PSICOLOGíA › COTEJO ENTRE DISCURSOS DEL REPRESOR VIDELA Y DEL FILOSOFO HEIDEGGER

“Ni muerto ni vivo”

Luego de discernir una lógica de tres tiempos para el hecho de que la desaparición de personas se haya construido como trauma en la Argentina, el autor propone una iluminadora comparación entre dos textos: uno, producido por el represor Jorge Rafael Videla; el otro, obra de Martin Heidegger.

 Por JORGE JINKIS *

La palabra “desaparecidos” quedó pegada a la Argentina, pegada como cuando reconocemos el valor de sutura que tiene un nombre. “Palabra, ¡triste privilegio argentino!, que hoy se escribe en castellano en toda la prensa del mundo” (Nunca más, informe Conadep, Eudeba). En tanto trauma, la desaparición admite tres tiempos.

Primer tiempo. Se trata de un factor que me parece decisivo y particular. Sabemos que ningún desaparecido fue “detenido” en el sentido legal del término, nunca recibió un cargo jurídico, nunca se admitió que estuviera en manos del poder militar, no tuvo una tumba con su nombre. ¿Qué es un desaparecido? Algo que concierne a la falta de identificación y que permitió el pase del adjetivo al nombre.

Segundo tiempo. Es el momento en el que Jorge Rafael Videla, la más alta autoridad visible del régimen, de un modo público, frente a las cámaras, se ve llevado (¿obligado?) a decir la palabra: “... en tanto esté como tal, es una incógnita el desaparecido, si el hombre apareciera, bueno, tendrá un tratamiento X, y si la desaparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tiene un tratamiento Z, pero mientras sea un desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Este es el momento en que se produce el pasaje al enunciado.

El tercer tiempo es anterior al primero, cuando las Madres de Plaza de Mayo inscriben lo ocurrido, lo que ocurre, como trauma. Las Madres han hecho todo para hacer del acontecimiento trágico, de ese acontecimiento que llamamos “desaparecidos”, un trauma de nuestra historia. Las virtudes delegadas esperanzadamente al duelo me parecen excesivas pero, aun así, esto no obliga a dejar pasar las oportunidades de resubjetivación –por más fallidas que se las piense– que construyen las palabras cuando se dicen en la ciudad. Después vienen las políticas, las denegaciones, las resignificaciones, todos los modos fallidos (pero no hay otros) de subjetivación. En este trabajo de la represión se conforma “desaparecido” como nombre de nuestro síntoma, este significante nos representa, él está donde nosotros (“argentinos”) faltamos, y la vergüenza que produce revela esta identificación.

A partir de ello se comprende que lo que se hace y no se hace en el tiempo presente, por tener una eficacia retroactiva y prospectiva, adquiere la tensión de una urgencia: las resoluciones e irresoluciones simbólicas alcanzadas determinan las distintas formas de presencia que puede adquirir lo que llamamos “pasado”, a la vez que incide sobre la amplitud o estrechez del radio de la espiral por la que la repetición, que nos envuelve, nos alcanza en un encuentro inesperado.

Atendamos al enunciado de Videla. En primer lugar, admite o revela que los hombres, en sus diferentes condiciones, son pasibles de un “tratamiento” por parte del Estado. “...si el hombre apareciera tendrá un tratamiento X”. X es la letra con la que se designa la incógnita. Y si hubiera fallecido tendrá seguramente –se podría suponer– el último tratamiento, el que se designa con la última letra, Z. Pero no nos equivoquemos, no es el último. Los argentinos sabemos, de manera singular y distinta, cómo saben chilenos, uruguayos, armenios, judíos, gitanos, griegos, tutsi, y tantos más, en el modo de los avatares de su historia, que hay muchos tratamientos posibles del hombre asesinado.

Dice pues: “...si el hombre apareciera...”. ¿Y las mujeres? ¿O está usando, seguramente, un sustantivo genérico? ¿El “hombre” es la humanidad? Entonces, un hombre, cuya desaparición lo excluye de la humanidad, ¿podrá regresar a ella muerto, la muerte posibilitaría su retorno? ¿Es “hombre”

entonces el que puede morir? ¿Acaso necesitaríamos una lengua más filosófica para concluir que el ser del hombre es ser-para-la-muerte? Videla dice “si su desaparición se convirtiera en certeza de fallecimiento...”. ¿Certeza para quién? De cualquier forma, si aparecierao estuviera muerto en ese discurso son potencialidades eventuales o meramente lógicas. Lo cierto es que mientras “sea un desaparecido es una incógnita, no tiene entidad, no está vivo ni muerto...”. El desaparecido no es un ser (humano), no pertenece al ser, no es ese ente que tiene la posibilidad de acceso al Ser, que es capaz de morir. No se trata tan sólo del ocultamiento de los asesinatos y de cómo se llevaron a cabo, sino de la negación de la condición humana de los asesinados desaparecidos. El reclamo loco de “aparición con vida...” no es tan loco; aplasta al asesino contra el salvajismo de sus propias palabras.

