SOCIEDAD › UNA NOTA ESCRITA POR ESTUDIANTES SECUNDARIOS, GANADORA DEL PREMIO “PERIODISTAS POR UN DIA”

Ser adolescente en Fuerte Apache

El gobierno porteño organizó un concurso periodístico entre alumnos de la ciudad. El premio es la publicación de sus trabajos. Aquí, uno de los textos ganadores. Cinco estudiantes de una escuela cercana al barrio Ejército de los Andes cuentan cómo es la vida de los chicos en el lugar.

Por Julia González
Pellegrini, Vanesa Melano, Romina Rodríguez, Gladis Torrico y Yamila Portillo*

Más de la mitad de los adolescentes que viven en el Fuerte Apache no se sienten diferentes a los de otros barrios del Gran Buenos Aires: van a la escuela, escuchan cumbia, miran televisión, viven con sus familias. Otros, en cambio, están sumergidos en el oscuro mundo de las drogas, el alcohol, la falta de trabajo, los robos y hasta los asesinatos. Pero todos comparten sentimientos de amistad que van aún más allá de la muerte. “En cada tira, en cada nudo, hay capillas ardientes para velar a los muertos. No me alcanzan los dedos de la mano para contar cuántos amigos han matado en estos pasillos.” El testimonio de Lorena, de 21 años, pone al desnudo la vida de los adolescentes en uno de los espacios más poblados del Conurbano Bonaerense: el barrio Ejército de los Andes, más conocido como Fuerte Apache en el partido de Tres de Febrero.
El barrio
En los “monoblocks”, como llaman los habitantes al barrio ubicado entre las calles Juan J. Paso, avenida Militar, Arabe Siria y Riccheri, conviven 43.000 personas, según datos del Indec, aunque fue construido inicialmente para albergar a veinte mil.
¿Es difícil la vida en el “Fuerte”?, preguntamos a Ruth, de 14 años. “No, porque yo conozco a todos”, contesta de inmediato. Sin embargo, las experiencias de los adolescentes que conviven con sus familias en este barrio muestran algunos matices. Mientras el 66 por ciento de los jóvenes encuestados manifiesta que no elegiría vivir en otro barrio, casi el 30 por ciento opina que preferiría mudarse si esto fuera posible.
Son muchas las causas que motivan estas respuestas. Algunos nacieron y vivieron toda su vida en el “Fuerte”. Es como un gran hogar al que se sienten ligados por lazos familiares, sociales y afectivos: “Aquí, la amistad es muy importante, ya que la muerte de un amigo es lo peor. Soy capaz de dar mi vida por un amigo”.
También es muy fuerte el sentido de pertenencia. “Cuando provocaron la implosión de las torres, tuve que mudarme a la tira 24. Me dolió mucho, pero por suerte me quedé en el barrio. En cambio, mis abuelos tuvieron que irse más lejos, a otros lugares de la provincia”, recuerda Pamela, de 16 años.
No todos piensan igual
Fuentes de la Comisaría 6ª de Tres de Febrero manifiestan una actitud crítica respecto del barrio en general y de los adolescentes en particular. Tanto en el Fuerte Apache como en otros barrios, villas y asentamientos de todo el país, existen bandas de delincuentes que manejan códigos propios.
“Estos jóvenes que cada vez son más chicos, una vez reducidos y trasladados se comportan bien, pero en el momento de la detención son muy agresivos.” El comisario Hugo Plaza no parece tener muchas expectativas respecto de los adolescentes que caen en la delincuencia: “El que nace delincuente, vive y muere delincuente”, dice con crudeza. Y trata de encontrar las causas que ocasionan estas situaciones límite. “Cuando caminás y en una calle te encontrás un pibe de 16 años tomando cerveza con unos vagos, te preguntás: ¿cuál es la necesidad?; ¿por qué?”.
“Es que a los padres no les importan sus hijos, no les importa saber dónde están. Pero después, cuando le entregamos al hijo en un cajón, lloran”, cuenta el oficial principal. Y agrega que muchos padres “reaccionan haciéndose cargo de la situación porque ya están acostumbrados a recibir el llamado de la comisaría para que pasen a buscar a sus hijos”. Muchos siguen el camino de sus padres, el de la delincuencia, a la que se suma la imposibilidad de conseguir trabajo porque “la sociedad te discrimina porque vivís dentro del barrio”. Aunque la mayoría de los adolescentes consultados no se sienten discriminados “por portación de domicilio”, aproximadamente el 40 por ciento no coincide con esa apreciación. Una joven de 17 años cuenta que fue rechazada muchas veces a la hora de buscar trabajo “por vivir en los monoblocks”. “Muchos tienen que dar domicilios falsos para ser aceptados en el ambiente laboral”, señala.
La educación
Respecto de las posibilidades de acceso a la educación, las experiencias son totalmente diferentes a las laborales. Visitamos la Escuela Media Nº 7 del partido de Tres de Febrero, ubicada dentro del barrio. “Los padres de los alumnos no suelen asistir a las reuniones”, comenta un preceptor. Sin embargo, resalta: “Hay quienes recurren a nosotros en busca de consejos, como una forma de pedir ayuda”. Existen pocos prejuicios sociales: “Las adolescentes embarazadas concurren normalmente a la escuela. Cuando son madres, pueden salir libremente para amamantar a sus bebés o, si no, las abuelas acercan a los niños a la institución para que la madre le dé de mamar”. El personal docente, en especial los preceptores, propuso armar una guardería en un salón del establecimiento, pero el inspector no estuvo de acuerdo.
