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Ojos que no ven

A propósito de los debates instalados a raíz de la visita de Justin Bieber a la Argentina y al recuerdo de los 50 años del primer disco de Sandro, Carolina Spataro invita a dejar de lado las explicaciones automáticas para escuchar las voces que gritan desde las paredes.

 Por Carolina Spataro *

Dos acontecimientos al parecer inconexos sucedieron en estos días en Buenos Aires: por un lado, el paso del joven estadounidense Justin Bieber y la suspensión de su recital en el estadio de River. Por el otro, la colocación de una placa conmemorativa en el Gran Rex por los 50 años de la salida a la venta del primer single de Sandro.

Mucho se ha dicho en los medios sobre el primer acontecimiento. Y mucho más se ha sentenciado sobre las prácticas de sus fans. Frases como “lo único que puede explicar la actitud de un fan es la falta absoluta de racionalidad”, así como preguntas del tipo “si Justin matara a una persona y vos (fan) fueras la único testigo, ¿dirías la verdad en un juicio?”.

Los supuestos que sostienen las explicaciones mediáticas del fanatismo de Bieber son los mismos que se han escuchado hace más de medio siglo sobre las fanáticas de Elvis y posteriormente de Los Beatles –cuando aparecían llorando y gritando a cámara por sus amados artistas–, y también sobre las de Sandro –cuando sus “nenas” seguían paso a paso su extensa carrera–. Mucha agua ha pasado bajo el puente, mucha discusión académica y política en el campo de la comunicación y la cultura así como en el de los géneros y las sexualidades y, sin embargo, el argumento que reflotó en estos días es el mismo que el del siglo pasado: el vínculo de un/a fan con su objeto cultural se sustenta sólo en la irracionalidad, en su incapacidad para advertir que lo que hace es una locura. Ninguna otra dimensión aparece en la superficie de un fenómeno complejo, diverso y cotidiano.

Sin embargo, el vínculo entre los sujetos y la cultura de masas nos invita a desplegar otros elementos que ponen en cuestión la idea de fan como tonta/o cultural: las personas fanáticas de Elvis encontraban en él, al igual que las de Los Beatles y las de Sandro, un símbolo sexual, una imagen con la que fantasear y estimularse, pero también una figura con la que se identificaban y a la que admiraban. A su vez, como en numerosas ocasiones el fanatismo por un artista acompaña a las personas durante muchos años, también hallan en ellos un modo de procesar sus ciclos vitales. En el caso de la música específicamente, esto implica que acontecimientos importantes de la vida (amores, iniciaciones sexuales, viajes, trabajos, maternidades/paternidades, abuelazgos; pero también separaciones, exilios, enfermedades, muertes) queden amalgamados profundamente a estos objetos, a sus sonidos y ritmos, y también a sus letras, que permiten hacer inteligibles los sentimientos que esos acontecimientos provocan.

Incluso, si vamos más allá de ese punto, en los tres casos podemos hallar en el núcleo de los gritos de sus fans una especie de reivindicación de la capacidad de goce y la aparición de una voz que ponía en escena una sexualidad –la de las mujeres– de la que no se hablaba en una cultura más moralista y conservadora que la actual.

Por estos días la/os fans de Justin grafitearon las paredes de Buenos Aires diciendo “Justin, nos prostituimos gratis”, “Justin, colame los dedos”. ¿Qué vemos cómo analistas de la cultura en esas frases? ¿Es posible ver allí algo más que una anormalidad inexplicable que puede ser burlada y estigmatizada?

Se dijo que lo sucedido con Justin era “una tragedia cultural”. No es novedad que algunos objetos de la cultura de masas sean vistos como decadencia cultural, más aún si son admirados por mujeres, a las que se les otorga mucha menos capacidad crítica. Aunque décadas después puedan convertirse en un icono homenajeado por los principales representantes del rock en la Argentina, tal como sucedió con la figura de Sandro en los 2000. Pero, más acá de esa indignación, podemos advertir diversas configuraciones de identidades sexo-genéricas que se tejen con la cultura de masas. En estas semanas muchas/os jóvenes visibilizaron por medio de la figura de Bieber modos de concebir sus placeres estéticos y eróticos. ¿Será posible entonces conmemorar los 50 años de Sandro con la canción con algo más que con una placa? Tal vez para dar lugar a otras explicaciones menos automáticas y simples se puede comenzar, por ejemplo, escuchando las voces que nos gritan desde las paredes.

* Doctora en Ciencias Sociales. Docente de la carrera de Ciencias de la Comunicación (UBA).

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