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Divas, periodismo y servicios

Los dos discursos más interesantes –fuera del de Reynaldo Sietecase al agradecer el premio a Jorge Lanata– estuvieron a cargo de dos divas de una forma de hacer televisión que está en terapia intensiva, Susana Giménez y Mirtha Legrand. “¿Qué nos ha pasado, que estamos viendo una televisión desvirtuada”, sobreactuó Legrand, a punto de ser bisabuela, poniendo cara de directora de escuela a la hora de las reprimendas. Giménez había sido su inspiradora, en un speach anterior en que comparó este yermo presente con aquellos momentos, que no identificó, en que “teníamos la mejor televisión del mundo”. No hay que ser un experto en lenguas muertas para decodificar el mensaje de las divas: si nosotras no estamos en televisión, algo terrible debe estar cirniéndose sobre el destino del país.
El periodista Rolando Graña se animó a debatir con las divas, al recibir el galardón por “Punto/doc”, en un momento en que la monotonía de la ceremonia abrumaba. “Mucha gente habló esta noche de la mala calidad de la televisión”, puntualizó Graña de entrada. Acaso eso sea una evidencia, sugirió sin decirlo, de cómo la situación económica se precipitó sobre los criterios de la producción televisiva, sobre el dinero que se gasta, los cachets que se pagan, las publicidades que se cobran. Pero esa misma crisis produjo otro fenómeno: la explosión de los programas periodísticos. Varios de esos programas periodísticos, subrayó Graña, “han servido para revelar e informar muchas cosas oscuras de lo que sucedió en este país en el último tiempo, lo que es de un valor indudable”. Nadie sabe si las divas escucharon el mensaje: se las veía muy atareadas, haciendo sociales.
Hay una tercera forma en que la crisis del país explota en la televisión, además de la ausencia de las divas y de la abundancia de los periodísticos, que son más baratos que la ficción: la superposición de los programas de chimentos y debates absurdos, que se alimentan entre sí, en un círculo dantesco que da al mismo tiempo risa y espanto. Esos programas, que ayer agotaron todos los ítem posibles de debate sobre los Martín Fierro –aliviando sus reducidos costos de producción– no tienen terna propia en la entrega. Este dato no es menor, si se tiene en cuenta que el rubro de los periodistas cholulos y chimenteros es el que más nutre las huestes de Aptra. Que no se premien a sí mismos, o a sus pares, es una muestra insólita de vergüenza, al provenir de un rubro lleno de desvergonzados.
El speach de Sietecase al agradecer el premio a Lanata tuvo por blanco a Daniel Hadad, por lo que encontró instantánea adhesión en las huestes presentes, que se apresuraban con los postres. El periodista recalcó su convicción respecto a que Aptra premiaba una forma del periodismo independiente, que se relaciona con los poderosos para controlarlos, por sobre otra forma de entender el periodismo, que consiste en relacionarse con los poderosos para hacer buenos negocios. Sietecase fue prolífico en las diferencias entre una forma y otra, en uno de los pocos momentos en que el speach de agradecimiento hizo vibrar al público. Por h o b, esta vez los chistes parecieron antiguos –el venerable Pipo Mancera pidiendo perdón por no decir malas palabras– las efusiones fuera de lugar –Leticia Brédice parecía alegre al divino botón– y las improvisaciones ridículas –los galardonados por “Culpables” estorbándose para hablar, para no saber luego qué decir– como si la gravedad de la situación social hubiese tornado accesorias las fórmulas de rigor.
Pensar en una convicción de Aptra contra Hadad, o mejor dicho la forma de hacer periodismo que Hadad representa, es ridículo, sin embargo: en la misma ceremonia galardonó a Oscar González Oro, Chiche Gelblung y Rolo Villar por sus programas en Radio 10 y, por si eso fuera poco a María Muñoz y la programación musical de la Mega. En cualquier momento, premia por agradable a Eduardo Feinman. Dos perlas para el final, ya que estamos en el rubro: el increíble premio a ¡la radio de la PolicíaFederal!, FM Federal, por méritos inexistentes, y el galardón a Raúl Portal. Nunca hubo uno más justo: le dieron el Martín Fierro al mejor programa de servicios.

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