SOCIEDAD › RUTH PEARSON, PROFESORA DE DESARROLLO

El género y el número

Tiene la curiosa especialidad de enseñar en la universidad británica de Leeds qué es el desarrollo económico, y sobre todo, por qué tantos no lo logran. Hace muchos años que viene a la Argentina y su última visita fue para hablar de cómo combatir la corrupción. En este reportaje explica su teoría sobre la economía de género.

Por Andrew Graham-Yooll

–Usted comenzó trabajando en transferencias de tecnología, pero terminó interesada en el problema de la corrupción.
–Mi preocupación es con las estructuras y los procesos de transparencia y responsabilidad en las políticas económicas. Mucho de lo que escuché en la Argentina en este cuarto viaje fue sobre cuestiones sociales y políticas, en particular en el contexto de la actual crisis y de la corrupción. La responsabilidad de los funcionarios y la transparencia no sólo requieren representatividad y denuncia, también necesitan mecanismos que las hagan cumplir. Esto vale para cuestiones económicas y sociales. Mi campo de investigación cubre dos tipos de estructuras para lograr estos cumplimientos en cuanto al lugar de las mujeres en las políticas económicas a nivel internacional y nacional. Y también ofrezco ideas para llevar esta cuestión a las discusiones con el Fondo Monetario Internacional. En resumen, hablo de los procesos de formar un presupuesto de género.
–¿Qué es un presupuesto de género?
–Un presupuesto de género es un mecanismo por el cual un gobierno acepta negociar con representantes de grupos femeninos, con economistas feministas, ONGs, para ver cómo las asignaciones presupuestarias reflejan la prioridad de las mujeres. Se pueden tener presupuestos de género participativos a nivel local y nacional. Se está trabajando bastante en países de la comunidad británica, en Australia y Canadá, algo en el Reino Unido, Uganda y Sudáfrica. La organización Unifem está apoyando varios proyectos de entrenamiento en presupuestos de género el año pasado, en Chile, México y Bolivia. La idea es tratar de entender cómo los presupuestos, como otras iniciativas de política económica, aparecen como neutros en términos de género. Pero de hecho la redistribución involucra mecanismos diferentes para elevar los impuestos, que tienen efectos diferentes en hombres y mujeres. Por lo tanto, si queremos que se escuche a las mujeres en las decisiones económicas, y si queremos que los presupuestos sean instrumentos que promuevan la igualdad, es importante que nos involucremos en el proceso participativo de los presupuestos en varios niveles.
–O sea que su interés es en que haya políticas económicas favorables a las mujeres.
–En eso y en los códigos de conducta internos de las corporaciones. Yo participé de muchas investigaciones internacionales sobre este tipo de códigos aceptados por corporaciones multinacionales. Son particularmente importantes en términos de los derechos de la mujer porque las mujeres forman la mayoría de la fuerza de trabajo en sectores que exportan al mercado global. Esto se aplica en electrónicos, textiles, ropa, calzado, frutas y vegetales, flores...
–Usted escribió un libro sobre la importancia de estos códigos de conducta, pero ahora habla como si el centro fueran las mujeres.
–Por la naturaleza de la economía globalizada y la esencia del marketing de productos con marcas internacionales, así como por la fuerza del mercado internacional de consumidores, muchas corporaciones piensan que es en interés propio adoptar códigos de conducta, para demostrar que no están explotando a sus trabajadores. Aunque muchos de esos códigos son más teoría que práctica, proveen sin embargo, una oportunidad coyuntural muy peculiar para avanzar las demandas femeninas en términos de empleo y condiciones de trabajo en el mercado global. Uno se encuentra que aquellos códigos en los que participaron organizaciones de mujeres reflejan las prioridades de las trabajadoras, que no son las mismas que las de los trabajadores, aunque todos compartan el interés en hacer cumplir las reglas básicas de la Organización Internacional del Trabajo sobre derechosde negociación colectiva, prohibición del trabajo forzado y la discriminación, la existencia de una edad mínima para trabajar y el derecho a la libre asociación.
–Bien, pero ¿cuáles son esas prioridades?
