ESPECTáCULOS › LUIS ALBERTO SPINETTA SE PRESENTA ESTA TARDE EN EL TEATRO COLON

Es natural: un lírico para el máximo coliseo

El más influyente de los artistas del rock argentino, que es al tiempo uno de los más prestigiosos músicos populares de los últimos treinta años, actúa hoy en una catedral de la música llamada clásica, acompañado por los tecladistas Mono Fontana y Claudio Cardone.

Hace no tanto, pero muchísimo, Charly García iba a tocar en el Teatro Colón. Iba a escribir antes una obra sinfónica, iba a ensayarla exhaustivamente, iba a trabajar con un arreglador. El proyecto se anunció en aquel país en que gobernaba una Alianza que, a su vez, iba a acabar con la cultura del menemismo. Charly iba a tocar en el Colón porque estaba de parabienes con el gobierno y con su secretario de Cultura, Darío Lopérfido. Pero un día de marzo del 2000, Charly fue preso en Mendoza después de un show en el marco de una gira de músicos organizada por la Secretaría de Cultura de la Nación, entendió que el gobierno hacía poco y nada por defenderlo, y de a poco todo se fue al joraca. El proyecto, la obra, el gobierno, la situación nacional. Hace poco, pero bastante, Charly iba a tocar en el Colón. Pero el que tocará hoy será Luis Alberto Spinetta.
Que Spinetta actúe en el Colón es un acto elemental de justicia. Lo hará, esta tarde, desde las 18, en el marco de un virtual festival de jazz organizado por la Secretaría de Cultura del gobierno porteño, en uno de sus períodos de acercamiento a eso que se supone que un artista popular debería hacer siempre con placer: parecer accesible a las propuestas arriesgadas, defender tocando su obra, conceder al público canciones que el público siempre quiere escuchar. Spinetta, que durante los años de Charly de coqueteo con el poder fue una ostra, está en ese plan, por ahora. El que conoce su trayectoria también debe saber que un agosto no hace verano. Que en cualquier momento algo lo puede enojar o afectar de tal manera que encuentre normal su lógica de encierros y silencios. Spinetta no tocará obra sinfónica alguna: apenas hará escuchar un puñado de canciones.
A punto de convertirse por tercera vez en abuelo, Spinetta llega al Colón después de una gira que lo llevó a tocar en Chile y Ecuador, plazas donde su nombre es famoso –como en varias otras al sur de Estados Unidos–, pero su obra apenas conocida. Lo hace también porque acaba de salir a la venta un disco en vivo que grabó en Obras, en diciembre pasado, cuando el país ardía, la vida no valía nada y Fernando de la Rúa resolvía en helicópteros sus problemas personales. Antes de eso, en una situación extraordinaria para su carácter, Spinetta se había presentado en Toulouse, Francia. Es muy difícil que alguien disfrute a pleno de su obra al toparse con ella por primera vez. Tan complicado como eso es abandonarla, una vez que se le ha encontrado el gusto. Conocer la obra de Spinetta no significa, como en muchos otros artistas, entenderla completamente. Hace ya mucho, a mediados de los ‘80, cuando sus hijos niños bailaban con Charly pero se aburrían con sus temas, Spinetta escribió: “Nunca me oíste a tiempo, siempre tuviste miedo”. Desde los años de plomo, hay gente que se pregunta qué quiere decir, exactamente, la letra de “Los libros de la buena memoria”. Spinetta es más las preguntas que las respuestas.
Para hoy, el hombre que fundó Almendra, Pescado Rabioso, Invisible y Jade en sus primeros once años de carrera y después armó una trayectoria solista respaldada eventualmente en grupos –como Los Socios del Desierto– promete un repertorio “íntimo y alucinógeno” en que lo respaldarán los tecladistas Mono Fontana y Claudio Cardone. Spinetta hará un repertorio que abarcará temas de casi todas sus etapas y un run run nacido de su entorno dice que podría tocar buena parte del repertorio de Artaud, un disco de hace treinta años, pleno de poesía y divague, al que le cabe el mismo concepto que a la figura de su creador: mucho más famoso y respetado que conocido y disfrutado. Acaso esa época fundó la idea de un Spinetta iluminado y poético, supuestamente destinado a pocos, cuando en realidad hay en su repertorio todo tipo de canciones, incluso rockitos de una elementalidad –”Me gusta ese tajo”, “Nena boba”, “Rutas argentinas”– que a otro artista lo condenarían a ser considerado parte del rock chabón.
Hace treinta años, que los artistas populares llegaran al Colón resultaba un acontecimiento: la memoria colectiva seguramente archivapostales de Aníbal “Pichuco” Troilo o Mercedes Sosa accediendo al escenario en que alguna vez cantaron Enrico Caruso o Maria Callas. Los años de la democracia no lograron, entre todas sus conquistas, hacer de ese escenario algo más que un coliseo lírico, que jamás debería dejar de serlo. El día del 2000 en que la distorsión del grupo A.N.I.M.A.L. hizo vibrar las arañas, durante la presentación de un disco en homenaje a Jorge Luis Borges, producido por Pedro Aznar, una parte de la concurrencia reaccionó con rencor, como si su casa hubiese sido violentada por una horda de hunos. Siempre hay gente que atrasa.
En un año en que Gustavo Cerati, Memphis, Soledad y Los Nocheros actuaron en el Colón, no parece fuera de contexto que sus puertas se abran para una figura absolutamente central de la historia del rock argentino, una y otra vez considerado por sus pares el artista más influyente de todos. Pero no sería bueno confundir a este artista popular con huestes de ningún tipo: hay algo poderosamente único y acaso irrepetible en su estética, en la forma en que se las arregló para cruzar el cosmos del rock con los malditos de la literatura y los pensadores de vanguardia, sin parecer catedrático o dogmático, o cualquier otra palabra esdrújula. Hay quienes piensan que Spinetta llegó al Colón. Pero también quienes están seguros de que es el Colón el que llegó a Spinetta.

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Spinetta viene de hacer una gira por Chile y Ecuador.
El show cerrará el encuentro “Buenos Aires Jazz y otras músicas”.
 
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