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Disney desnudo

En tiempo de vacaciones escolares, Diego Ezequiel Litvinoff señala que una actitud crítica debe incentivar a que las películas infantiles sean vistas estableciendo modos de comunicación alternativos a los originalmente asignados.

 Por Diego Ezequiel Litvinoff *

No es ninguna novedad que una película de Disney Pixar se traduzca en un inmediato éxito comercial y se propague con una fluidez avasallante por las pantallas cinematográficas de todo el mundo. Sí resulta asombroso, por el contrario, que el canto de las sirenas de aquel emporio multinacional encuentre eco en quienes pretenden tener una visión crítica del cine, como sucedió con su última producción: Intensa-mente.

Lo primero que revela el análisis de las películas infantiles contemporáneas es que, observadas desde cierta distancia, no se diferencian mucho entre sí. La construcción de los personajes, el desarrollo de la trama, las situaciones y los mensajes que intentan transmitir suelen repetirse. Esta recurrencia, sin embargo, no debe entenderse como el resultado de un desarrollo simple y lineal. El género infantil despliega, casi como ningún otro, una batería de recursos que le permiten dirigirse, al mismo tiempo, a una amplia diversidad de espectadores. A los bebés se los estimula a través de una combinación de formas, colores, música y movimiento; el público infantil se encuentra excitado por el devenir de la aventura; la mirada juvenil se detiene en los personajes principales y las situaciones dramáticas; mientras que el adulto resulta interpelado tanto al convertirse en el principal destinatario del mensaje moral de la película, conminado por ello a transmitírselo a sus jóvenes acompañantes, como mediante la construcción de personajes secundarios, que asumen a desgana la aventura, para involucrarse luego cuando encuentran su rol (lo que a su vez le otorga sentido a su propia situación en esa sala oscura). Así, cada nueva película infantil se presenta como una aventura incierta, cuando, en realidad, no es sino la reiteración, una y otra vez, de una misma arquitectura.

La singularidad de Intensa-mente reside en que centra su relato en el interior de la mente de una niña que afronta el conflicto de mudarse a una nueva ciudad, como metáfora de su maduración emocional. Todo el desarrollo de la película descansa sobre un supuesto, que las más variadas situaciones no dejan de afirmar. Se trata de su concepción del sujeto contemporáneo, erigido a partir de la singular configuración de la mente que expone. La experiencia material de este sujeto aparece determinada por la dimensión interna, cuyo control se encuentra bajo el mando de las emociones. Su éxito depende de la capacidad para alcanzar la armonía entre los cinco emoticones internos que estereotipan las posibles sensaciones (alegría, ira, miedo, asco y tristeza). El exterior, por su parte, aparece dotado de un orden espontáneo, carente de contradicciones, anclando su eje en la trinidad familiar madre-padre-hija, cuya armonía sólo puede verse afectada por los efectos negativos generados por los sucesos internos.

La mente, sin embargo, no se reduce a la zona de control. En su interior profundo, donde emergen la abstracción del pensamiento, la fantasía o lo siniestro, se encuentran los engranajes ocultos que hacen funcionar toda la maquinaria, organizándola, poniéndola en movimiento, pero emitiendo, también, imágenes distorsionadas que hacen pasar por reales. Ese es el sitio de la cámara, como aparece en la propia película, al mostrar que los sueños surgen de un set de filmación. Pero ese interior profundo se constituye como el punto ciego, ya que es el lugar más lejano, incontrolable y peligroso, del que se debe escapar para no caer en el abismo del olvido.

Escindido del exterior –que no es determinante ni puede ser modificado– y privado de lo más profundo de su interior –que permanece controlado por la industria cultural–, al sujeto de Intensa-mente sólo le resta armonizar sus emociones más superficiales. Pero, ¿por qué no sumergirse en las contradicciones de la mente? ¿Por qué atribuir a los conflictos del mundo social una causa mental? Siguiendo esos principios, ¿no se solucionarían todos los problemas consumiendo bienes que satisfagan las diversas emociones superficiales o, más aún, ingiriendo algún fármaco que las estimule de manera directa?

Pero, si es cierto que estas películas contribuyen a difundir ciertos principios para hacer su negocio, ellos no emergen allí, sino que en ellas se hacen visibles. Lejos de recomendar no verlas, una actitud crítica debe incentivar a que las películas infantiles sean realmente vistas y no solamente miradas, estableciendo así modos de comunicación alternativos a los originalmente asignados. Ello permitirá encontrar la manifestación de las contradicciones que se deben enfrentar para configurar un sujeto contemporáneo que resista a los poderes que lo atraviesan.

* Sociólogo y docente UBA. [email protected]

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