–Las mujeres priorizan cosas como la dignidad en el trabajo, el acoso sexual, físico o verbal masculino, el respeto a las embarazadas, los límites a las horas y días de trabajo, la obligación de las horas extra, el pago de esas horas extra, la seguridad del empleo. Hay muchos temas que dan oportunidad para que las trabajadoras articulen sus demandas y logren resultados. Por eso una de las cosas de las que hablé aquí es que los códigos internacionales de conducta son una oportunidad, dada la naturaleza de la globalización, para presionar a las corporaciones para que sean más justas, y más justas en términos de género, con sus trabajadores. También hablé de propuestas para traer equidad al análisis económico internacional, una de las cuales es la de explorar la posibilidad de cambiar deuda externa por igualdad de géneros. Creo que en esta momento que pasa la Argentina sería muy interesante.
–¿Qué es eso del canje de deuda por igualdad de lo sexos? Nunca escuché una cosa semejante...
–Es porque acabo de lanzar la idea. Pero con tanto que se habla de la renegociación de la deuda externa, no se habló nada sobre las implicaciones de género de la deuda y su renegociación. No se habla de eso en los paquetes económicos, pero las propuestas de condonación que se discuten, sobre todo para los países más endeudados, hacen referencia a la inversión social, a asegurar que los recursos que se redireccionan de los pagos de la deuda se inviertan en sectores que produzcan resultados contra la pobreza. Lo que propongo es que se exploren objetivos que tengan un específico foco de igualdad de género como parte de los parámetros de la renegociación de la deuda, particularmente en la crisis actual. Cuando digo igualdad de género en este contexto no me refiero sólo a gasto público dirigido a las mujeres. Me refiero a toda la economía, a la economía del cuidado, la que produce elementos de reproducción social, como a la economía productiva, y pensando que sean cuidadas para la capacidad productiva del futuro. Entonces, afirmo que la inversión en servicios públicos que complementen el trabajo reproductivo de la mujer, en el cuidado de los chicos, en los servicios de salud, en la educación accesible, en el entrenamiento empresarial femenino, es tan parte de la economía como la producción de hierro y acero, o de computadoras, o textiles o cualquier otro producto. Hay que poner esta agenda en el centro de las negociaciones sobre la deuda externa.
–Suena como una buena idea.
–¿Le parece? Bien. No es que lo inventé yo, no es que no esté ya flotando en el ambiente. Por ejemplo, los medios están llenos de recetas para las amas de casa sobre cómo cocinar más barato, usando menos ingredientes procesados. En cierto sentido, esto es un asunto de género por quién es el receptor del mensaje. Lo que muestra es que la expectativa en cuanto a políticas si hay una crisis de los recursos que hacen a la supervivencia del hogar es que las mujeres van a tener que arreglárselas, sustituir su propio trabajo por lo que antes podían comprar o emplear en el mercado, porque toma más tiempo elaborar las cosas en casa que comprar productos ya elaborados. Hay una asunción de que el trabajo de la mujer está involucrado en la crisis, y esto va más allá todavía que la esfera del hogar. Si no hay servicios públicos para cuidar a los viejos y los enfermos, ¿quién lo hace? Si no hay dinero para ropa o zapatos, ¿quién los fabrica o repara? Son cuestiones que están en el centro de la economía cotidiana de todos. Pero están conectadas a la economía global.
–¿No es una utopía, bastante alejada de la realidad?
–El punto es no confundir el concepto de género con la identidad de mujeres en particular, como en los casos de corrupción que involucran a mujeres y están siendo investigados ahora. Todos tenemos una identidad de género e intereses de género, pero también tenemos otros tipos de identidades que tienen que ver con la clase social, las ideas políticas, la etnicidad, la edad, nuestro lugar en el ciclo vital y varias cosas más. Queda claro que no todos, hombres o mujeres, van a actuar sólo en el interés general de su género. Y no pienso que haya razones para esperar que las mujeres, todas las mujeres, actúen sólo en beneficio de todas las mujeres, no más de lo que lo harían los hombres. Por ejemplo, Margaret Thatcher. No necesitamos esperar que el hecho de ser una mujer haga que las personas sean sensibles a la cuestión de género. Lo que sí podemos hacer es mirar las cuestiones clave de las políticas económicas con una perspectiva de género, que de hecho quiere decir reconocer cuál es la división del trabajo y reconocer la cantidad de trabajo impago que se realiza constantemente en la forma de mantener cada hogar cada día, en términos de reproducir la fuerza laboral de una generación a otra, o de reproducir las instituciones sociales de un país, tareas que tienen una gran dependencia en el trabajo femenino. Y todo eso contribuye a la economía. Por lo tanto, cuando estamos creando política económica o hasta cambiando las que tenemos en este momento, hay que considerar estos elementos. Si eso es utópico, es otra discusión.
