ESPECTáCULOS

“La hipocresía me formó, y escribo para vengarme”

El novelista peruano Jaime Bayly, famoso por sus trabajos en la televisión, acaba de publicar la novela “La mujer de mi hermano”. “La traición –sostiene– puede ser una forma de liberación”.

 Por Verónica Abdala

Jaime Bayly está replegado sobre su cuerpo en la última mesa del bar, en el hotel en que se aloja en Buenos Aires, adonde llegó para presentar su séptima novela, “La mujer de mi hermano” (Planeta). En unos minutos dirá que el eje de esta historia, y el punto en el que también convergen sus anteriores libros, es “la traición como forma de liberación, como posibilidad contrapuesta de la docilidad y la hipocresía”. El escritor y periodista peruano dirá, además, que se siente casi un sobreviviente de esa pelea que también en su vida privada eligió dar, y para la que eligió la escritura “como una forma de la venganza”. Y probará que es capaz de confesar aspectos dolorosos de su vida y de calificar a los otros con la mayor de las durezas, con total naturalidad, y hasta con dulzura.
Pero todavía no ha dicho una palabra: lleva puesta una gorrita de béisbol azul y roja y evalúa a quien lo va a entrevistar con mirada atenta. Sonríe delicadamente y pide un jugo de naranja, mientras se quita la gorra. De fondo se oye un piano.
Cuando se le recuerda que, hasta acá, los críticos y periodistas parecen empeñados en develar, más que las razones de su obra, qué se esconde tras esa misteriosa sonrisa, susurra:
–Pues no hay tanto, eh. Ya he contado lo suficiente, aunque sigan creyéndome una suerte de Jekyll que de noche se transforma en Hyde. De todos modos puedes preguntar. Te diré la verdad, lo prometo.
El mismo reconoce que su perfil de entrevistador televisivo, alineado y circunspecto choca de frente con su imagen de enfant terrible de la narrativa de la narrativa latinoamericana, que otros ven en él. Esa dualidad desorientó definitivamente a aquellos que buscaban puntos de contacto entre la aparente frialdad del Bayly políticamente correcto y las historias y personajes de sus anteriores novelas de gays, sexo duro y cocaína. Pero no lo desvelan los interrogantes de quienes entienden esa dualidad como una contradicción. De algún modo, piensa, se siente imposibilitado de ver las cosas de un modo tan lineal. Cree que lo que caracteriza a los personajes de su nuevo libro, es, precisamente, que “cada uno a su modo es bien contradictorio, es bueno y es malo, admite distintas posibilidades”.
El argumento de “La mujer...” evoluciona a partir de la conformación de un triángulo amoroso, que integran una mujer, Zoe, Ignacio, su marido, y el hermano de éste, Gonzalo, que odia secretamente a su hermano mayor y por eso seduce a su cuñada.
–Zoe, es capaz de traicionar a su marido con su hermano, pero también es capaz de afirmar la vida de un bebé incómodo. E Ignacio, que es tan cruel con su esposa, termina siendo generoso y compasivo con ella, perdona su afrenta. Gonzalo, a su vez es un pintor, egoísta, pero bastante más honesto que su hermano, un hombre de negocios, muy cínico y calculador. Un experto en la duplicidad moral, con una inclinación homosexual oculta que ni él mismo tolera. Yo creo que así de multifacéticos y cruzados somos todos nosotros, porque nadie está del todo cómodo en un solo lugar.
–¿La necesidad de escribir está relacionada con esa incomodidad estructural? En una entrevista que le hizo Alvaro vargas Llosa hace algún tiempo usted dice que nadie que mantenga una relación amable con el mundo podría hacerlo...
–Por supuesto, la vocación del escritor nace de una incomodidad profunda, por momentos violenta. Asumí que estoy condenado a esa existencia, porque si no escribo me enfermo. Soy, de algún modo, hijo de la hipocresía, y contra eso me rebelé y me revelo. El precio que pago es altísimo, pero lo acepto. De hecho, mi vocación de escritor es obra del Papa y de la religiosidad de mi madre, que me obligó a probar formas alternativas para sobrevivir.
–Los críticos suelen definir al sexo y las drogas como elementos infaltables de sus novelas. En este libro hay un corrimiento, el foco está puesto en otro tipo de cuestiones...
–Tiene que ver con eso, precisamente, con haberme preguntado sobre temas como la identidad, las relaciones humanas, la traición, el dolor, y el perdón, que no es más que otra forma del amor. Estos personajes, que por momentos se acercan a cierta grandeza moral, tampoco son tan descarados como los anteriores en el ejercicio de la sexualidad. Esta es la novela con la que me alejé más de mí, la más ficcional. Definitivamente, yo creo que en esa búsqueda de profundidad, de matices, estoy alejándome del escándalo.
–¿Cuáles son las obsesiones que, a su modo de ver, reaparecen en su obra?
–La mentira o la traición, a los padres, a los amantes, para sobrevivir. Mis personajes no traicionan por maldad, lo hacen porque si no, mueren, porque las suyas son afirmaciones desesperadas de su individualidad. Luchas contra la hipocresía, que no es más que la forma más cómoda de ser cobarde, rebeliones contra lo que los demás esperan de ti.
–Eso es algo que conoce por experiencia...
–Los libros son para mí oscuras revanchas contra esa refinadísima educación en la hipocresía en la que crecí. Esa, la mentira de las puras formas, es la peor forma en que alguien, tus padres por ejemplo, puede negarte la felicidad. Mis libros son patadas contra eso que no tolero, y se me critica mucho. Sin embargo no me importa, me da la gana decir mis verdades, besar a un hombre en cámara como hice el otro día en un programa español, si eso es lo que me place. ¿Y qué? ¿Quién se arroga la autoridad moral para juzgarme, y desde qué lugar?
–¿Esa falta de tolerancia, fue lo que entre otras cosas lo expulsó de Perú y lo llevó a instalarse en Miami, en donde vive?
–Claro, esta clase de lisiados del alma se reproducen como moscas en Perú. Eso es Perú. Hace poco, escribieron en un periódico que mis hijas deberían cambiarse el apellido: eso lo hizo la esposa de Oscar Wilde, pero yo creía que ya no pasaba. Me equivoqué, ese tipo de gente está en todas partes. A mis hijas no les escondo que tienen un padre abierto, ambiguo o confundido, como para desear a un hombre y también a una mujer. En fin, en Estados Unidos me siento mucho más libre y tranquilo.
–Por momentos, sin embargo, da la impresión de que en cierto punto, disfruta de esa confrontación...
–Pues eso también es verdad. Es absolutamente excitante para mí. Esa bronca me impulsa a escribir, a afilar las garras.
–¿Qué siente cuando lo mencionan como uno de los posibles herederos de otros peruanos célebres como Mario Vargas Llosa o Alfredo Bryce Echenique?
–Ganas de reír, en serio. Pese a que la literatura no es para mí un juego, siento que todavía me falta. Soy un aspirante a escritor, solamente.
–¿Cuáles son esas limitaciones que admite en relación a la escritura?
–Creo que no he sido lo suficientemente imaginativo como para escribir cosas que me sean ajenas, siempre el punto de partida fue mi vida, hasta acá. No digo que eso sea malo, porque no creo que la literatura sea buena o mala según cuán autobiográfica pueda ser una historia, pero yo lo siento como una deuda. Tengo tiempo: mi venganza y mi revancha será seguir escribiendo.

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Para Bayly “la vocación del escritor nace de una incomodidad profunda, por momentos violenta.”
“Asumí que estoy condenado a esa existencia, porque si no escribo me enfermo”, cuenta en esta entrevista.
 
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