasificación. Esa particularidad no le impide esquivar la ficción y dirigirse al público, al que –dice– quiere divertir. Con esa aclaración cierra su espectáculo y completa aquello que sostienen sus personajes, que “la Argentina está sentada sobre una poronga”, que hoy falta “pan, trabajo y siliconas” y que se vive entre cuetazos, preocupado y desesperado.

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Favio Posca luce como siempre, provocador y escatológico.
 
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