Esas afirmaciones monstruosas no son inéditas; con algunas variantes estuvieron antedichas por Martin Heidegger. Transcribo este párrafo, en la traducción al castellano que hizo Raúl Zoppi respondiendo a mi pedido y por la cual le estoy muy agradecido: “Cientos de miles mueren en masa. ¿Mueren ellos? Ellos quedaron privados. Son colocados de otro modo. ¿Mueren ellos? Ellos llegaron a ser piezas de stock de un inventario de fabricación de cadáveres. ¿Mueren ellos? Ellos son liquidados disimuladamente en campos de exterminio. Y además sin semejanza. Millones reducidos a la miseria ahora en China por medio del hambre en un sucumbir. Pero morir significa ser capaz de esta solución. Somos capaces de ello sólo cuando nuestra esencia quiere la esencia de la muerte. La muerte ni es la nada vacía, ni es ella sólo el traspaso de un ente a otro. La muerte pertenece al Dasein acontecido del hombre a partir de la esencia del ser. Así ella pone a salvo la esencia del ser. La muerte es la más alta cumbre de la verdad del ser mismo, la cumbre, que pone a salvo en sí la soledad de la esencia del ser y congrega el salvamento de su esencia. Por eso el hombre es capaz de la muerte sólo y en primer lugar, cuando el ser mismo desde la verdad de su esencia reúne la esencia del hombre en la esencia del ser. La muerte es la cumbre del ser en el poema del mundo. Ser capaz de la muerte en su esencia significa: poder morir. Esto, el poder morir, en primer lugar son los mortales los que llevan el sentido de esta palabra”.

No haré un “comentario de texto” de estos párrafos, su elocuencia lo volvería superfluo y la traducción literal no impide que hasta al sordo se le vuelva audible la apoteosis del final sinfónico a toda orquesta. Aquí estamos con un maestro de los eufemismos, alguien que habla desde el Ligthung, desde el claro, desde el lugar más luminoso del bosque de las palabras, y tenemos que suponer que dice lo que quiere que las palabras digan. Subrayo entonces la concordancia con las afirmaciones atroces del militar (casi digo filósofo) argentino. Dejaré pues de lado la aritmética anticomunista (otra concordancia) por la que resulta que los chinos matan millones y los alemanes apenas cientos de miles. (Miles o millones, ¿de qué? Heidegger evita la palabra “hombres”, aunque su uso no lo hubiera convertido en un “humanista”.) Tres veces pregunta provocativamente si mueren, Sterben Sie?, y muchas más lo niega.

¿Qué es lo que importa en todo esto? Para decir lo que entiende por morir, ¿por qué necesita como contraejemplo los campos de exterminio? ¿No será en un sentido condenatorio de la práctica nazi? No hay que adivinarlo: es algo que se decide por la ubicación del decir, por el lugar en el que se coloca para decir, lo que solemos llamar “enunciación” o, si se quiere, por lo que Heidegger llama modo de “dirigir la vista”. ¿Desde dónde entonces habla? Sin duda desde el punto de vista de los asesinos para quienes en efecto se trata de una “liquidación”, ya que los asesinados no disponían autónomamente de esa “solución” (otra palabra de la jerga). Heidegger se atreve a negar que cada uno de los asesinados estuviera solo en el momento de su muerte, les sustrae hasta esa soledad. Es cierto que fueron matanzas masivas, pero murió cada uno. ¿Qué sabe él de ese cada uno, qué sabe del encuentro de cada subjetividad con ese momento grave como para negarles la posibilidad de morir? Si para él el Ser no es un universal, ¿cómo puede negarles la condición de mortales? No es algo que le importe a quien está en la cumbre desde donde se observa elespectáculo. ¿Qué ve? Una muerte “incontada”, lo que remite a “relato” y a “contar”. Pero la muerte “incontada” de muertos innumerables era muerte de niños, mujeres y hombres numerados. Con el pretexto de la tecnologización creciente de la vida a escala del planeta, ya había dicho: “La agricultura es hoy una industria de alimentación motorizada, en su esencia la misma cosa que la fabricación de cadáveres en las cámaras de gas y en los campos de exterminio”. (Párrafo de la conferencia Das Gestell, de diciembre de 1949). Afirmar que “en su esencia es la misma cosa” no es efecto de la neutralidad moral que le exige su ontología sino la nota de distinción de la máquina burocrática. O mejor dicho: hay una coalescencia entre aquello de lo que se habla y el modo de hacerlo cuando no se puede hacerlo sin palabras. Lo contrario, reducir lo que se llama “ética” a un tema que puede arrinconarse en un capítulo de la metafísica, es obra partícipe de la tecnohigiene que nuestro filósofo cree lamentar. Nadie, pues, murió allí, porque ninguno de los que mataron llevaba en su esencia la posibilidad de la muerte. Y de los que no pueden morir, ¿se puede decir que antes de perecer vivían? El que vive una vida de mierda y se muere de hambre (y si además tiene la desgracia de ser chino), entonces, ¿no muere? ¿Sólo perece? “Perece”, lo que temporalmente significa que estaba destinado a no perdurar. No sólo la palabra se usa por “morir” a causa de alguna violencia (que incluye el accidente), sino que también “se aplica a cosas con el significado de `desaparecer’” (esta aproximación de efectos siniestros los provoca el Diccionario de María Moliner).

Los nazis realizaron la matanza de opositores políticos alemanes, de judíos, de gitanos, de miembros de la resistencia europea, de prisioneros rusos, polacos, húngaros, y tantos otros; Heidegger dice que esa masacre no fue de seres humanos. ¿Qué son entonces? “Son una incógnita, no tienen entidad, no están ni muertos ni vivos.” No es una injuria más que se agrega; los asesinatos y desapariciones incluían esta negación.

* Fragmento de un artículo publicado en la revista Conjetural, Nº 44, 2006.

Compartir: 

Twitter

SUBNOTAS
 
PSICOLOGíA
 indice
  • [HTML]COTEJO ENTRE DISCURSOS DEL REPRESOR VIDELA Y DEL FILOSOFO HEIDEGGER
    “Ni muerto ni vivo”
    Por JORGE JINKIS
  • [HTML]
    POSDATA

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.