ESPECTáCULOS

La nueva música en Argentina según Juan Carlos Paz, el “mal amado”

Hoy se cumplen 30 años de su muerte. Es uno de los compositores fundamentales del país, pero sus creaciones casi no se escuchan.

 Por Diego Fischerman

Era una época en que la modernidad parecía posible. Los estudiantes prohibían prohibir en París, se hablaba de revoluciones, se discutía el libro rojo de Mao, Godard creía en las imágenes, se escribía una novela para ser leída, como un juego, a los saltos y los Beatles acababan de reinventar el pop mientras Ornette Coleman, Miles Davis y John Coltrane llevaban el jazz hacia fronteras de especulación estética nunca imaginadas para las tradiciones populares. Un compositor argentino de 70 años anotaba en su meticuloso cuaderno tres cosas: sus problemas para permanecer en el Teatro Colón, durante una función de Giulio Cesare de Händel, a causa de la oposición de los acomodadores a que usara un colgante con el signo de la paz sobre su polera negra, un impecable análisis de La Banda del Sargento Pepper (cuando aún no era un álbum legendario sino, apenas, “el nuevo disco de los Beatles”) y la ponderación de las tetas de la dueña de casa como único atractivo de las cultas reuniones en las que, como música de fondo, alguien ponía las últimas novedades de la vanguardia europea. El chiste de Juan Carlos Paz, cuando se despedía, era decir: “Los dejo sin paz”. Hoy hace treinta años que la Argentina está sin Paz.
Escritor de dos libros fundamentales, Introducción a la música de nuestro tiempo y Schoenberg o el fin de la era tonal, tanto por sus aciertos como por las arbitrariedades –arbitrariedades anunciadas, por otra parte, ya que Paz dejaba muy claro cuáles eran las anteojeras que se ponía a la hora de opinar–, tal vez lo más interesante de su producción literaria sean los apuntes que, a manera de memorias, Ediciones de la Flor editó en tres volúmenes bautizados Alturas, tensiones, ataques, intensidades. Por esas ácidas miniaturas desfilan desde las oscuridades de los funcionarios de la cultura argentina y las mediocridades burocráticas de muchos de sus colegas músicos hasta el vacío de las instituciones ligadas al arte, las repeticiones exasperantes y la grisácea programación de conciertos de Buenos Aires (“De nuevo el Mozarteum, de nuevo I Musici, de nuevo Vivaldi, de nuevo Las Cuatro Estaciones; en realidad ya van como mil”), pasando, por supuesto, por sus asombros y admiraciones. Allí, en realidad, se dibuja uno de los testimonios más lúcidos acerca de la circulación del arte en los años ‘50 y ‘60 porteños y de las tensas relaciones entre creación, mercado y vanguardias. Relación que se plasmaba, además, en sus acciones como intérprete, programador y director de conciertos –fue el fundador de la Agrupación Nueva Música– y en su cercanía con el mundo del cine: escribió la música de cuatro películas de Leopoldo Torre Nilsson (La casa del ángel, El secuestrador, La caída y Fin de fiesta) y actuó en Invasión, dirigida por Hugo Santiago, en 1970.
“Dicen que no quieren copiar modelos foráneos actuales para poder mantener la propia identidad, pero lo único que hacen es copiar modelos foráneos perimidos y así es que tenemos incas ravelianos y coyas franckianos”, aseguraba en los años ‘40, y es que en la polémica entre nacionalistas y universalistas se jugaba, en realidad, una discusión vital que tenía que ver con el lugar en el mundo (en un mundo que comenzaba con la falta de interés de los compatriotas) de los compositores argentinos y sus obras. El hecho de que el lugar de la modernidad por antonomasia, el laboratorio musical del Instituto Di Tella, fuera fundado y dirigido por Alberto Ginastera, el supuesto adalid de la reacción frente al progreso y su rival en esos años, es, en todo caso, una más de las paradojas que ofrece, generosa, la historia argentina. Y es que Paz rechazaba las instituciones, inclusive las modernas.
Como Jorge Luis Borges, Juan Carlos Paz, que había nacido en 1897 y murió el 26 de agosto de 1972, siempre fue más conocido que querido y más nombrado que conocido. Están todavía los que dicen que su importancia esmás teórica que práctica y que fue mejor escritor que músico. A Paz le cabría a la perfección la paráfrasis de Pierre Boulez y uno de sus artículos sobre Schoenberg (“El mal amado”). Pero dos hechos concretos vinieron a romper el malentendido, por lo menos para los que quisieran darse cuenta. Uno fue la visita del Ensemble Modern, en 1992, cuando tocó Dedalus y demostró que era una obra impregnada de expresividad y potencia (sólo había que poder tocarla bien). El otro es el CD editado por el Fondo Nacional de las Artes, donde Santiago Santero dirige una versión excelente de esa misma obra y un grupo de buenos intérpretes toca con respeto los Tres Movimientos de Jazz (una grabación de 1932 de la pianista italiana Ornella Balestrieri), la Segunda Composición Dodecafónica (por Adriana de los Santos), la Música para flauta, saxofón y piano (registrada por Esteban Eitler, Sam Lieberman y el propio Paz en el piano) y Continuidad (por la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires con la dirección de Jorge Rotter). El hecho de que el disco sea casi imposible de encontrar es, en todo caso, un signo de esa argentinidad a cuyas definiciones esquemáticas se oponía el compositor. Este, al fin y al cabo, es un país en el que Paz no se consigue.

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Juan Carlos Paz siempre fue más nombrado que conocido.
Sus memorias trazan un mapa de la cultura de la época.
 
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