Por su parte, el director de la escuela, aportó su visión en cuanto a la convivencia entre los adolescentes que se educan en la escuela. “Aquí la discriminación es muy superficial. Acá no se discrimina, lo que quiero decir es que no pasa más allá de decirle gordo al gordo, o en las chicas tratarse de atorrantas.”
Nos acercamos también a la escuela Nº 26, Dardo Rocha. Charlamos con la vicedirectora y aunque no quiso responder a nuestras preguntas “porque sería hacer diferencias”, comentó: “Los problemas de los adolescentes son como en todos lados”. “A nosotros no nos importa dónde viven los alumnos. Lo que nos importa son los temas como el trabajo, la sexualidad.” “Ya no hay problemas de rebeldía hacia los maestros, como solía haber”, agregó.
Cruzamos la avenida General Paz y, ya del lado de la ciudad de Buenos Aires, conversamos largamente con Tito, el director de la Escuela Media Nº 2, del barrio Villa Real. La matrícula de esa escuela tiene un gran porcentaje de alumnos que viven en el Fuerte Apache, en especial en el ciclo básico.
–¿A qué atribuye usted que los chicos, pudiendo concurrir a las escuelas de su barrio, eligen ésta? –quisimos saber.
–En todos los casos se percibe la expectativa familiar de que, a través de la escuela, los hijos tendrán un futuro. Además, muchas familias consideran que el trabajo que se realiza aquí con los alumnos de 1º y 2º año es bueno, contenedor y está orientado a la no-discriminación. Más allá de situaciones de discriminación, estamos convencidos de que viven, en esta casa, el milagro de la natural convivencia entre adolescentes, sin especulaciones sobre el lugar de donde viene cada uno, sino con la esperanza del lugar al cual se dirigen todos juntos.
Tal vez sea ésta la razón por la cual el 66 por ciento de los adolescentes concurre a las escuelas ubicadas fuera del barrio. “Hay menos violencia. Los padres tienen miedo de que sus hijos tengan enfrentamientos si concurren a las escuelas de los monoblocks”, acota la asesora pedagógica.
Los de “afuera”
Fuera del barrio, la vida parece muy distinta. Así por lo menos opinan los adultos que respondieron a una encuesta realizada durante los meses de mayo a julio de este año. Las estadísticas realizadas muestran que el 60 por ciento de los vecinos del “Fuerte” conocen a personas que viven dentro del barrio. “Hay gente buena y mala como en cualquier otro barrio”, comenta Mirta, del barrio Villa Real. A su vez, Mariano, de 49 años, agrega: “Por más que pasen las cosas que pasan, yo creo que el barrio es bueno. Dicen que es malo porque los ladrones van a esconderse allí”.
Algunos vecinos manifiestan conocer muy bien el “Fuerte”, aunque no vivan en él. Tal es el caso del profesor Hugo Grillo: “Yo vi nacer ese barrio. Es muy peligroso. Pero hay gente honesta y trabajadora”, dice. Y en seguida cuenta una anécdota: “Una alumna estaba muy distraída en la clase porque decía que de noche su edificio se movía por estar mal hecho y ella creía que se caería en cualquier momento”.
El tiempo libre
“Me gusta la cumbia villera, ¿y qué?”, comenta Ana con cierto orgullo.
Es la música elegida por la gran mayoría de los adolescentes del barrio en los momentos dedicados a la diversión. “Vamos a bailar a boliches fuera del barrio, pero llevamos a la cumbia con nosotros”, dice Jorge, de 17 años. “La Piba, una que canta cumbia, es de este barrio. Yo la conozco. Es media creída”, agrega.
Es poco frecuente escuchar otro tipo de música en las reuniones de los jóvenes. La cumbia villera parece formar parte de esa cultura que los identifica, que les otorga un método de pertenencia como la amistad de la que hablamos al principio. Tal vez surge de la necesidad de apoyarse mutuamente para sobrevivir en un mundo cada vez más difícil. “Antes caminabas con tus amigos a cualquier hora por las calles del barrio y no tenías miedo. Ahora hay más inseguridad porque ya no se respetan los códigos”, dice el papá de una adolescente.
¿Será así?
La Constitución nacional concede a los habitantes el derecho a la seguridad, a la justicia, a la salud. ¿Gozan de estos derechos los adolescentes del Fuerte Apache? Tal vez la respuesta sea negativa. Pero las causas no están sólo en el barrio Ejército de los Andes. Llegan de más allá de la General Paz, de los lugares ocupados por supuestos representantes del pueblo que son incapaces de ver más allá de las vallas que rodean a la Casa Rosada y del Congreso de la Nación.

* Alumnas de 2º 2ª, EMEM
Nº 2 Rumania. Coordinación docente: Susana Ferrero.

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