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“Acá no hay incentivos”

–¿Se define como productor o director?
–Soy director por vocación, productor por profesión y distribuidor por obligación. Para Ay, Juancito escribí el guión junto a José Pablo Feinmann y mi productora Aries se encargará de la distribución, algo raro localmente. Porque una cosa es una producción independiente con tres copias en el Tita Merello, el Gaumont y el Cosmos y otra es un estreno comercial. Aquí no hay demasiado incentivo para filmar, no hay anticipo de la televisión, no hay crédito comercial. Tuve un apoyo adicional del Incaa. Pero los españoles nos decían que era muy argentina. Es la única de las películas industriales locales que no tuvo coproducción con España.
–¿Cómo evalúa su lugar en el cine político en Argentina?
–Desde que hice La Patagonia rebelde en 1974, no se había hecho demasiado cine de ficción de carácter político. Era un momento complicado; Torre Nilson me decía: “¿Cómo una empresa constituida se iba a meter con el Ejército?”. En esa época, sólo los “clandestinos” se animaban. Estaba circulando Operación masacre, de Jorge Cedrón, pero en enero del ’75 se produjo un ataque del ERP y se pudrió todo. Cuando hice No habrá más penas ni olvido o La noche de los lápices, por ejemplo, no había casi nada sobre la dictadura, aunque habían pasado tres años.
–Hizo convivir ese cine con el comercial.
–Les rindo homenaje a Luis Sandrini, a las películas de Argentinísima, las de Olmedo y Porcel. Nos permitieron hacer nuestras obras. Tardamos dos años con La Patagonia rebelde, pero no hubiésemos podido terminarla sin la empresa en marcha. Con Ay, Juancito me sentí como en una ópera prima. No podría haberla hecho sin el apoyo de muchos, entre ellos, mi mujer.
–¿Qué rol ocupa el cine industrial?
–Telefé, Patagonik, Pol-ka, nosotros tenemos serios problemas de distribución y exhibición. A la Warner, a HBO, les cuesta menos distribuir, porque compran paquetes. Para colmo, se ve una película de 200 millones de dólares con otra que se hizo a los ponchazos, como se pudo. El abrazo partido llevó 147 mil, Luna de Avellaneda lleva 285 mil espectadores. Antes había un 70 por ciento extranjero, un 20 por ciento local y un 10 por ciento era el otro cine. Hace tres años llegamos a tener un 19 por ciento, pero hoy no supera el 4 por ciento. Y un cine como el Gaumont, que se las da de kilómetro 0 del Espacio Incaa a nivel mundial, tiene una sala en paupérrimas condiciones.

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