SOCIEDAD › UNA PROPUESTA ALTERNATIVA EN SALUD MENTAL

Emprendedores del Borda

 Por Eduardo Videla

En el invernadero, Germán deshace las ramas secas de albahaca y separa las semillas. El sol se filtra por los vidrios rotos y se mezcla con los aromas a lavanda, menta y orégano, encerrados en ese ámbito. Lejos de allí, Alejandro termina de licuar una mezcla de papeles y cartones embebidos en agua que, una vez filtrados y secados, se convertirán en tarjetas para cumpleaños de 15 de material reciclado. Germán y Alejandro son pacientes de salud mental, o usuarios de ese sistema, como prefieren calificarlos los profesionales del programa Emprendimientos Sociales, que funciona dentro del Hospital Borda. El vivero, la huerta –un espacio ubicado en los fondos de los terrenos del hospital– y el taller de reciclado de papel se suman a otras propuestas del mismo proyecto: la cocina donde se preparan conservas, el taller de serigrafía o el de confección de agendas, y la carpintería, donde se reciclan muebles en desuso. “No es sólo trabajo terapéutico. Es un proceso de trabajo colectivo donde todos participan y se involucran, una estrategia de atención en salud mental que apunta a la inserción de las personas que están en tratamiento”, explica Federico Bejarano, psicólogo social y responsable de los emprendimientos.

Cuesta encontrar a los protagonistas de esta historia dentro de ese universo que es el Borda, donde conviven mundos diferentes, hasta incompatibles. Pocos los conocen y hasta en la mesa de informes los ignoran. El proyecto de Emprendimientos Sociales, que nació en el hospital en 1997, se basa en la filosofía de la empresa social desarrollada en Italia desde 1972 por los promotores de un nuevo modelo de atención de la salud mental.

Su actividad puede parecerse a la de los talleres protegidos que funcionan en el Borda, pero los profesionales que lo impulsan quieren dejar claras las diferencias: “Son pequeños emprendimientos productivos que nacen con la idea de que sean autosustentables y de que sus integrantes vivan de lo que producen”, dice Bejarano.

Los productos que elaboran pueden verse en los stands, en el hall principal del hospital. Los vendedores también son pacientes, integrantes de los emprendimientos. Para el equipo de profesionales, los emprendimientos no son más que una forma de aplicar la ley de Salud Mental de la ciudad, que “promueve la desinstitucionalización progresiva, creando una red de servicios y de protección social”.

“El objetivo es que las personas que han pasado por el trance de una internación psiquiátrica no queden de por vida con ese estigma, que les impide conseguir un trabajo y puedan tener un proyecto propio de trabajo, junto a sus pares”, explicó Bejarano.

Jorge tiene 34 años y hace tiempo que terminó su período de internación en el hospital. Desde hace un año y medio viene desde Ingeniero Budge, tres veces por semana, a la carpintería que está en el primer piso del pabellón 4, uno de los edificios reciclados a nuevo. “Soy oficial carpintero, pero cuando me enfermé le perdí la mano”, confiesa. Empezó en los talleres protegidos, pero a los dos años se le terminó el contrato y se acercó a La Huella, el emprendimiento que se especializa en la restauración de muebles. Pero no solo de muebles viejos viven los carpinteros: el grupo se comprometió a construir 300 exhibidores para equipos de aire acondicionado y terminó el trabajo en 12 días. “Por ese trabajo cobramos 800 pesos cada uno”, recuerda Jorge, pero aclara que los ingresos nunca son regulares.

Papeles

En los jardines del Hospital Borda hay pacientes que esperan el paso de alguien para pedir una moneda, un cigarrillo o la hora. El tiempo parece detenido en este espacio abierto y también en las salas, en cuyas paredes no hay relojes ni espejos.