–Bien, y ¿cómo se ponen en práctica esas ideas?
–Creo que cada demanda hecha por una mujer es inicialmente tomada como una utopía. Fue utópico que las mujeres pidieran el voto en el siglo 19, y de hecho aquí en la Argentina sólo se logró en 1951. Hasta los años noventa la noción de que los derechos de la mujer son derechos humanos o la idea de que lo que ocurra en la esfera privada de la vida doméstica puede sujetarse a convenios internacionales, eran utopías. Era utópico el derecho a vivir sin violencia doméstica. Cuando sugerimos que las mujeres que fueran sometidas a la violencia por su género recibieran el derecho a pedir asilo político, nos dijeron que era ridículo, que era utópico. Pero todo eso ocurrió, por lo que pienso que hay que apuntar a la utopía y convertirla en otra cosa.
–¿Cómo aplicaría, entonces, estas ideas a la Argentina?
–En términos argentinos, pienso que la situación es muy complicada y francamente no soy una experta en lo que está pasando aquí. Pero una de las vías por las que la corrupción se hizo endémica aquí es a través del gasto social. Es un sistema muy clientelista organizado a través de los sindicatos, que tienen estructuras muy particulares. Lo que hace pensar que tal vez, se llegó a la oportunidad de pensar en reorganizar y rediseñar los sindicatos, creando un sistema de control y participación de los usuarios, a largo plazo para desarrollar sistemas que no tengan una tendencia tan clara a los abusos que aquí se ven como normales. Ninguno de esos problemas se va a resolver en un día, ninguna decisión individual va a resolver todos los problemas, pero permiten una nueva mirada sobre cómo las políticas económicas se organizan. Esto debe ser para el beneficio de todos.
–Usted vino a la Argentina en 1974, 1999, 2001 y ahora. Habla castellano, vio lo que estaba pasando, pudo hablar y preguntar. ¿Qué cambió en este cuarto de siglo?
–Difícil de contestar. Creo que 1974 fue un año inestable y violento, y ahora estamos pasando por otra violencia, muy diferente, es cierto, pero con cierta continuidad. Una de las cosas que cambiaron fue la base económica. En los últimos 30 años la Argentina pasó a ser mucho más dependiente de la importación y los servicios extranjeros de lo que era antes, lo que tiene un impacto fuerte no sólo en el desempleo estructural sino en la vulnerabilidad financiera. En los años setenta, creo, laArgentina no se consideraba realmente un país subdesarrollado y proyectaba una futura base industrial que lo mantuviera como uno de los países más ricos de América latina. Esa perspectiva cambió.
–Su última visita fue para participar en un encuentro sobre corrupción. ¿Qué ideas escuchó que le parezcan innovadoras?
–El mismo hecho de que exista un foro contra la corrupción internacional y que se haya reunido por segunda vez en la Argentina, demuestra un nivel de madurez política y la voluntad de las mujeres de desafiar uno de los problemas más profundos y difíciles del país. Se necesita coraje para hacer eso porque hay muchos interesados en que el sistema no cambie. Que las mujeres se pongan de pie en público para denunciar abusos y ofrecer alternativas es importante. Creo que la gente busca un cambio no en el sistema político sino en la manera que operan los partidos políticos. Tienen que ser mucho más transparentes y sus representantes tienen que responder más a sus representados que a las trenzas de las que vienen. Es un desafío al nivel de clientelismo y violencia que es parte indisociable de la política argentina, como el patronazgo. Si esto fuera un país africano lo llamarían tribalismo.
–¿Pudo explorar el fenómeno del trueque?
–Cuando estuve aquí el año pasado hice un documental sobre el trueque en Bernal. Lo que me encontré este año es que la crisis, y la manera en que el sistema respondió a la crisis, tuvo un efecto muy dañino sobre lo que era un movimiento social muy creativo e innovador. Un movimiento que proveía una oportunidad comunitaria de atender sus necesidades en medio de una crisis muy fuerte. Mucho de eso fue maltratado por la caída política. Una de las cosas a las que ayudaría una reforma política es a proteger los espacios de innovación comunitarios, en lugar de aplastarlos. El trueque era muy vulnerable por el control sobre la masa monetaria y el control de la liquidez. Por lo tanto, otras formas de liquidez toman una gran importancia. Pero entonces el sistema político clientelista le dio la oportunidad a algunos de usar el crédito como forma de clientelismo social. Por eso hubo problemas de falsificaciones, robos y especulación que no surgieron en el sistema de trueque sino del contexto político.

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