PSICOLOGíA › A DIEZ AñOS DEL INCENDIO EN CROMAñóN

“Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?”

 Por Sergio Zabalza *

Esta semana se cumplieron diez años de la tragedia que se llevó la vida de casi doscientas personas en un local de la ciudad de Buenos Aires: Cromañón. Vale interrogarse sobre la posibilidad del duelo, tanto en el ámbito de lo público como en de la intimidad. Quizás el análisis nos lleve a entrever que, sin la colaboración del entorno social, el trabajo de duelo se hace imposible en el campo del sujeto. De hecho, despedir los restos de un ser querido supone un acto íntimo que, sin embargo, requiere una ceremonia cuyo eminente carácter simbólico ya supone, de alguna manera, la presencia del semejante. Esto obedece a razones de índole estructural: el colectivo humano –la comunidad, la sociedad– es un lugar en la realidad psíquica de las personas.

Nada más ilustrativo de esto que la elaboración de una pérdida. Tomemos por caso ese paciente de Freud (Los dos principios del suceder psíquico) lleno de dolor porque su padre, fallecido recientemente, se le aparece en sueños y, sin saber que él mismo ha muerto, le dirige la palabra. Se trata del lugar del Otro en el sujeto. Si aquel que nos engendró no sabe sobre la muerte, es inevitable enfrentarnos con la dimensión absurda y contingente de nuestras vidas.

Afrontar ese sinsentido en el que todas las razones se agotan es el paso más duro del duelo, ya que cuestiona la condición misma del doliente: ¿sufro por el muerto o sufro por mí?

Cuando las circunstancias lo ameritan, este interrogante suele ayudar al doliente a persistir en su lucha por justicia. Y, si la tragedia alcanza la órbita de lo público, el colectivo social es convocado a participar del trabajo de duelo: por ejemplo, a través del comprometido empeño para evitar la repitencia del siniestro.

De lo contrario, corremos el riesgo de aquel otro paciente de Freud (La interpretación de los sueños, cap. VII) quien, por quedarse dormido junto a las velas que acompañaban el cadáver de su pequeño hijo, escuchó en su sueño el más atroz de los reproches: “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?”.

* Psicoanalista.

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