En el primer piso del pabellón central, un edificio de paredes grises, funciona otra de esas islas donde se ve actividad creativa en medio del letargo. Un grupo de muchachos trabaja con la pasta de papel reciclado. “Le damos color con cáscaras de cebolla o con anilinas”, explica Alejandro, apurado y ansioso por mostrar su habilidad y porque ya es la hora del almuerzo y en la sala, si no se respetan los horarios, se pierde la comida. Al lado, en una mesa amplia donde se acumulan hojas de papel reciclado de distintos colores, trabaja Carlos, 35 años, que vive en Almagro y no es paciente del Borda: viene por indicación del psiquiatra de su obra social. “Me preparé para hacer serigrafías, y espero algún día poder hacerlo por mi cuenta”, confía.

El emprendimiento tiene marca, se llama Ciclopapel, y el producto no sólo se vende en el puesto del hall. “Trabajamos a pedido para cumpleaños de 15 u otros eventos, hacemos tarjetas personales y tenemos una línea de lámparas de papel”, describe la coordinadora del emprendimiento.

En el mismo ámbito, separados por un armario, está el emprendimiento más antiguo, Ybytú –que significa “viento” en lengua guaraní– donde producen agendas, libretas o señaladores. La experiencia empezó en 1997 en el servicio de Terapia Ocupacional y se convirtió en una unidad productiva que trabaja en forma cooperativa.

En otro sector de ese mismo espacio se encuentra el emprendimiento de gastronomía. Allí no solo se preparan sandwiches que se venden en el hall, sino que se producen dulces y conservas con los productos de la huerta.

La difusión de los productos todavía se hace a pequeña escala, boca a boca, o a través de un sitio en Internet: www.emprenderensalud.com.ar.

“Nuestro deseo es poder trabajar afuera del hospital, tener un espacio exterior”, comenta Bejarano. El equipo de coordinadores se completa con Marisa Alippi, Marcela Giménez, Fabiana Fenoglio, Mirtha Manghi, Silvia Narváez, Sandra Spanpinato, Daniela Testa y Vanina Polenta.

Mundos

Para llegar hasta la huerta hay que recorrer los jardines del hospital, un espacio verde donde conviven ámbitos extraños entre sí: la Unidad Penitenciaria 22, que alberga a los procesados considerados inimputables por problemas psiquiátricos; el pequeño local desde donde hace sus emisiones la radio La Colifata; un enorme galpón con techo en forma de serrucho, como las fábricas de antaño, donde funcionan los talleres protegidos; un centro de actividades culturales y un fantasmal edificio semiabandonado, que data de 1899, donde funciona la morgue del hospital. En un sector apartado están los pacientes con enfermedades infecciosas.

Tanto verde explica la ambición que despertaron estos terrenos, donde sobrevuela la idea oficial de construir un centro cívico.

El espacio donde funciona la huerta se parece más a una quinta del Gran Buenos Aires que a cualquier terreno ubicado a 15 minutos del Obelisco. En esa superficie crecen lechugas, tomates, arvejas, rabanitos y orégano, ente otros.

Pero es el mediodía y el trabajo se concentró en el invernadero. Germán recupera semillas de albahaca, que servirán para la próxima siembra, y su compañera clasifica hojas de lavanda que luego serán envasadas. Esa manipulación estimula la mezcla de olores que realza el aire. Germán interrumpe el trabajo para guiar una visita por el lugar. “Este es un lirio: la flor es hermosa, pero dura un solo día”, describe Germán, con ternura. Marina, terapista ocupacional, que está al frente del invernadero, no explota la “ventaja” que le otorga su profesión: trabaja la tierra a la par de Germán y de Adriana.

“Hasta el veneno para hormigas es orgánico”, explican, y describen el contenido del brebaje: ruda, lavanda y romero. Lo aprendieron a hacer, como casi todo, durante las visitas que hacen dos ingenieros agrónomos, que concurren como voluntarios a capacitar a los emprendedores.

En los emprendimientos confluyen personas provenientes de internación y de tratamientos ambulatorios con vecinos en situación de vulnerabilidad social y voluntarios. “A veces nos cuesta que se entienda la propuesta”, concluye Bejarano al final de la recorrida y deja planteado hasta qué punto son extraños entre sí los mundos que conviven entre los muros del hospital.

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Germán dedica las mañanas a las plantas del invernadero. Jorge trabaja en el reciclado de muebles.
 
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