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Fútbol y mujeres

 Por José Natanson

Cuando hay un partido de fútbol, uno de esos realmente importantes, los hombres se comportan de manera extraña: gritan, se abrazan con desconocidos, saltan, a menudo transpiran. Todos –todos menos yo, porque no me gusta el fútbol– se quedan hipnotizados frente a la pantalla del televisor.
Ellos no lo saben, pero en esos momentos se puede hacer una serie de cosas que en circunstancias normales serían una tortura: ir al supermercado, con los pasillos sin gente y las cajas libres; manejar tranquilo por las calles del microcentro; comprar en negocios habitualmente llenos; y, últimamente, apurar trámites en los bancos o entrar a un cajero automático sin necesidad de hacer cola.
Pero cuando hay un partido de fútbol sucede algo mucho más importante, un acontecimiento extraordinario y único: las mujeres se quedan solas.
Me acuerdo, por ejemplo, de un mundial (ese en el que Goycochea atajaba todos los penales): yo estaba en el colegio, nos juntábamos a ver los partidos y, mientras todos mis amigos se quedaban pegados al televisor, yo bajaba a comprar pizza y helado: ¡Yo solo con todas las chicas! Caminábamos por la calle desierta hasta la pizzería, donde el cajero se fastidiaba con los comentarios de inexpertas que hacían ellas. A mí me miraban con cara de bicho raro.
Me acuerdo de otros partidos, y también de unas vacaciones en Chile: íbamos a la playa y al atardecer nos juntábamos a jugar al Trivia y tomar pisco. Cada tanto, no sé bien por qué, jugaba Argentina, y entonces podía reeditar el gusto de quedarme –yo solo– con todas ellas. Y ahora, en el diario, cuando la actualidad se paraliza, los escritorios se vacían y la redacción entra en una dimensión especial.
Pero no se confundan. No se trata de buscar un harén. Pueden ser amigas, primas, hermanas. Lo importante es que los hombres se hipnoticen con el partido y ellas (todas ellas) se queden a solas conmigo. A veces ni siquiera hablo: simplemente escucho su conversación, con el secreto placer de saber que en ese momento, en ese lugar, soy el único ejemplar de mi especie.

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